Escaso interés y muchas críticas despiertan en el movimiento de mujeres brasileño e internacional los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio, considerados un retroceso en relación con las grandes conferencias de Naciones Unidas de los años 90.
En lugar de defender las llamadas metas del milenio, es mejor luchar por el cumplimiento de los compromisos asumidos en las conferencias de El Cairo y de Beijing, que son "más amplios" y mejor articulados con otras cuestiones del desarrollo, sentenció Ana María Soares, secretaria adjunta de la Red Feminista de Salud, que reúne a 113 organizaciones.
La Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, celebrada en El Cairo en 1994, y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Beijing en 1995, adoptaron planes de acción para afirmar la igualdad de género y variados derechos humanos, especialmente los sexuales y reproductivos, relacionándolos con el combate a la pobreza.
Los Objetivos de Desarrollo de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) para el Milenio, adoptados en 2000 por la comunidad internacional, "reducen la agenda amplia" que resultó de esas conferencias e ignoran las conexiones entre pobreza, género y salud reproductiva, destacó Sonia Correa, coordinadora de investigación en Salud y Derechos Sexuales y Reproductivos de DAWN, una red mundial.
Un esfuerzo por atenuar esa estrechez en la nueva cumbre convocada por la ONU en Nueva York del 14 al 16 de este mes, parece condenado al fracaso ante las presiones de Estados Unidos, se lamentó.
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La recuperación de algunos conceptos de El Cairo y Beijing también supone afrontar la oposición de gobiernos islámicos, conservadores, del Vaticano e incluso de algunos países de América Latina aliados de Washington, acotó en diálogo con IPS.
Los ocho Objetivos se concretan en 18 metas a ser cumplidas hasta 2015 en la mayoría de los casos y medidas por 48 indicadores. Solo dos metas, reducción de la mortalidad materna y de la propagación del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), contemplan derechos reproductivos.
Esta perspectiva es compartida por organizaciones internacionales que trabajan en salud sexual y reproductiva, una temática que se perdió por el camino y no por descuido, había dicho a IPS en diciembre del año pasado el director general de la Federación Internacional de Planificación Familiar, Steven Sinding.
Otro objetivo, eliminar las desigualdades de género en la enseñanza, es inocuo en Brasil, donde la escolaridad femenina ya supera a la masculina, como ocurre en muchos países latinoamericanos.
Una "patética" muestra de la adhesión acrítica del gobierno brasileño a las metas es su campaña televisiva llamando a la población a "poner a las niñas en la escuela", cuando ellas ya son mayoría allí, observó Correa.
En salud materna, Brasil no solo redujo la mortalidad, sino que desarrolla hace dos décadas una política de atención integral a la mujer de gran amplitud, acotó Soares. En la cuestión del VIH (causante del sida), el programa brasileño es reconocido internacionalmente como ejemplar y tampoco se limita a contener la mortalidad y el contagio.
El acento en la pobreza en los términos "economicistas" de las metas, que proponen reducir a la mitad hacia 2015 la proporción de personas que ganan menos de un dólar diario, hace olvidar aspectos y factores vinculados, como las desigualdades étnicas, la violencia y la distribución del ingreso, además de los derechos sexuales, criticó Soares.
Más allá de ese reduccionismo y de las simplificaciones distorsionadoras, el retroceso de los objetivos se extiende también a la escasa participación de la sociedad civil, que fue muy pequeña en la Cumbre del Milenio celebrada en septiembre de 2000 en comparación con las conferencias del ciclo social de los años 90, señaló Correa.
Por primera vez desde el inicio de esas grandes reuniones mundiales, el gobierno brasileño llevará a la Asamblea General de la ONU en Nueva York un informe elaborado sin consulta ni diálogo con las organizaciones sociales, ejemplificó.
Brasil está "perdiendo una oportunidad" de promover una agenda propia de desarrollo, especialmente en asuntos en los que está comparativamente avanzado, como la cuestión de género y la salud reproductiva, no limitándose a las metas globales sino "traduciéndolas al ámbito nacional" y ampliándolas, opinó Correa.
Los objetivos del milenio no deberían constituir un parámetro obligatorio, sino un estímulo, un empuje inicial para programas nacionales, como se hizo en Argentina y como podría impulsarse en América Latina, a partir de su realidad específica como la región de mayor desigualdad socioeconómica del mundo, sugirió.
Este tipo de críticas se repite en otras regiones.
En un simposio en Bangladesh a fines de agosto, Salma Khan, del comité para el cumplimiento de la Convención de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra las Mujeres, sostuvo que las metas "no perciben los derechos humanos de las mujeres como un objetivo de desarrollo".
Para Thais Corral, coordinadora de la brasileña Red de Desarrollo Humano, los objetivos acentúan una concentración de esfuerzos en las áreas más pobres de Brasil, como el semiárido Nordeste, con 25 millones de habitantes. Pero una acción local puede reducir más rápidamente los índices de mortalidad infantil y materna, de pobreza y baja escolaridad.
El gran obstáculo para la efectividad de programas sugeridos por las metas es la fragmentación de las acciones y, principalmente, la ausencia de estructura institucional adecuada y de mecanismos para que los beneficios lleguen a las poblaciones marginadas y se conviertan en realidad, evaluó Corral.
Este es un aspecto que las instituciones internacionales no manejan bien, pero que genera "mucho desperdicio, más costos que beneficios", dijo Corral a IPS.
"Eliminar la burocracia, capacitar y potenciar a agentes locales" es una necesidad primordial, sostuvo.