Kenia es uno de los países preocupados por la pérdida de trabajadores de la salud que emigran principalmente a las naciones industrializadas, reconoció el médico keniata Francis Kimani.
Al igual que Kenia, casi todo el resto de África afronta el mismo problema, que ha causado una insuficiencia de médicos, enfermeros y especialistas estimada actualmente en unos 820.000 profesionales para todo el continente.
Aunque la cuestión se extiende a todas las latitudes pues la demanda insatisfecha se eleva en todo el mundo a unos cuatro millones de profesionales de la salud, esos pedidos se concentran en las naciones industrializadas, por razones básicamente demográficas.
La fuente de donde fluyen esas corrientes migratorias son especialmente las naciones menos desarrolladas de África y Asia. Los motivos se encuentran en las exiguas remuneraciones, en la apatía de los ambientes laborales y en la falta de motivación y perspectivas en las carreras, mencionó Kimani a IPS.
Isaac Ziba, un enfermero que con su familia abandonó Malawi en 2004 para trabajar en el departamento de cirugía del Western General Hospital del servicio nacional de salud de Escocia, confirmó que su determinación fue motivada por algunas de esas razones.
Avances en la carrera, ulterior formación profesional, nuevas experiencias y por supuesto un salario mejor lo impulsaron a partir. "Tomé la decisión apropiada para mí y para mi familia", confió a IPS Ziba, quien aún duda cuando se le pregunta sobre un eventual retorno a su país africano.
En el caso de África el fenómeno adquiere dimensiones peculiares porque esa fuga de cerebros coincide con el efecto de la epidemia de sida que en ese continente ha cobrado ya la gran mayoría de los 25 millones de muertes por ese mal.
Además, África concentra 25 por ciento de las enfermedades abatidas sobre el mundo mientras apenas cuenta con 0,6 por ciento de los profesionales de salud registrados en el planeta.
Un cuadro opuesto se aprecia en el otro extremo de ese flujo migratorio, en las sociedades de la abundancia de los países industrializados que combinan índices crecientes de envejecimiento poblacional con tasas de fertilidad menguantes al extremo de que no pueden reemplazar a los trabajadores de la salud que se jubilan.
Así lo demuestra el modelo de dos de los países más "viejos" del mundo, Japón e Italia, cuando se les aplica la tasa de dependencia de las personas ancianas, que se mide por el número de mayores de 65 años por cada 100 personas en edad ocupacional (de 15 a 64 años).
En Japón, ese coeficiente era de 30 por cada 100 en 2005, pero se espera que llegue a 77 por cada 100 a mediados del siglo. En Italia subirá también de 30 cada 100 a unos 75 por centenar. Eso equivale a decir que en 2050, los dos países tendrán por cada cuatro personas en actividad laboral, tres ancianos en pensión y necesitados de cuidados de salud especiales.
En contraste, los países en desarrollo han reducido la mortalidad infantil en los últimos años, y mientras las tasas de fertilidad descienden, aunque con lentitud, se prepara un cuadro de crecimiento explosivo del número de jóvenes que se incorporarán al mercado laboral.
Estos son algunos de los ángulos que examinan en Ginebra un grupo de expertos de distintos países convocados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en un taller sobre "Migración y recursos humanos para la salud", que concluye este viernes.
En principio, Danielle Grondin, directora del departamento de migraciones y salud de la OIM, aclaró que este fenómeno no es nuevo. A comienzos de la década de 1970 ya había más enfermeras filipinas en Canadá y Estados Unidos que en la propia Filipinas, dijo.
Aunque ahora el movimiento es más febril. En los años 2000 y 2001 trabajaban en el exterior 150.000 enfermeras y enfermeros procedentes de Filipinas, país de 83 millones de habitantes. El mismo Zimbabwe, con una población de solo 13 millones, tenía en esa época con 18.000 enfermeras y enfermeros emigrados.
Grondin precisó que la movilidad no se reduce al tradicional sentido Sur-Norte, porque en Francia se reclutan también enfermeras de España, y Gran Bretaña atrae a las de Polonia, mientras que muchos médicos de Kenia se han trasladado a países de Medio Oriente.
Otro aspecto del problema atañe al llamado desperdicio de cerebros, que ocurre cuando profesionales calificados abandonan su país para ocuparse en tareas que no guardan relación con el campo de la salud.
En el sector se registra también un movimiento de pacientes que se trasladan al extranjero en busca de diagnósticos y tratamientos. En este flujo influyen factores como las diferencias de costos, la disponibilidad de tratamientos más especializados y la ausencia de esperas para recibir atención médica.
Facilidades lingüísticas, culturales y de seguros de salud, al igual que la proximidad geográfica, favorecen esos desplazamientos, como ocurre con los pacientes de Bangladesh que se trasladan a Tailandia, apuntó Grondin.
Kimani criticó a los expertos que para resolver el problema de la fuga de cerebros proponen mejorar las condiciones que se ofrecen en sus países a los potenciales emigrantes del sector de la salud.
Cuando se apropian de los recursos más importantes de un país pobre, se lo desestabiliza, opinó el médico keniata. En ese estado es muy difícil mejorar las condiciones y se entra en un círculo vicioso, comentó.
Una de las formas de salir de esa encrucijada sería que los países beneficiados por la migración de profesionales de la salud compensen a las naciones en desarrollo con los mismos recursos y fondos financieros empleados por los sistemas educativos para formar a esos emigrantes, propuso Kimani.
Otra alternativa mencionada por Kimani, director de servicios médicos del Ministerio de Salud de Kenia, fue la aplicación de impuestos a las remesas enviadas por los emigrados, que se emplearían en programas de desarrollo del país de origen.
Pero Ziba rechazó esa idea porque significaría implantar una doble imposición, dijo.
Mientras tanto, parecen escasas las perspectivas de desmontar el problema creado por las migraciones de trabajadores de la salud hacia las naciones industrializadas.
Por lo pronto, el Departamento (Ministerio) de Trabajo de Estados Unidos ha aceptado que afronta actualmente un déficit de 125.000 enfermeras. Esa insuficiencia aumentará a un millón dentro de 10 años, según la misma fuente.
Canadá, por su parte, ha pronosticado que la falta de enfermeras en el país se elevará a 195.000 en el año 2011, y a 282.500 en el año 2016.