La ciudadanía de Iraq participará este sábado en un referéndum constitucional considerado decisivo para su futuro político, pero la consulta no le facilitará a los dirigentes políticos del país y a Estados Unidos la tarea de romper el ciclo de violencia.
Persiste la resistencia de grupos de la minoría sunita, la cual ejerció el poder en Iraq entre la caída del Imperio Otomano en 1918 y la de Saddam Hussein en 2003. El Comité de Académicos Musulmanes, el grupo religioso sunita más influyente, exhortó a rechazar el proyecto de constitución.
Los militares estadounidenses, el gobierno iraquí y la población del país se preparan para otra oleada de violencia durante e inmediatamente después del referéndum.
Las calles de Bagdad lucen casi desiertas desde unos días antes de la consulta popular. Muchos prefieren quedarse en casa antes de arriesgarse a quedar atrapados en un tiroteo o en un atentado.
Los hechos políticos y militares más importantes no se verán afectados de inmediato por el resultado del referéndum. Las instituciones centrales del país están hoy firmemente dominadas por los chiitas y, en menor grado, por los kurdos.
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Los chiitas nunca más aceptarán un dominio sunita. Los kurdos nunca más aceptarán un gobierno central fuerte que domine el norte de Iraq. Y los sunitas necesitarán mucho, mucho tiempo para ajustarse a su pérdida de poder político y de dominio económico.
Por su composición étnica, tres cuartas partes de los 24 millones de iraquíes son árabes, 20 por ciento kurdos y el resto de pequeñas minorías.
En cuanto a la religión, el Islam es la religión mayoritaria. Sesenta y dos por ciento de los habitantes, concentrados en el sur del territorio, profesan el Islam chiita, y 35 por ciento el sunita, predominante en el mundo árabe.
Otras comunidades, como los turcomanos y los cristianos, constituyen un porcentaje muy pequeño de la población.
Los insurgentes sunitas, sean apoyados por Siria, Irán, la red terrorista Al Qaeda o todos ellos, no dejarán las armas porque rija una nueva constitución. Y la propia carta política parece contener demasiadas fallas como para inspirar a la ciudadanía iraquí a abrazarla como nueva causa nacional.
Pero cualquier gobierno necesita alguna base legal para operar, y en ese sentido el proyecto constitucional hace lo que se necesita, o lo hará luego de que las elecciones de diciembre abran una renovación tanto respecto de la ocupación extranjera como del régimen de Saddam Hussein.
Si la constitución es aceptada y los sunitas se vuelcan a las urnas en diciembre, el proceso abrirá paso a una mayor legitimidad del gobierno a los ojos del mundo exterior, en particular del árabe.
Pero aún está por verse si eso será útil, dado que la política regional e internacional está más determinada por los intereses que por la percepción de legitimidad.
Un rechazo del proyecto de constitución sólo podría registrarse con un tremendo nivel de asistencia a las urnas y de organización por parte de los sunitas que postulan el "no". Deberán participar en grandes cantidades para bloquear la iniciativa, y pocos prevén esa posibilidad.
Algunos funcionarios estadounidenses lanzaron un ataque preventivo de declaraciones optimistas, al manifestar que una buena participación sunita en el referéndum sería un triunfo para la democracia iraquí, sin importar el resultado del referéndum.
En caso de que el proyecto caiga, se convocará a elecciones para un nuevo parlamento y el proceso de elaboración de una constitución volverá a comenzar de cero.
Pero los kurdos y chiitas, que constituyen una gran mayoría, aún dominarían el legislativo y el comité a cargo de redactar la carta institucional, y propondrían una muy parecida a la que hoy está en debate.
Ese escenario sólo demostraría a los sunitas lo poco que valen sus votos, aun si se unieran para participar en el proceso político. Lo único que podría esperarse es un nuevo impulso para la insurgencia armada.
Lo que Iraq necesita es tiempo para consolidar el ejército y la policía, de modo que la población pueda gozar de seguridad y orden ante la violencia insurgente. Necesita un marco legal que permita el control de las instituciones armadas, y para eso está la constitución.
También necesita un sistema de fuertes pesos y contrapesos para atemperar el poder de la mayoría y brindar garantías a la minoría sunita.
La duda es si el actual proyecto resuelve lo que se necesita, pero también cabe la duda sobre la posibilidad de que otra versión procedente del presente proceso político sería mejor.
En este aspecto es que el papel de Estados Unidos adquiere importancia. Incapaz de poner fin a la insurgencia con métodos militares, ha cifrado mucha esperanza en el debate político, quizás con la expectativa de que mejoren sus posibilidades de retirarse de Iraq de forma "honorable".
Cualesquiera sean las esperanzas y ambiciones de Estados Unidos en Iraq, deberá darse cuenta, más temprano que tarde, de que no puede moldear con facilidad el futuro de un país y de una región entera a su antojo.
La iniciativa constitucional ya es una desilusión en cuestiones fundamentales para la comunidad secular, entre ellas los derechos femeninos.
Iraq, dada su gran población chiita, está entrando cada vez más en la órbita del régimen islámico iraní, para terror de países árabes y sunitas, en particular Arabia Saudita.
¿Acaso todo esto significa que la invasión fue en vano? Los pueblos de Iraq y de Estados Unidos deberán contestar esa pregunta a la luz de sus sacrificios.
Pero bajo el régimen de Saddam Hussein, este proyecto de constitución hubiera sido impensable, y el mantenimiento por tiempo indeterminado de su poder habría significado la persistencia de las penurias de los iraquíes, sin solución a la vista.