El frágil Musyimi Mbiti, de cuatro años, yace en un lecho casi sin cobijas en el hospital del distrito de Mwingi, a unos 165 kilómetros de Nairobi. Quiere llorar, pero el hambre lo privó de fuerzas para emitir sonido.
Sus pequeños brazos están atados a las barandas de la cama con un trapo sucio para evitar que mordisquee su propio cuerpo. Los huesos de sus demacradas mejillas sobresalen tanto que uno teme que puedan perforar la piel.
Cada tanto se entrega al sueño mientras su madre, Tabitha Mbiti, igualmente cansada, intenta acariciarlo.
En otras partes del hospital hay varios niños que padecen la misma malnutrición.
Este es el rostro de una hambruna que asola a varias regiones de Kenia, incluyendo el centro-sur, donde se encuentra el distrito de Mwingi. Esta zona seca y polvorienta, con una población de 332.000 habitantes, experimenta una sequía de tres años, y las temperaturas hacen hervir la tierra.
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El año pasado, Tabitha Mbiti plantó maíz y judías en su terreno de dos hectáreas, para alimentar a Musyimi y a sus otros cinco hijos, pero no cosechó nada.
Musyimi "no ha comido nada en los últimos cuatro días porque no hay nada para comer", dijo a IPS. "Yo había ido a la oficina del comisionado del distrito para pedir comida, y alguien reparó en mi hijo cansado y me pidió que lo llevara al hospital".
"Por fin aquí le pusieron suero y le dan agua de cereales para beber", agregó. Tabitha no está en mejor estado: su boca está seca y sus ojos llorosos de tanto bostezar, un síntoma que acompaña al hambre.
La familia Mbiti y muchas otras dependen ahora de las raciones de alimentos que distribuyen el gobierno y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), bajo una iniciativa de "alimento por trabajo".
Según este esquema, una familia recibe maíz, legumbres y aceite por cada día que uno de sus miembros trabaja en un proyecto del PMA. Está previsto que esas raciones satisfagan la mitad de las necesidades nutricionales de cada familia. Nadie puede trabajar más de 12 días por mes en los proyectos, que se centran en medidas de conservación del suelo y el agua.
Pero el plan puede caer bajo la presión de las cada vez mayores solicitudes de asistencia.
"Se está volviendo peor día a día, y esto se ve en la migración del campo a las ciudades del distrito. Muchas personas están viniendo de sus aldeas a Mwingi a buscar alimentos", dijo Solomon Kitheka, gerente de proyecto de la organización internacional no gubernamental Action Aid, con sede en Johannesburgo, que administra el programa "alimento por trabajo" del PMA.
Cada día, más de 30 personas se acercan a su oficina en busca de ayuda.
En la zona también se implementó un programa de alimentación escolar, pero con muchas dificultades. Las demoras en el suministro de comida a las instituciones escolares desbarataron los planes de brindar almuerzos a los niños.
"Esta temporada, la asignación (de alimentos) se demoró tres semanas, durante las cuales nos quedamos sin comida", contó Wilfred Kimanzi, subdirector de la escuela primaria Mavisi. "Casi la mitad de los alumnos dejó la escuela. Y sólo volvieron cuando se entregaron los alimentos".
Rodeada de árboles marchitos y alfombrada de polvo, Mavisi alimenta a 530 alumnos. En Mwingi hay 353 escuelas primarias con 131.225 escolares, la mayoría cubiertos por el programa de alimentación.
Pese a este escenario, el subcomisionado del distrito, Mohammed Maalim, sostiene que la situación está bajo control.
"No hay motivo par alarmarse en este momento. Tenemos suficientes alimentos para afrontar la situación. Además, también solicitamos semillas para ayudar a que la gente esté pronta para (plantar cuando lleguen) las lluvias. Nos embarcamos en una medida de preparación ante el desastre", señaló.
En septiembre, el gobierno del presidente Mwai Kibaki solicitó 33 millones de dólares para ayudar a 1,2 millones de keniatas a soportar la escasez de alimentos en varias zonas del país.
Un mes después, las autoridades anunciaron planes para construir en Nairobi una mansión para el jefe de Estado por valor de 1,3 millones de dólares.
Aunque el plan tiene luz verde de las autoridades económicas, despierta agrias críticas de los opositores, para quienes el presidente ya cuenta con una vivienda adecuada en State House, y sería mejor destinar esos fondos en aliviar el hambre.
Este argumento resulta irresistible frente a la oficina del comisionado del distrito de Mwingi, donde es continua la larga fila de personas que necesitan alimentos. Unas 50 personas, jóvenes y ancianas, recorrieron largas distancias, desafiando al sol abrasador para pedir provisiones.
Una de ellas es Charles Musyoka, ciego y padre de seis hijos que dejaron de asistir a la escuela a causa del hambre.
"Caminé 15 kilómetros en busca de comida para alimentar a mi débil esposa y a seis hijos. Vine yo porque ellos están muy débiles para caminar", dijo a IPS entre lágrimas.
"Nos fuimos a dormir con hambre durante muchos días, ya ni sé cuántos. Sobrevivimos comiendo frutos silvestres desde hace un mes, cuando nos dieron cuatro kilos de maíz", agregó.