Mujeres africanas, latinoamericanas o de Europa oriental buscando una vida mejor en la Unión Europea, niños que repletan fábricas de vestimenta y calzado en el sudeste asiático, jóvenes solteros, de escasa formación profesional o analfabetos conforman el perfil clásico del trabajo esclavo a inicios del tercer milenio.
Cada año, entre medio millón y 700.000 mujeres y jóvenes caen en las redes del tráfico humano y se convierten en esclavas del sexo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con sede en Ginebra. Muchas que lograron escapar, cuentan que fueron engañadas hasta por familiares y amigos.
La caída de los gobiernos del llamado socialismo real de Europa central y oriental a inicios de la década de 1990 se tradujo en una suculenta contribución al crecimiento de la esclavitud sexual en la Unión Europea (UE), a la que se sumó el aporte de las guerras de los Balcanes entre 1995 y 1999.
La OIM destaca el desempleo, los grandes flujos migratorios, la vitrina de los efectos de la globalización, incluido el aumento de los "servicios de carácter privado" en Internet, como elementos que tienen su cuota de responsabilidad en este fenómeno.
En 2004, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) realizó una serie de acciones a propósito del año internacional contra la esclavitud, a fin de no dejar caer en el olvido uno de los capítulos más oscuros de la historia mundial.
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La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 prohibió expresamente la esclavitud, la servidumbre y el comercio de personas.
Instrumentos internacionales posteriores ampliaron el alcance a la propiedad de un empleador mediante malos tratos o por amenazas de malos tratos, la deshumanización y la compra y venta de personas como mercaderías.
El 2 de diciembre, Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, conmemora la fecha en que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en 1949, el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena, uno de varios instrumentos mundiales de lucha contra estos delitos.
Pero la esclavitud persiste al manifestarse en el trabajo en condiciones de servidumbre para el pago de deudas, el trabajo forzado de adultos y niños, la explotación sexual de la infancia, el tráfico y transporte de seres humanos y los matrimonios impuestos.
El caso de Brasil es considerado paradigmático, al haber sido colonia portuguesa, (las Terras de Santa Cruz), fue punto de desembarque de la carga humana transportada por los galeones lusitanos desde la costa de África Occidental y, porque hasta hoy existen formas de esta práctica de explotación humana.
El presbítero brasileño Ricardo Rezende, destacado por su defensa de los campesinos sin tierra, en una conferencia que realizada en la ciudad brasileña de Curitiba calificó de "positiva" la decisión adoptada en 2004 por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva de crear un organismo interministerial para el combate del trabajo esclavo.
Pero el trabajo esclavo en Brasil continúa.
"Los 'gatos', como son conocidos los personeros de los 'fazendeiros' (hacendados), escogen lugares afectados por la sequía y por el desempleo, ofrecen trabajo en el talado de selva, garantizan atención médica, salario y hasta dan un adelanto para que (los trabajadores) dejen a su familia", apuntó el sacerdote.
Sin embargo, "al día siguiente se les avisa que solo podrán abandonar la hacienda una vez que paguen lo que deben: transporte, el aguardiente que bebieron durante el viaje, el almuerzo y el adelanto en dinero, al tiempo que son informados de que tendrán que comprar los instrumentos de trabajo y alimentos en el almacén del dueño de la propiedad".
"En general, las deudas no son saldadas porque acaba el período de trabajo y los hombres son liberados sin dinero", añade. Pero éstos no huyen porque "llegan de noche a haciendas que son enormes, cuando ya están borrachos, no conocen el camino, no tienen parientes ni amigos en las cercanías y tienen miedo de las humillaciones que sufren los capturados durante las fugas".
Los antecedentes históricos del combate a la esclavitud son sintetizados por el profesor portugués José Moreira da Silva, de la septentrional Universidad de Minho, al recordar lo difícil que fue eliminarla en el mundo cristiano, tanto en Europa como en América "porque no existe ninguna mención de la Biblia que condene esa práctica"..
Los que luchaban contra ella "encontraron sus mayores enemigos entre los cristianos, cuya gran mayoría aprobaba la esclavitud", sostiene Moreira da Silva.
Durante siglos, el tráfico de esclavos significó para Portugal una fuente de inagotable riqueza. En los siglos XV, XVI y XVII se basaba en la captura directa en el litoral y en el trueque de prisioneros musulmanes que los portugueses hacían en sus conquistas de ultramar con jefes árabes rivales de estos, los que a cambio, les proporcionaban la carga humana atrapada lejos de la costa africana.
