AMBIENTE-ESTADOS UNIDOS: Huertas orgánicas versus césped

Un movimiento por alimentos más saludables cultivados en el jardín de casa pugna por nacer en la californiana San Diego, Estados Unidos, en desmedro de tanto césped bien cuidado.

Paul Maschka abre un melón de cuernos y muestra su psicodélico contenido. Crédito: IPS/Lance Drill
Paul Maschka abre un melón de cuernos y muestra su psicodélico contenido. Crédito: IPS/Lance Drill

Unas 400 personas asistieron este mes a la conferencia «Cultivando justicia», auspiciada por Food Not Lawns (comida, no césped), una organización que combina horticultura y acción política y que cuenta con grupos en el norte del occidental estado de California y en la costa noroeste del Pacífico, cuna del movimiento estadounidense de alimentos orgánicos.

El ala combativa y hortícola del movimiento por la justicia social intercambió allí información con sibaritas y chefs sobre una preocupación común: qué comen las personas y cómo obtienen sus alimentos.

Los participantes de este movimiento se cuentan entre los californianos apodados «creativos culturales», que buscan implementar ideales progresistas, no solamente a través del cambio social, sino dedicándose a curar al planeta. Muchos de ellos creen que el camino hacia la recuperación ambiental comienza por modificar hábitos personales.

«La gente está hambrienta de información», dijo Kate Hughes, una de las organizadoras del encuentro, celebrado el 3 de este mes.
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La conferencia atrajo a una amplia variedad de habitantes de San Diego: desde hippies que abogan por el regreso a la tierra hasta jóvenes activistas universitarios que ven una conexión entre la dependencia petrolera de Estados Unidos y la agricultura industrial.

El horticultor Paul Maschka pasó mucho de su vida adulta cultivando vegetales en el zoológico de San Diego y hoy planta desde alcachofas hasta girasoles en su casa.

«Las técnicas de la horticultura orgánica (que no emplea fertilizantes ni plaguicidas químicos) no se enseñan en el sur de California», dijo. El conocimiento directo lo obtuvo en huertas en Santa Cruz y San Luis Obispo —en el centro y sur del estado, respectivamente— donde esa práctica está mucho más difundida.

Según Maschka, el césped es un ambiente chato y estéril, mantenido de modo artificial y dependiente de químicos sintéticos.

El césped es un vestigio de la Edad Media, cuando la aristocracia francesa comenzó a convertir predios productivos en campos para el placer, explicó. Más tarde, en una Inglaterra enloquecida por la jardinería, generaciones de burgueses exhibían su nueva riqueza plantando rosales y lujosos jardines.

La tendencia aún pesa sobre la clase media del siglo XXI, propietaria de inmuebles y dispuesta a gastar cientos de dólares en el mantenimiento del césped. Según un estudio de impacto económico publicado por la estadounidense Universidad de Florida en 2002, el cuidado de jardines y la industria del césped generaron 57.000 millones de dólares anuales y emplearon a más de 800.000 personas.

Mediante imágenes satelitales y aéreas, investigadores de la agencia aeroespacial estadounidense calcularon que unos 162.000 kilómetros cuadrados del país están cubiertos de césped, casi tres veces más que la superficie ocupada por cualquier cultivo irrigado.

El césped consume alrededor de un billón de litros de agua por semana en este país, suficiente para regar 327.000 kilómetros cuadrados de vegetales orgánicos.

Según Maschka, el césped aparenta vitalidad, pero para mantenerlo se matan microorganismos que ayudan a las plantas a crecer. Recibe 10 veces más pesticidas y herbicidas que los cultivos comerciales.

«Las cosas tienen que cambiar», coincidió Issa Esperanza, hija de padres misioneros, criada en América Latina, donde trepó árboles y cosechó sus propias frutas y hortalizas. Desde que regresó a Estados Unidos depende de sus amigos ecologistas y de mercados agrícolas cercanos para obtener sus verduras.

Ron Oliver, chef del Marine Room, uno de los restaurantes más destacados de San Diego, basa su negocio en satisfacer a la gente.

El restaurante depende en gran medida de los productos cultivados en la zona y de la cosecha orgánica de la hacienda Blue Sky, de unas 16 hectáreas, donde alimentos y misticismo «New Age» van de la mano.

Allí, residentes y voluntarios se consideran cuidadores de la tierra. Frutas y verduras son cultivadas según la estación y sin productos químicos.

Oliver afirma que tuvo su propia «revelación alimentaria» cuando sus hijos llegaron a la edad escolar. Los almuerzos escolares siguen pautas basadas en la ingesta calórica más que en el valor nutricional, afirma. Por eso decidió buscar apoyo para construir una huerta en la escuela primaria Chula Vista, a la que asisten sus hijos. «Como mínimo, la horticultura les enseñará a tener paciencia», aseguró.

El chef cree que las personas votan con sus tenedores y que, si se les diera la oportunidad, preferirían lo orgánico..

* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales). Publicado originalmente el 24 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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