La llamada «discriminación positiva» destinada a promover a grupos étnicos postergados en Malasia está en cuestión desde que algunos individuos con buenos contactos obtuvieron enormes beneficios económicos aprovechándose de esa política.
Las revelaciones alimentan un persistente debate sobre si las políticas de acción afirmativa con base étnica todavía sirven, en tanto la economía abierta de Malasia lidia con los desafíos planteados por la globalización.
Delegados de la asamblea general de la gobernante Organización Nacional de los Malayos Unidos criticaron duramente el mes pasado la concesión de permisos lucrativos para importar automóviles en Malasia, otorgada a unos pocos elegidos. Pero otros miembros del oficialismo reclaman un refuerzo de esas políticas.
Críticos ajenos a la Organización afirman que el escándalo muestra que las políticas de acción afirmativa pueden ser objeto de abusos para enriquecer a un grupo selecto de individuos.
Los malayos constituyen el más grande de los varios grupos indígenas bumiputeras (que significa "hijos del suelo") de este país. La población de 26 millones de habitantes, se reparte en 60 por ciento de bumiputeras, 25 por ciento de origen chino y siete por ciento de origen indio, y el resto son extranjeros.
Las medidas de acción afirmativa a favor de los bumiputeras formaron parte de la Nueva Política Económica de Malasia, un plan de 20 años aplicado hasta 1990, que buscaba reducir la pobreza y reestructurar la sociedad para poner fin al determinismo étnico que establecía el destino económico de las personas.
Esa política se compuso de cuotas de ingreso a universidades, permisos especiales para ciertas actividades, becas y reclutamiento para el servicio civil, a fin de promover la participación de los bumiputeras en la economía.
En 1990, cuando expiró la Nueva Política Económica, esas normas continuaron en el marco de la Política de Desarrollo Nacional, cuyo alcance es también de dos decenios.
Pero el acceso de los bumiputeras a un sector de poder, la propiedad de acciones en las corporaciones, parece haberse estancado en 20 por ciento, por debajo del objetivo de 30 por ciento planteado por la Nueva Política Económica, aunque algunos discuten estos números.
"Las definiciones clave de la Nueva Política Económica deberían ser aplicadas nuevamente, para que los malayos adquieran poder y no sean marginados hasta el año 2020", opinó el presidente del ala juvenil del partido gobernante, Hishammuddin Hussein.
La estrategia de "crecimiento por distribución" de la Nueva Política debería ser implementada para asegurar que los bumiputeras finalmente alcancen la meta de 30 por ciento, agregó.
Tales reclamos despiertan preocupación entre los socios de la coalición gobernante y los partidos de la oposición, que temen un regreso a los abusos de la implementación de esas políticas.
Algunos malasios creen que es tiempo de hacer lugar a la meritocracia, y lograr empresarios y profesionales que puedan enfrentar las demandas de la economía global.
La discriminación positiva hacia una etnia ha creado favoritismos y corrupción y un síndrome de dependencia. El repartir permisos y contratos a individuos y firmas con buenos contactos ha promovido una cultura de patrocinio y búsqueda de réditos económicos, argumentan.
"Estamos tratando con un partido —la Organización— que les dice a los malayos que si no lo apoyan estarán poniendo en peligro su futuro", dijo el ex viceprimer ministro Anwar Ibrahim.
Anwar, ahora aliado a partidos de oposición, alega que ha llegado el momento de terminar con la "corrupta política de los bumiputeras" y reclama en cambio un "nuevo pacto" entre los grupos étnicos, que incluiría renunciar a la acción afirmativa y, al mismo tiempo, la promoción de contratación de más personal bumiputera por parte de firmas de la minoría de origen chino.
Anwar añadió que no estaba sugiriendo abolir la "condición especial" de que gozan los bumiputeras en la Constitución Federal, un cuestionamiento que constituye delito según la ley.
Algunos malasios están a favor de políticas de fomento basadas en la necesidad más que en la etnia, en una democracia social que provea asistencia a quienes más la requieren.
