Angélica llegó hace cinco años a la capital mexicana para trabajar en el servicio doméstico. Aunque su empleadora dice que es como su «hija», nunca pudo ir a la escuela, no tiene vacaciones, gana menos de dos dólares al día y es la primera en levantarse y la última en irse a dormir.
"Me tratan bien, la señora me lleva a todo lado y en la noche me deja ver la novela en la tele (televisión)", señala a IPS Angélica, una joven indígena. Vigilada de cerca por su empleadora, a quien mira buscando aprobación a sus respuestas, agrega que llegó a la capital cuanto tenía 17 años.
Estudios del estatal Instituto Nacional para las Mujeres indican que en México hay 1,5 millones de personas que se desempeñan como empleadas domésticas, 95 por ciento son mujeres. La mayoría de ellas trabajan bajo la modalidad de "entrada por salida" (con horarios fijos) y 50 por ciento gana alrededor de 70 dólares al mes.
Se trata de personas que en general provienen de zonas rurales, con escasa educación y que trabajan toda su vida en lo mismo. Aunque las leyes locales indican que los empleadores tienen la obligación de brindarles un salario digno, hospedaje, alimentación y gastos médicos, esos compromisos raramente se cumplen, dicen los estudios.
Tras una jornada de lavar, planchar, cocinar y limpiar, Angélica no parece cansada y habla con entusiasmo. "Me gusta aquí, pues no hay la necesidad (pobreza) que hay en mi casa, allá estamos muy pobres y aquí no", expresa.
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Mientras mueve sus manos enrojecidas y duras de tanto contacto con agua, jabones y escobas, la mujer indica que sale muy poco de casa, pues sus patrones le advierten que la ciudad es peligrosa. Eso sí, relata que va con "la señora" a los supermercados y que una vez la llevaron con toda la familia de vacaciones a una playa.
"Es como una hija, es una buena chica aunque un poco ignorante y rara", señala en privado la dueña de la casa, una mujer de clase media que vive junto a su marido jubilado. "Los hijos ya están grandes y casados, así que ella es ahora mi única compañía", añade.
De acuerdo a la organización humanitaria Human Rights Watch, "las trabajadoras de casa particular realizan esencialmente a cambio de un salario las tareas que la sociedad espera de la mujer del hogar gratuitamente".
Angélica duerme junto a una lavadora en un cuarto de unos seis metros cuadrados y usa ropa de segunda mano, que le regala su patrona. Según indicó, por ahora lo que más quisiera es poder comprarse una televisión para colocarla en su habitación, ubicada tras la cocina y la zona donde se cuelga la ropa lavada.
Sobre sus derechos a vacaciones, mayor salario, vida privada y educación, la nativa del estado de Oaxaca, al sur de México, respondió que son asuntos que no conoce y que lo único que le importa por ahora es estar bien y poder enviar algo de dinero a sus parientes.
Los familiares de Angélica, cuyo apellido no es mencionado por pedido de ella y su empleadora, habitan en un municipio indígena de las sierras de Oaxaca. Se trata de personas que viven en condiciones de extrema pobreza.
Entre las comunidades indígenas de México, que congrega alrededor de 10 por ciento de los 104 millones de habitantes del país, la población femenina es la más vulnerable. Entre ellas, la esperanza de vida es de 71,5 años, frente a la de los hombres aborígenes que es de 76.
Mientras el analfabetismo de los hombres de las etnias originarias es de 18 por ciento, en las mujeres llega a 32 por ciento. Además, cerca de 46 por ciento de las nativas carecen de instrucción primaria y apenas 8,9 por ciento cursaron la educación media, indican cifras oficiales.
"Hay mucho maltrato contra las empleadas domésticas en las ciudades, se abusa de ellas y todavía hay quienes viven como esclavas, como si sus patrones fueran sus dueños", dijo a IPS Marcelina Bautista, directora del no gubernamental Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar.
Bautista, quien trabajó 21 años como empleada doméstica para luego dedicarse, desde hace tres, a defender los derechos de las mujeres en esa condición, lamenta que en el país no existan leyes claras que regulen el trabajo en el hogar.
"Es un trabajo desprestigiado, mal pagado y no regulado de manera adecuada", sostiene la activista, que integra la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar, una organización regional nacida a fines de los años 80 con el objetivo de promover los derechos de las empleadas domésticas.
El Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar brinda los fines de semana cursos a quienes trabajan como tales. En las sesiones, las asistentes reciben información de sus derechos económicos y laborales y son instruidas sobre técnicas para realizar las labores domésticas.
Como en México, en otros países de América Latina y el Caribe también miles de trabajadoras domésticas tienen problemas para ejercer y reclamar sus derechos, indican diversos estudios.
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), señala que al menos dos millones de niños, y principalmente niñas, están vinculados al trabajo doméstico en América Latina y el Caribe.
Se trata de menores que son víctimas de diversos tipos de explotación, desde malos tratos verbales y emocionales hasta el abuso sexual y la violencia física.
En los documentos, la OIT indica que las niñas "son explotadas en el trabajo doméstico, sometidas a tratos humillantes y discriminatorios".
"Viven en condiciones infrahumanas, muchas veces durmiendo en el suelo y comiendo las sobras, trabajan entre 12 a 16 horas diarias, sin distinción de domingos ni feriados, lo que les hace desistir de cualquier alternativa educativa", se agrega.
Aunque la mexicana Angélica sostiene que la tratan bien, ella entra en algunas de las observaciones que hace la OIT. Empezó trabajando como menor de edad, no tiene acceso a la educación, trabaja largas jornadas, no tiene vacaciones y desconoce la mayoría de sus derechos.
Entre 2002 y 2004, la estatal Procuraduría de Defensa del Trabajo de México registró apenas 435 denuncias de empleadas domésticas, cantidad ínfima frente a las miles registradas desde otros ámbitos laborales.
Las empleadas domésticas carecen de la cultura de la denuncia y eso es algo contra lo que hay que luchar, señaló Bautista, quien logró sacar adelante el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar gracias al respaldo de varias organizaciones privadas y a una beca que le entregó la Fundación MacArthur, de Estados Unidos.