AMBIENTE: Tormentas y cambio climático van de la mano

Los huracanes más fuertes y frecuentes en verano y las tormentas invernales más intensas son consecuencia del cambio climático, según estudios presentados en el último congreso anual de la Sociedad Meteorológica y Oceanográfica de Canadá.

Científicos presentes en el congreso, el cuadragésimo de esta organización académica que reúne a 800 expertos del ámbito público y el privado, exigieron al gobierno canadiense acciones urgentes para detener el cambio climático.

"El cambio climático es real. El Protocolo de Kyoto es un importante primer paso, pero necesitamos hacer mucho más", dijo a IPS el director ejecutivo de la Sociedad, Ian Rutherford.

El Protocolo de Kyoto, aprobado en 1997, es un tratado internacional que ordena la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, a los que la mayoría de los científicos atribuyen el recalentamiento del planeta.

El principal de los gases invernadero es el dióxido de carbono, que es liberado en la atmósfera con el uso de combustibles fósiles como el petróleo, el carbón y el gas en procesos de transporte e industriales.
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"La evidencia científica ordena que, para estabilizar el clima, las emisiones deben reducirse mucho más allá de las ordenadas por el Protocolo de Kyoto", expresó una declaración aprobada por los miembros de la Sociedad.

Las advertencias de la Sociedad Meteorológica canadiense sobre el cambio climático no son nuevas, pero en los últimos meses adquirieron un tono de mayor urgencia.

Esto se atribuye, en parte, a que el flamante gobierno conservador de Canadá no apoya el Protocolo de Kyoto y se opuso a establecer mayores restricciones a las emisiones para un acuerdo que entraría en vigencia luego de cumplido el primer plazo, en 2012, en una reunión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebrada en mayo en la occidental ciudad alemana de Bonn.

Otra razón es que una pequeña y antes invisible organización de escépticos sobre el recalentamiento planetario llamada Amigos de la Ciencia repentinamente recibe atención del gobierno y de los medios de comunicación de Canadá.

"El gobierno conservador los está escuchando porque ellos le dicen lo que quiere oír", dijo Rutherford.

Según él, ningún miembro de Amigos de la Ciencia presentó ningún documento ni punto de vista a la reunión de la Sociedad Meteorológica, celebrada del 29 de mayo al 1 este mes en la meridional ciudad de Toronto. Ni siquiera asistió alguno.

"Ellos nunca presentan sus argumentos frente a científicos", agregó.

Esos escépticos probablemente no habrían disfrutado conociendo la primera evidencia física que vincula el recalentamiento planetario con la mayor actividad e intensidad de los huracanes, presentada en el Congreso.

Haciendo cálculos sobre las temperaturas de la superficie del océano Atlántico tropical a lo largo de muchas décadas, Robert Scott, oceanógrafo de la Universidad de Texas, mostró que el área del que parten los huracanes creció notoriamente en años recientes.

Los datos de Scott revelan que, desde 1970, el lado oriental del Atlántico, cerca de la costa de África, se volvió más cálido, llegando al límite de temperatura —de 26,5 grados— para la formación de huracanes. Eso significa que el área donde tradicionalmente se inician los huracanes se amplió cientos de kilómetros.

En efecto, dijo Scott, desde 1970 los huracanes han comenzado, en promedio, 500 kilómetros más hacia el este, por lo que pasan más tiempo sobre agua más cálida.

Aunque hay otros factores involucrados en la formación de huracanes, el crecimiento de la piscina de cálidas aguas donde se gestan también aumenta la fuerza de las tormentas, pues las aguas calientes funcionan como combustible para su crecimiento.

Scott está convencido de que el recalentamiento planetario le aportó más poder a los huracanes.

"La humanidad tuvo un impacto ostensible sobre los huracanes", aseguró en informes de medios de comunicación.

Ese sigue siendo un punto de vista controvertido, pero los datos van en aumento.

Hay nuevas evidencias convincentes de que el recalentamiento global producirá tormentas invernales más poderosas en las latitudes medias de los hemisferios Norte y Sur, dijo en la conferencia Steven Lambert, experto en clima del Servicio Meteorológico de Canadá.

Lambert examinó cómo afectarán las futuras emisiones de gases invernadero a los sistemas de baja presión durante el invierno, los modelos climáticos computarizados más actuales.

Todos los modelos coincidieron en que, a medida que aumentan los niveles de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, los sistemas de baja presión o ciclones se vuelven más fuertes pero se forman con menor frecuencia.

"Hay una relación directa entre los cambios en la magnitud de acontecimientos ciclónicos y la concentración de gases invernadero", dijo Lambert en una entrevista.

Lambert expresó a IPS que esto probablemente es el resultado de que las temperaturas más elevadas disparan la evaporación. Esto hace que más calor latente esté disponible, lo que fortalece los sistemas de menor presión.

Una vez que esos sistemas enormes pierden toda su energía, puede llevar más tiempo que se formen nuevos, y puede ser por eso que los modelos muestran menos ciclones, explicó.

Finalmente, los intentos por hacer que el océano absorba más dióxido de carbono —el principal gas de efecto invernadero— para enlentecer el recalentamiento parecen haber fracasado.

En el mundo, varios experimentos a gran escala, incluido uno de carácter internacional encabezado por Canadá en aguas de la costa de Alaska, vertieron toneladas de partículas de hierro en partes del océano para alentar el crecimiento del fitoplancton.

El crecimiento del plancton se limita por falta de hierro en muchas áreas oceánicas. El experimento canadiense fue controlado desde una embarcación y desde satélites espaciales, dijo Paul Harrison, director del programa de Ambiente Atmosférico, Marino y Costero de la Universidad de Hong Kong.

La idea detrás de estos esfuerzos es que el plancton absorbe dióxido de carbono y, cuando muere, se hunde en el fondo del océano, atrapando ese gas para siempre.

Pero aunque los incontables billones de criaturas de microplancton, como las diatomeas, pueden eliminar bastante dióxido de carbono de la atmósfera, muy poca cantidad de ese gas terminó en las profundidades del océano en los experimentos de "siembra" de hierro.

El plancton sometido a esta técnica tenía señaladores químicos, para que el destino último de cada microorganismo pudiera ser rastreado. Menos de cinco por ciento quedó por debajo de los 120 metros, una profundidad a la que el dióxido de carbono sería atrapado por mucho tiempo, relató.

"No parece que este sea un modo muy eficiente de reducir los niveles de dióxido de carbono", concluyó Harrison.

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