Aaron Glanz, periodista de IPS que cubrió la guerra en Iraq, detalla en este informe las acciones del gobierno de George W. Bush que crearon las condiciones para la muerte, el 4 de abril de 2004, del soldado Casey Sheehan, otros nueve militares estadounidenses y 15 iraquíes.
Cindy Sheehan acampó durante dos semanas en las afueras de la hacienda de George W. Bush en Crawford, Texas, para reclamar una reunión con el presidente estadounidense.
Su hijo, el soldado Casey Sheehan, murió en Iraq en abril de 2004. Como no se encontraron armas de destrucción masiva en el país del Golfo, como aseguró el gobierno de Estados Unidos al argumentar en favor de la invasión, esta madre cree que Bush le debe una explicación.
La protesta de Sheehan se ha convertido en un faro del sentimiento antibélico. Más de un millar de vigilias se han organizado en todo el territorio estadounidense esta semana en apoyo a su demanda.
Cindy Sheehan debió interrumpir su campamento este viernes, cuando debió viajar a Los Angeles, donde su madre sufrió un derrame cerebral. Pero la activista prometió regresar pronto a Crawford.
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Bush descansa en su rancho desde hace dos semanas, en unas vacaciones que terminarán dentro de tres. El mandatario ha ignorado la protesta de Sheehan, y se rehusó a dar una respuesta directa cuando la prensa le preguntó sobre el caso.
"Ustedes saben, escuchen, compadezco a la señora Sheehan. Ella se siente fuerte en su posición. Y yo estoy… ella tiene todo el derecho del mundo a decir lo que cree. Esto es Estados Unidos", contestó.
El miércoles, la caravana de vehículos que custodiaba el de Bush aceleró al pasar por el campamento de Cindy Sheehan. El presidente se dirigía a una reunión con un recaudador de fondos para campañas electorales.
Pero Bush no se reunirá con Cindy Sheehan para explicar por qué su hijo Casey murió en Iraq. Yo puedo darle a ella la información que tengo al respecto.
Yo estaba en el barrio Ciudad Sadr, en Bagdad, el 4 de abril de 2004, el día en que el especialista del ejército Casey Sheehan murió allí. Yo era un periodista "empotrado" con las fuerzas de ocupación estadounidenses. Pero pude salir con vida de allí.
Había viajado a Ciudad Sadr para cubrir el ataque de las fuerzas de Bush contra el movimiento del clérigo chiita Muqtada al-Sadr. No importó que el clérigo tuviera millones de seguidores ni que perteneciera a una familia de gran relevancia política y tradición de resistencia a las tiranías.
El padre de Sadr murió a manos del régimen de Saddam Hussein por fomentar la rebelión en 1999. Su tío, el gran ayatolá Mohammed Baqir al-Sadr, había sido asesinado en 1980, cuando encabezaba una insurrección contra el régimen.
No importó que las fuerzas de Sadr alimentaran a los pobres, organizaran el tráfico o se dedicaran a recoger la basura en un lugar que carecía de servicios básicos. El problema, según Bush y su administrador en Iraq, el embajador L. Paul Bremer, era que Sadr se oponía a la ocupación.
Por lo tanto, lo combatieron. Primero, clausuraron su periódico. Después, arrestaron a su principal colaborador. Luego, Bremer anunció que un juez anónimo acusaba a Sadr de asesinato.
"Él está efectivamente intentando afianzar su autoridad en lugar del legítimo gobierno iraquí. No lo toleraremos", dijo Bremer.
Eso fue el colmo. Antes del 4 de abril de 2004, Muqtada al-Sadr, exhortaba a sus seguidores a protestar pacíficamente contra la ocupación. Pero tras el ataque estadounidense, los urgió a "aterrorizar al enemigo".
En las primeras 48 horas de combate, los seguidores de Sadr capturaron locales policiales y gubernamentales en todo el país, incluida la oficina de la gobernación de Basora, en el sur de Iraq.
Por lo menos murieron 75 iraquíes y 10 soldados estadounidenses, entre ellos Casey Sheehan. En mi tarea como periodista, sólo vi las bajas iraquíes: a los muertos estadounidenses los conducían a hospitales militares.
Junto con mi traductor, Waseem, atravesamos numerosas calles cerradas por tanques estadounidenses hasta el hospital Al-Ubaidi, en Ciudad Sadr.
Entrevisté allí a Alí Hussein, de 15 años. Había recibido un balazo en el vientre. Apenas podía levantar la cabeza, pero quería decirle unas pocas palabras a un periodista de Occidente.
"Estaba en la puerta de mi casa y me dispararon", murmuró. "No tengo nada que decirle a los estadounidenses. La cosa es solo entre ellos y Dios."
A pocos kilómetros de distancia, en la Universidad Mustansuriye, cientos de estudiantes se concentraron en el centro del campus. "Los muertos quieren un pueblo valiente, por lo que no seguiremos la ley de Bremer", cantaban.
"Actuaremos de acuerdo con la situación que afrontamos", dijo entonces Wassam Mehdi Hussein, líder de la Unión Islámica de Estudiantes Iraquíes, en apoyo a la declaración de "jihad" (guerra santa) lanzada por Sadr contra la ocupación. "Usaremos cualquier medio, pacífico o violento", agregó Hussein.
Otro estudiante de Mustansuriye, Alí Mohammed, recordó que la violencia se desató cuando los militares estadounidenses clausuraron el diario de Sadr y arrestaron a su colaborador.
"No queremos combatir a los estadounidenses", me dijo Alí Mohammed. "Les estamos muy agradecidos. Los queremos porque nos liberaron de Saddam Hussein. Pero, al mismo tiempo, queremos que hagan algo por la humanidad."
"Muchos sufren hambre y se tienen que quedar sentados en casa porque no tienen trabajo. Estas cosas empeoran la situación y entonces acudimos a los atentados. Queremos respetarlos y queremos que nos respeten."
Un año después, no hay respeto. Ni siquiera para ciudadanos estadounidenses como Cindy Sheehan, que merece saber la verdad sobre la muerte de su hijo en Iraq.
— Aaron Glantz es colaborador de IPS y publicó el libro "How America Lost Iraq" ("Cómo Estados Unidos perdió Iraq"), de la casa editorial Tarcher/Penguin.