Los mejores de la apreciada "mercadería" eran enviados a Brasil. El resto de los capturados eran rápidamente adquiridos por leales y asiduos clientes británicos, franceses y holandeses, que solicitaban la entrega de su compra en sus colonias o bien la recogían en las islas lusas de Cabo Verde, Santo Tomé y de Príncipe, los mayores "supermercados" de esclavos conocidos en la época.
Entre 1580 y 1640, España y Portugal formaban un reino único, y este comercio permanecía en manos lusitanas.
Portugal desarrolló el mayor y más lucrativo negocio esclavista de la época a través de un sistema económico implantado en las colonias lusas en ambos lados del océano Atlántico, mediante el comercio de mujeres y hombres africanos.
"Una excelente manera de obtener lucro fácil y rápido", sostiene un estudio publicado por el profesor portugués Manuel Pontes, en Saint Louis, Missouri, en enero de 2002.
"En nombre de Dios, el cristianismo en Roma nos proporcionó el derecho que nos llevó a querer, orgullosa y piadosamente, salvar las almas de los africanos para destruir sus vidas", pese a que Portugal "nunca tuvo ningún motivo como para declarar guerra a aquella humanidad negra", deplora el catedrático.
El trabajo de Pontes recuerda que durante el siglo XVI, Lisboa mantuvo el monopolio permitido por el Tratado de Tordesillas (1494), que dividía el mundo en zonas de influencia de España y Portugal, y en el que el Papa avaló el comercio de esclavos procedentes de la costa occidental de África, que antes que a Brasil, empezaron a llegar a la propia Europa.
En 1444, un galeón portugués desembarcó 235 africanos en un puerto de Algarbe, prólogo de un comercio que se extendería durante más de tres siglos.
"No obstante, no podemos decir que la esclavitud africana era algo nuevo en Europa, pues ya existía hace siglos, pero fue por la dimensión que adquirió después del Tratado de Tordesillas, que la institución de la esclavitud africana creció seriamente en Portugal", recuerda Pontes.
A partir de 1444, medio siglo antes de la llegada de Cristóbal Colón a América, la captura de africanos se convirtió en tan deshumana y bárbara, que los propios países interesados "se vieron obligados a tomar medidas para que las prácticas fuesen más humanas", apunta Pontes.
La compra de seres humanos poco a poco comenzó a organizarse, con la aceptación, apoyo y protección de todos los reinos, al tiempo que aparecía la competencia a los portugueses, en especial entre traficantes de Francia, Inglaterra y Holanda, debido a los nuevos descubrimientos que habían aumentado la extensión de sus respectivos imperios, donde eran necesarios más esclavos.
Sin embargo, Lisboa continuó siendo la cabeza de la mayor cadena de este comercio. Hasta nuestros días, existen en toda la costa del Golfo de Guinea —y no solo en las ex colonias lusas— pequeños fuertes portugueses, llamados "entrepostos", testimonios arquitectónicos de los horrores de esa época.
En los entrepostos, los africanos capturados o adquiridos a los árabes eran unidos unos a los otros usando un pedazo de madera semejante a un cepo, amarrado a la boca y en torno al cuello, apresados por una horquilla, con las manos atadas a la espalda. Antes de ser embarcados, eran bautizados por el obispo de Angola, porque de esta manera, los traficantes quedaban libres de impuestos en caso que su destino fuese Brasil.
Ya en 1550, el cronista portugués Cristóvão de Oliveira afirmaba que unas 10.000 personas, es decir 10 por ciento de la población de Lisboa, entonces la ciudad más rica de Europa, eran esclavas.
Con el crecimiento de la ciudad, la proporción disminuyó, pero en números absolutos la población negra y mestiza de Lisboa alcanzaba las 30.000 personas a inicios del siglo XVIII, continuando su crecimiento hasta 1761, cuando Portugal acabó con esa forma de comercio de seres humanos.
Pese a su crítica al esclavismo portugués, Pontes resalta en los párrafos finales de su estudio, las condiciones diferentes que viven hoy los afroestadounidenses y los latinoamericanos de origen africano, basadas en la diversidad de hábitos y costumbres entre ibéricos y anglosajones.
Pontes menciona a Domingos Caldas Barbosa, que nació en 1738 en Río de Janeiro, hijo de una esclava, y fundó la Academia de Artes de Brasil, mientras Paulino José da Conceição, nacido en Bahía a fines del siglo XVIII, quien se destacó como uno de los "Bravos do Mindelo", intento de revolución liberal en Portugal, antes de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos.
Y recuerda que "ya en el siglo XVI, el esclavo Afonso Álvares era considerado en Lisboa un hombre de letras y poeta, mientras que en la época colonial norteamericana del siglo XVII, en lo que es hoy el nororiental estado de Massachusetts, todo blanco que enseñase a leer a un indio o a un negro, podía ser condenado a la pena máxima".
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