SRI LANKA: Las playas que dejó el tsunami

Este destino turístico, célebre por sus playas color turquesa y sus arenas doradas, recobró el esplendor que había perdido cuando el tsunami del 26 de diciembre convirtió sus aguas cristalinas en una gran fosa común.

Los vendedores ambulantes volvieron a las playas, lo mismo que los buzos y los turistas. Un baño público recién construido y una torre para salvavidas, financiados por el gobierno de Corea del Sur son las principales atracciones.

Paseando a orillas del mar calmo como una piscina resulta difícil imaginar que el tsunami haya ocurrido alguna vez.

La naturaleza parece haberse recuperado más rápido que las personas.

Más allá de los gritos de excitación de los visitantes que ahora se meten con cautela en las aguas poco profundas del balneario, los residentes de Polhena todavía luchan con las consecuencias de la catástrofe que dejó 35.000 muertos y causó una destrucción indescriptible en las costas de este pequeño país insular situado al sudeste del subcontinente indio.
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"La gente está volviendo, pero no se queda mucho tiempo", contó Manuwelmadu Chandana, en el hotel Polhena Beach, observando los autobuses estacionados frente a la playa. Él estaba en el hotel cuando las olas golpearon la costa y vio perecer al gerente.

"Si el mar está agitado o hay viento fuerte, los visitantes se van rápidamente. Es comprensible, nosotros también estamos asustados", dijo Chandana. Hace unos días, cuando se difundieron rumores de otro inminente tsunami, los empleados del hotel mudaron todos los objetos de valor al primer piso y cerraron las puertas.

Ocultas por las paredes recién pintadas del hotel y la nueva cartelería yacen montañas de escombros, tiendas de campaña hechas jirones y las chozas de madera levantadas después del terremoto sobre las ruinas de los edificios.

El miedo y la confusión están escritos en el rostro de M.A. Nandawathie, mientras se recuesta sobre la puerta de su choza y describe el indiferente esfuerzo de reconstrucción. "Nadie (del gobierno) ha venido a hablar con nosotros, no sabemos dónde o cómo vamos a vivir", dijo.

Su casa destruida está en la zona de exclusión de 100 metros desde la costa, en la que el gobierno prohibió la construcción tras el desastre, luego reducida a 30 metros, a raíz de la intervención en mayo del ex presidente estadounidense Bill Clinton (1993-2001), quien visitó las áreas afectadas en calidad de enviado especial de las Naciones Unidas para el tsunami.

Debido a la prohibición original y a la lentitud de la reconstrucción, la espera de Nandawathie por alguna autoridad que le informe dónde y cómo podrá reasentarse ya ingresó en su undécimo mes.

Nandawathie no estaba al tanto de que el gobierno había reducido la zona de exclusión a 30 metros. "No sé, nadie nos dijo", señaló a IPS.

De hecho, una carta fotocopiada pegada en la fachada de una tienda cercana a la casa destruida de Nandawathie habla de una franja adicional de 300 metros destinada a árboles y vegetación, más allá de la zona de exclusión inicial.

La misma circular, publicada por el Departamento de Preservación de la Zona Costera, advierte que cualquier construcción no autorizada en ese cinturón será demolida.

Nandawathie, quien perdió a su marido en el tsunami, y otros pobladores esperan pacientemente que el gobierno los asista en su desgracia.

Algunos, sin embargo, decidieron no esperar más y comenzaron a levantar sus casas y comercios frente a la playa ignorando la prohibición.

"Yo no me puedo ir de aquí, aquí es donde tengo mi trabajo y gano lo que necesito para vivir", dijo M.I. Wimalasena, propietario de un pequeño complejo de duchas para bañistas, cercano a la playa.

Incluso si el gobierno decidiera aferrarse a su plan original de zona de exclusión, sería muy difícil persuadir a personas como Wimalasena, cuyos ingresos dependen de la playa.

"El gobierno debería permitir que la gente construyera lo que quiera, y ayudarla, no impedírselo o ponerle obstáculos", dijo Magamuwe Sri Pannyatissa Thero, monje principal del templo budista de Polhena.

Afortunadamente para Nandawathie, ella todavía es la propietaria del terreno donde estaba su casa. En medio de la confusión generada por la nueva reglamentación, sus vecinos vendieron los terrenos a muy bajo precio a un empresario hotelero, mientras la normativa sigue en idas y vueltas en función del clima político.

El gobierno tiene puesta su atención en las elecciones presidenciales del 17 de noviembre. A pesar de todos sus publicitados esfuerzos de reconstrucción, hasta ahora, sólo se entregaron 385 de las 49.233 viviendas que fueron destruidas en la zona costera.

Los pobladores de Polhena señalan el nuevo complejo para bañistas construido con financiación surcoreana como ejemplo del letargo de las autoridades. Ya está terminado y pronto para recibir turistas, pero el gobierno está empantanado en una discusión sobre precios que amenaza con posponer indefinidamente su apertura.

En un reciente acto electoral en apoyo del primer ministro Mahinda Rajapakse y candidato presidencial, celebrado cerca de Polhena, los oradores omitieron referirse al plan de reconstrucción y prefirieron concentrarse en atacar a sus adversarios.

El principal contendiente Rajapakse, el líder de la oposición Ranil Wickreamasinghe, prometió dejar sin efecto la zona de exclusión y completar el plan de entrega de viviendas en seis meses. Pero muchas de las víctimas del tsunami desconfían de esa retórica y les cuesta creer en esas promesas.

Mientras continúa la larga espera en la costa que dejó el tsunami, sus efectos se hacen cada vez más notorios en la vida cotidiana y en el seno de la sociedad.

Los niños que fueron transferidos a otras escuelas se quejan de que sus nuevos compañeros se burlan de ellos, y no quieren asistir más a clase.

"Es muy difícil estudiar en mi nueva escuela. Se ríen de nosotros y nos llaman 'los niños del tsunami'", dijo Ishani Lakshika, una niña de 10 años que quedó huérfana por la catástrofe.

Además, para ir y volver de su nueva escuela, Ishani tiene que caminar dos horas cada día.

Ella y su tía continúan viviendo en su casa destruida durante el día, y cuando llega la noche se van a dormir a la vivienda de un pariente que está un poco más lejos, porque tienen miedo de otra calamidad.

"Antes, solíamos disfrutar escuchando el rumor del mar cuando nos íbamos quedando dormidas. Ahora, cuando escuchamos romper las olas, nos vienen escalofríos", cuenta Nandawathie.

Es tan grande el miedo que ya no quiere vivir cerca de la playa. Pero sus posibilidades de mudarse son ínfimas.

"No sé que hacer. Esto es lo que construimos con mi esposo, y aquí murió él por el tsunami, todo es muy doloroso para mí. Quiero irme, pero no puedo", concluyó Nandawathie.

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