DERECHOS HUMANOS-RUANDA: El orfanato que le ganó al genocidio

A los 93 años, la estadounidense Rosamond Carr continúa a cargo del refugio infantil Imbabazi, que significa «un lugar donde se puede recibir el amor de una madre», creado a raíz del genocidio de 1994.

Imbabazi aún funciona en la ciudad de Gisenyi, en el oeste de Ruanda, y alberga a 122 niñas y niños.

Hace 11 años, cuando fundó el refugio, Carr tenía apenas 6.000 dólares a su nombre, la mitad de los cuales utilizó para transformar un viejo local de procesamiento de piretro, un insecticida natural, en un hogar para niños. Por entonces había pocos hogares seguros para huérfanos.

Pequeña y de hablar suave, a primera vista Carr podría no parecer candidata adecuada para liderar un refugio infantil en un rincón especialmente pobre y conflictivo de África. "La mayoría de nuestros niños ha visto morir a sus padres", dijo Carr.

Más de 800.000 tutsis y algunos hutus moderados fueron asesinados ese año, en lo que constituyó uno de los más graves genocidios de la historia, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

El orfanato recibió a sus primeros ocho huéspedes hacia fines de 1994. Desde entonces, muchos menores se han reencontrado con tías, tíos y abuelos, según Carr, pero Imbabazi ha continuado funcionando.

Amiel Ngabo, secretario ejecutivo de la provincia de Gisenyi, considera a Carr "irreemplazable". Pero ella siente que le ha llegado el momento de entregar las riendas de Imbabazi. "Estoy demasiado vieja y siempre estoy cansada", dijo durante una entrevista en su casa sobre las costas del Lago Kivu, un hogar repleto de fotografías infantiles.

El gobierno planea encontrar a alguien que se ocupe de Imbabazi, pero Ngabo dice que a largo plazo preferiría que los niños vivieran con sus propias familias o en hogares adoptivos.

Antes de mudarse a África, Carr vivía en Nueva York y trabajaba como ilustradora de modas para catálogos de tiendas. En los años 30, se casó con Kenneth Carr, un ciudadano británico 24 años mayor que ella, quien la describía como "una cazadora mayor y una muy buena fotógrafa". Kenneth había viajado mucho y poseía plantaciones de café en Uganda.

En 1949, la pareja viajó al Congo (luego rebautizado Zaire y, más tarde, República Democrática de Congo, RDC). Cuatro años después sobrevino el divorcio, y Rosamond Carr se mudó a Ruanda, donde realizó una variedad de trabajos para llegar a fin de mes: desde dirigir una plantación de flores de piretro hasta administrar el hotel Palm Beach en Gisenyi.

Kenneth Carr se había resistido a tener hijos, mientras su esposa los anhelaba. Tras el divorcio, ella quería volver a Estados Unidos a casarse nuevamente y comenzar una familia, pero a los 40 años decidió que era tarde para intentarlo.

Rechazó una propuesta de un pretendiente también británico porque él quería irse de África. "En realidad, yo estaba enamorada de la vida, no de nadie en especial", relató Carr. "Pude haber tenido tantos amantes como quisiera, pero todos los hombres más agradables estaban casados".

Al final logró una familia. "Yo había pasado toda mi vida queriendo niños, así que tuve a los primeros cuando tenía 82 años", relató.

Carr soportó lo que describe como "la guerra dura" de principios de los años 90, cuando el rebelde Frente Patriótico Ruandés (FPR), principalmente compuesto por miembros de la etnia tutsi, intentó derrocar al gobierno dominado por los hutus.

Carr se vio obligada a huir del país durante las matanzas de 1994.

Luego el FPR tomó el poder, lo que llevó a muchos hutus perpetradores del genocidio a cruzar al entonces Zaire, desde donde procuraban desestabilizar a Ruanda.

"Lo peor para mí fue que los niños estaban en peligro constante. Las armas nunca se detenían, incluso en 1998", dijo Carr. Ese fue el año en que Ruanda comenzó a apoyar a los rebeldes que querían derrocar al presidente de la RDC, Laurent Kabila (1997-2001), tras su fracasado intento de expulsar a los extremistas hutus que habían participado en el genocidio.

Carr "agradó a los pobladores", dijo Aloys Kaberuka, coordinador de una organización no gubernamental en Gisenyi. "Ella ama a los niños", agregó. Cuando los ruandeses se acercaban diciendo "vine por comida para mis hijos" o "no puedo pagar la cuota escolar de mis hijos", Carr los ayudaba. También ofreció a los padres trabajo en su granja.

Las experiencias de Carr son detalladas en su autobiografía publicada en 1999, "Land of a Thousand Hills" (Tierra de las mil colinas).

La actriz estadounidense Sigourney Weaver, que en 1988 viajó a Ruanda para filmar la película "Gorilas en la niebla", fue quien hizo la primera donación, de 1.000 dólares, a Imbabazi.

La película estaba basada en la vida de Dian Fossey, una conservacionista que había sido asesinada en Ruanda, supuestamente por cazadores, luego de pasar más de una década trabajando para proteger a los gorilas de las montañas de África central, en riesgo de extinción.

El mes pasado, Weaver volvió a Ruanda para rodar un documental titulado "Gorillas Revisited" (Gorilas revisitados). En la película, que proporciona una mirada actual sobre la situación de los primates, también aparece Carr. (

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