El presidente ruso Vladimir Putin pareció escuchar seriamente las propuestas surgidas del J-8, la «cumbre» de adolescentes de países del Grupo de los Ocho que se celebró en paralelo a la reunión de jefes de Estado y de gobierno en San Petersburgo.
El Grupo de los Ocho (G-8) países más poderosos está integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia.
La cumbre del J-8, segunda tras la realizada en simultáneo con la conferencia de jefes de gobierno en la ciudad escocesa de Gleneagles, en julio de 2005, se celebró el fin de semana en el poblado de Pushkin, en las afueras de la noroccidental ciudad rusa de San Petersburgo.
La propuesta que parece haber captado la atención de Putin fue que las empresas de todo el mundo destinaran un porcentaje de sus ganancias al mundo en desarrollo.
La industria podría ser invitada a competir para dar, le sugirió a Putin Christina, una adolescente canadiense que no dio su apellido.
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"Creemos que hay un programa global de competencia, y que necesitamos una olimpiada de la industria global. Todos compiten y todos se apasionarán por competir y ganar en la olimpiada".
Esto podría ayudar a financiar, entre otras cosas, un programa de "aprendizaje sin fronteras" para niños de países en desarrollo, explicó.
"Estaremos muy complacidos de mirar más de cerca su sugerencia", dijo Putin. "Me gustaría recordarles que el G-8 ya desarrolló un programa similar llamado 'educación para todos'. Y deberíamos ver hasta qué punto vuestras ideas son compatibles con las que el G-8 ya desarrolló, y estoy seguro de que hay algo nuevo e interesante que podemos considerar".
Putin dijo que la idea de la olimpiada de la industria global sonaba "interesante".
Su inesperada visita fue precisamente lo que los delegados necesitaban. Algunos habían comenzado a quedarse dormidos tras horas de debate con el ministro de Industria y Energía, Viktor Kristenko, sobre asuntos como la fusión nuclear y los hidrocarburos, según informes de prensa locales.
"Se despertaron" para encontrar a Putin entre ellos, informalmente, sin chaqueta ni corbata.
"Nos gustaría presentar nuestra opinión sobre algunos desafíos planteados por enfermedades, seguridad energética y tolerancia como nuestra contribución para crear una Tierra pacífica y hermosa, sin drogas", dijo el representante japonés Muneo Saito.
Otro delegado habló de la importancia de la información en la campaña contra el VIH/sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).
La británica Sophie Harrison se refirió a la necesidad de un mayor uso de fuentes de energía alternativa, tales como la solar, la eólica y la hidroeléctrica. Dijo que muchos de los jóvenes también apoyaban la energía nuclear, pero que se debería tratar los desechos nucleares "en su país de origen para reducir los riesgos involucrados con su transporte".
La italiana Elena della Site intervino planteando el problema de la escasez del agua y la contaminación.
Y Putin oyó a la representante rusa Tatyana Ushakova hablar sobre la necesidad de construir la tolerancia social. Rusia enfrenta una creciente xenofobia y racismo, afirmó la adolescente.
Putin no iba a dejar pasar eso. "Pienso que verdaderamente podemos decir que la tolerancia están en la propia raíz del estado ruso. Si los muchos grupos diferentes que viven en territorio ruso no se las hubieran arreglado para coexistir pacíficamente, no habríamos sido capaces de establecer un estado centralizado", afirmó.
Hasta ahora, la xenofobia y el racismo no fueron contrarrestados efectivamente. Ni Rusia está cerca de destinar 0,7 por ciento de su producto interno bruto (PIB) a la asistencia al desarrollo. Y donde el gobierno ruso no está haciendo suficiente, pocos esperan que el empresariado ruso lo haga.
Pero por lo menos Putin se encontró con una nueva generación de ideas, y por lo menos dijo que valía la pena considerarlas.