El sarampión, la poliomielitis y otras enfermedades contagiosas y mortales detuvieron su avance con simples vacunas. Tras dos decenios de investigación sobre el voluble virus del sida, ¿queda espacio para la esperanza?
Mitchell Warren, director ejecutivo de la Coalición Pro Vacuna contra el Sida, y Anjali Nayyar, vicepresidenta a cargo de programas nacionales y regionales de la Iniciativa Internacional para la Vacuna contra el Sida (IAVI), hablaron con IPS sobre este acuciante desafío científico.
— El director de IAVI, Seth Berkley, dijo que una vacuna parcialmente eficaz suministrada a apenas 30 por ciento de la población reduciría a la mitad las infecciones de VIH en el mundo en desarrollo. ¿Eso es un retroceso respecto de las expectativas anteriores o, simplemente, la constatación científica de que ninguna vacuna tendrá eficacia universal?
MITCHELL WARREN: La investigación hacia las vacunas contra el sida, al igual que con las de cualquier enfermedad, se fundamenta en la mística según la cual la inoculación frena las epidemias. Y, de hecho, lo hacen: lo único que puede acabar con una epidemia viral es una vacuna.
No es que hayamos reducido nuestras expectativas, ni que la realidad científica haya cambiado. Se trata de la propia naturaleza del avance científico. La primera vacuna, el primer microbicida, el primer condón femenino no serán el último avance. Y creo que eso es bueno.
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ANJALI NAYYAR: La primera generación de vacunas podría aportar una protección parcial. De todos modos, tendrá el potencial de impactar significativamente en la pandemia del sida. Aun una vacuna modestamente eficaz reduciría un tercio la cantidad de infecciones en una década. Eso significa salvar millones de vidas. Una vacuna con una eficacia de 70 por ciento tendría un efecto aun más dramático. E incluso si se la administrara apenas a 40 por ciento de la población, impediría 28 millones de infecciones entre 2015 y 2030.
— ¿Qué compromisos recibieron de gobiernos, donantes y de la industria farmacéutica para garantizar el acceso inmediato de una vacuna a quienes la necesiten, una vez que esté desarrollada?
WARREN: La calle hacia la vacuna contra el sida está empedrada de buenas intenciones, de promesas de asequibilidad. Pero ¿qué significa esto? ¿Esas promesas sobrevivirán la prueba del tiempo? La respuesta más honesta es: no lo sabemos. No es por cinismo. Debemos dejar bien claro que aún no sabemos el costo de fabricación de la vacuna.
Al mismo tiempo, vemos que cada vez se autorizan más vacunas para todo tipo de enfermedades. En el último año fueron más que en de varias décadas sumadas. Tenemos vacunas contra el cáncer de útero, contra los rotavirus. El desafío es asegurar con rapidez el acceso de esas vacunas a las comunidades que más las necesitan.
NAYYAR: El acceso de los pobres a las vacunas es una de las piedras de toque de nuestro programa. Las compañías con las que trabajamos acordaron suministrar las futuras vacunas al sector público de los países en desarrollo en cantidades razonables, con plazos y costos adecuados.
En caso contrario, tenemos derecho a utilizar esa tecnología, la posibilidad de sellar acuerdos sobre el lucro admisible en la venta de medicinas a países en desarrollo, la realización de licitaciones para su compra y la propiedad intelectual total o parcial o el licenciamiento en manos de IAVI.
— La búsqueda de vacunas contra el sida insume cerca de uno por ciento del gasto total en investigación y desarrollo en materia de salud. ¿Les parece una proporción adecuada? ¿Existe conflicto entre el financiamiento del tratamiento y el de la prevención?
WARREN: Debe usarse más para todo. Necesitamos más para la educación, necesitamos más para ampliar el acceso al tratamiento, necesitamos más para las vacunas. Pero no sólo necesitamos más de todo eso: necesitamos gastar mejor. Hoy, el flujo financiero para avanzar en la vacuna contra el sida se acerca a los 800 millones de dólares anuales, más del doble que hace cinco años. Dentro de poco tendremos que gastar 1.000 millones de dólares al año. No tenemos lo que necesitamos, pero estamos cerca.
NAYYAR: Creemos, de hecho, que el financiamiento de la investigación hacia la vacuna contra el sida mejoró sustancialmente, y los países están contribuyendo equitativamente de acuerdo con su producto interno bruto. Las compañías farmacéuticas y biotecnológicas hacen su parte, pero apenas contribuyen con 10 por ciento del gasto total.
Como la experiencia de la industria es crítica para el éxito de la vacuna, IAVI ha trabajado con el sector público y también con el privado, para alentar un involucramiento más fuerte.
Los avances médicos para todas las respuestas esperanzadoras —medicamentos, vacunas y diagnósticos— son esenciales si queremos derrotar la pandemia.
— ¿Cómo avanzaron las pruebas clínicas y la investigación desde los primeros días del sida, en la década del 80?
WARREN: La buena noticia es que, mirando el mapa actual en términos de investigación hacia la vacuna, se constata que es un esfuerzo verdaderamente mundial, comparado con lo que sucedía hace cinco o 10 años. Hay pruebas de laboratorio y clínicas, y no solo en Estados Unidos y Europa occidental sino también en India, China, Sudáfrica, Uganda, Kenia… y la lista sigue.
Que los países donde se realizan investigaciones hayan pasado de seis a 20 es, para mí, una señal de que el mundo ha mejorado.
NAYYAR: Sabemos mucho más que en los años 80 sobre el VIH y sobre el modo en que opera en el cuerpo. Sabemos, por ejemplo, que el sistema inmunológico de virtualmente todos los seres humanos puede mantener el virus a raya durante 20 años o más. Existen algunos casos aislados de personas con una rara capacidad natural para rechazar el VIH a pesar de sufrir reiterada exposición al virus.
Hasta ahora, vacunas experimentales protegieron exitosamente a los monos del virus de inmunodeficiencia simia (SIV), muy similar al VIH.
Actualmente hay 30 candidatas a vacuna contra el sida en sus primeras fase de evaluación en seres humanos, en dos docenas de países. Buena parte de esta investigación se desarrolla en África y en Asia, donde hoy se registra la mayor parte de las infecciones. Otras se encuentran en la segunda fase, y habrá novedades en los próximos años.
— Una dificultad es el lapso de tiempo requerido para organizar las pruebas clínicas, especialmente en el camino hacia la tercera fase. ¿Puede —o debe— acelerarse el proceso sin violar principios de la ética médica?
WARREN: Hay algunos requerimientos que no pueden obviarse. Debemos reclutar mucha gente, entre otros elementos que insumen tiempo. Pero también hay cosas que nos detienen innecesariamente.
Necesitamos diseñar pruebas que nos permitan lograr respuestas con mayor rapidez. Por ejemplo, las comparaciones de las vacunas con placebos podrían comenzar más temprano, en la primera y en la segunda fase, para descartar lo que no sirva.