Otros alegan que ni la acción afirmativa ni la meritocracia, tal como se entiende actualmente, son suficientes. La meritocracia simplemente brindaría más oportunidades de prosperar a quienes ya tuvieron la suerte de nacer en hogares de clase media o alta, dejando a la amplia mayoría a la zaga.
"Me preocupa que quedemos atrapados en una versión más sofisticada del sistema de cupos y fracasemos en abordar cómo nuestros niños aprenden a convertirse en trabajadores en este sistema globalizado de producción", observó Azly Rahman, columnista del independiente portal de noticias Malaysiakini.
"Estamos usando las estrategias equivocadas para crear otro sistema educativo colonialista, que favorezca a los hijos de hogares económicamente privilegiados en esta nación cada ve más cibernética y biotecnológica", afirmó.
Después de su independencia en 1957, Malasia puso en práctica un enfoque liberal en su economía post-colonial, que hizo poco para abordar las disparidades étnicas en ingresos y control de la economía.
La minoría de origen chino e intereses extranjeros controlaban el comercio, mientras que muchos malayos trabajaban como pescadores o agricultores, mientras la población indo-malasia se dedicaba abrumadoramente a la dura labor en las plantaciones.
Estos desequilibrios persistieron hasta 1969, cuando estallaron sangrientos disturbios entre malayos y la comunidad china, que marcaron un antes y un después en Malasia.
Pocos discuten que la Nueva Política Económica, introducida luego de esa ola de violencia fue un éxito. La pobreza cayó notoriamente, aunque algunos críticos resaltan que la línea de pobreza oficial es irreal. La participación de los malayos en profesiones universitarias y otras actividades también creció.
Antes de los años 70, casi todas las grandes empresas eran de la comunidad china. Ahora, muchas personalidades importantes de los negocios son bumiputeras, que poseen cerca de 20 por ciento de las acciones de las corporaciones, cuando en 1970 tenían apenas 2,3 por ciento.
Pero la pobreza se ha profundizado dentro de las etnias, pues los beneficios se reparten desproporcionadamente, beneficiando a las elites de todos los grupos étnicos.
Mientras, la clase corporativa ha prosperado a expensas de la mano de obra importada y barata. Malasia todavía carece de provisiones como salario mínimo y los operarios, muchos de ellos malayos, ganan unos 131 dólares, casi equivalente al valor de la línea de pobreza oficial.
Los críticos también cuestionan la obsesión por considerar la participación corporativa de las etnias como medida de ingresos, cuando en verdad sólo mide como se distribuye la riqueza entre los grupos étnicos que pertenecen a la clase media y media alta.
La amplia mayoría de los malasios no pueden comprar acciones. A lo sumo, pueden hacer pequeñas inversiones en fondos en entidades estatales.
No todos los grupos indígenas sienten que se han beneficiado. Muchos todavía luchan para que el Estado les reconozca sus derechos tradicionales a la tierra.
Los malayos del norteño estado de Kedah y de los orientales estados costeros de Kelantan y Terengganu son mucho más pobres que los que residen en Kuala Lumpur, la capital.
También en los enclaves urbanos, una considerable porción de todos los grupos étnicos vive en asentamientos precarios o hacinada en viviendas baratas, a un mundo de distancia de la ostentación y las luces de la ciudad.
De este modo, las divisiones intra-étnicas han crecido y a muchos analistas les preocupa que un regreso a las políticas de acción afirmativa étnica perpetúe o incluso ampliar estas brechas.
Algunos observadores ven que esas políticas han debilitado la capacidad de muchos bumiputeras de competir en el mercado global.
"¿Acaso conocemos, por ejemplo, el porcentaje de empresarios malayos que fueron afectados por la crisis financiera de 1997 y no pudieron recuperarse porque sus débiles cimientos fueron construidos con base sobre la Nueva Política Económica?", preguntó el analista político Rustam Sani, autor del recién publicado libro "Whither Malay Nationalism?" ("¿Hacia dónde va el nacionalismo malayo?").
"No creo que volver a la Nueva Política Económica resuelva los profundos desafíos estructurales que soportan la economía y la sociedad, peor aun si sólo se trata de usar viejas etiquetas", agregó. (