Países ricos y pobres, corporaciones multinacionales, activistas en favor del desarrollo y funcionarios del FMI, habitualmente en conflicto unos con otros, están de acuerdo al menos en algo: en que esa institución multilateral cambia o muere.
Pero las diferencias surgen cuando se formula la pregunta obligada: ¿qué cambio?
La respuesta divide en dos escenarios a los actores del drama del FMI (Fondo Monetario Internacional).
En el primero están los tecnócratas del FMI, los empresarios y los gobiernos del Norte industrial que quieren devolver a la institución su antigua gloria, cuando era uno de los instrumentos más efectivos para la apertura de mercados del Sur a las corporaciones.
Del otro lado se ubican las organizaciones de la sociedad civil y algunos gobiernos democráticos del mundo en desarrollo, que piden un FMI más representativo, menos intrusivo y más equitativo.
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El FMI, institución creada por las potencias occidentales triunfantes tras la Segunda Guerra Mundial (1938-1945) y que hasta hace muy poco repartía órdenes y condiciones a los países a los que otorgaba créditos, se ve amenazada por las críticas generalizadas por supuesta ineficacia.
Los países en desarrollo asumen cada vez con más autonomía las decisiones económicas, sin tomar en cuenta las condiciones del FMI. Diez países han pagado los préstamos, totalmente o adelantando cuotas, para evitar su malvenida influencia.
Cuando quedó bien claro que el monto de los créditos del FMI había disminuido, los del primer bando, los beneficiarios originales del poder de la institución, debieron aceptar la necesidad de reformas.
Estados Unidos ha aportado ideas para mantener con vida al FMI, entre ellas que se concentre en la supervisión de los tipos de cambio mundiales.
"El propósito más básico del FMI es controlar el sistema internacional de tipo de cambio", dijo el subsecretario del Tesoro (viceministro de Hacienda) de Estados Unidos para Asuntos Internacionales, Timothy D. Adams, en la víspera de la reunión bienal conjunta del FMI y el Banco Mundial que se celebrará este sábado y el domingo en Washington.
En esa tesitura también se encuentran instituciones financieras privadas que pretenden mejorar aun más su acceso a los mercados del mundo en desarrollo.
Esta semana se pronunció en ese sentido el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), que representa a docenas de firmas del porte de Citigroup, VISA y Morgan Stanley.
Al difundir un plan de ocho puntos para restaurar la importancia del FMI en el mundo, el IIF admitió que la caída de la asistencia brindada por la institución refleja la menguante influencia en las políticas de los mercados en desarrollo.
Ahora, los inversores no buscan con tanta asiduidad el "sello de aprobación" del FMI antes de decidir dónde ubicar su capital. "Las dudas sobre la eficacia del control del FMI condujeron a la búsqueda de mecanismos para fortalecer esta crucial función", dijo el director gerente del IIF, Charles H. Dallara.
Para el IIF, el FMI debería desarrollar el grueso de su tarea en el campo de la "vigilancia multilateral".
También están de acuerdo los tecnócratas del FMI, que no quieren presenciar la muerte de la institución mientras están trabajando en ella.
En el documento político Estrategia de Mediano Plazo, el director gerente del FMI, Rodrigo Rato, también se pronunció por una reforma que incluya un énfasis en el control.
Otra propuesta, apoyada por Estados Unidos —principal accionista del Fondo—, es convertir el producto interno bruto de los países en la base de las cuotas pagadas al FMI y de la ponderación del voto dentro de la institución.
Pero las organizaciones de la sociedad civil y los países en desarrollo, que se ubican en el campo contrario, procuran una mayor representación para el Sur, cuestionan esos planes pues creen que fortalecerán a las grandes economías del Norte.
Ministros de economía, finanzas y haciendas del Grupo de los 24 (G-24), una suerte de asociación de accionistas minoritarios del FMI, cuestionaron este viernes en conferencia de prensa la falta de un marco claro para la reforma del FMI.
Los países ricos "continúan expresando fuertes preferencias por un paquete completo que se refiera simultáneamente a todas las grandes cuestiones sin un plazo", indicaron en un comunicado.
La preocupación de las organizaciones de aliento al desarrollo y contra la pobreza, que se han dedicado desde hace décadas a vigilar al FMI y el Banco Mundial, tienen preocupaciones aun más profundas.
Estos activistas recuerdan que, al influjo del FMI, muchos países pobres implementaron medidas de austeridad que implicaron el desmantelamiento de servicios sociales, precipitaron la calidad de vida de la población y obligaron a los gobiernos a vender bienes y empresas públicas a elites económicas locales o a firmas extranjeras.
"La historia del FMI en el último cuarto de siglo ilustra a la perfección los peligros de dar demasiado poder a una sola institución", dijo el experto Shalmali Guttal, de Focus on the Global South, organización académica con sede en Bangkok.
"Si esta institución va a sobrevivir, sus funciones deben ser pensadas de nuevo. Solo respetando el derecho de los pueblos a controlar su propia política económica el FMI podrá tener relevancia en el siglo XXI", concluyó.