Llegaron a Estados Unidos hace pocos años, huyendo de la guerra civil y del caos económico y político en Somalia. Fueron bien recibidos al comienzo, pero no debieron esperar mucho para pasar a ser víctimas de la hostilidad y la xenofobia.
Pocos meses después de que los refugiados somalíes se instalaran en la pequeña localidad de Lewiston, en el nororiental estado de Maine, algunos residentes comenzaron a acusarlos de acaparar los empleos, aprovecharse del gobierno y de significar una carga económica para el país.
Es tiempo de que la comunidad somalí empiece a tener más disciplina. Estamos abrumados. La ciudad está al máximo de su capacidad financiera, física y emocional, dijo el alcalde de la ciudad, Larry Raymond, cediendo a la presión de los grupos contra la inmigración.
Los líderes somalíes calificaron de provocadoras y perturbadoras las declaraciones del alcalde, a quien llamaron líder mal informado, atado a la intolerancia. Algunos residentes de Lewiston expresaron solidaridad con los refugiados.
Poco después, en otra pequeña localidad del cercano estado de New Hampshire, el gobierno local limitó el arribo de refugiados, arguyendo que ya había demasiados y estaban poniendo en jaque al sistema de salud pública.
Por el contrario, en la antigua ciudad industrial de Buffalo, en el nororiental estado de Nueva York, las autoridades procuran atraer a los refugiados para reconstruir el lugar, prácticamente abandonado por cientos de residentes que se mudan a ciudades más grandes.
Las autoridades municipales crearon una comisión especial para intentar atraer a unos 3.000 refugiados al año.
Es una política humanitaria, pero también vinculada con la economía pública. Así es como construimos Estados Unidos, dijo Antonie Thompson, miembro de la junta municipal.
Esta diferencia de actitudes prevalece en todo el mundo industrializado. El problema será motivo de reflexión este lunes, cuando se celebre el Día Mundial del Refugiado.
La visión de Thompson es compartida por varios expertos en población, quienes coinciden en que la llegada de inmigrantes o refugiados no tiene efectos negativos en el mercado laboral para ninguna persona, a excepción de los propios inmigrantes.
El impacto a largo plazo (en el mercado laboral) de la llegada de un inmigrante depende de su edad al tiempo de arribo y de los años que tenga de educación , concluyó un estudio elaborado por la organización no gubernamental estadounidense Twin Cities United Way.
El informe indica que la mayoría de los refugiados son jóvenes y capacitados para el trabajo físico, por lo cual contribuyen a la mano de obra del país. Éstos trabajan y pagan impuestos, pero por lo general no tienen seguridad social ni beneficios de la salud.
Otro estudio sobre el impacto de los refugiados en la economía arrojó resultados similares.
Los refugiados pueden significar un gran beneficio para las comunidades, y esto debe reconocerse, señaló Paul Hagstrom, profesor del Colegio Hamilton, de Nueva York, quien realizó su propia investigación.
El gobierno de Estados Unidos se propone reubicar este año a unos 70.000 refugiados en varias ciudades. De estos, unos 13.000 son de Asia oriental, y el resto de Europa, América Latina, y Medio Oriente.
Grupos defensores de los refugiados en Estados Unidos presionan al gobierno del presidente George W. Bush para que adopte un sistema de ayuda a estas personas compatible con los derechos humanos, rechazando el asistencialismo, la dependencia y la inactividad.
Les estamos fallando a quienes más nos necesitan, afirmó la activista Lavina Limon, del no gubernamental Comité para los Refugiados e Inmigrantes de Estados Unidos. El grupo divulgó esta semana un informe sobre el estado mundial de los refugiados.
La ley internacional establece que los refugiados tienen derecho a vivir con dignidad, subrayó.
Su llamado para un trato más humano para los refugiados fue bien recibido en la pequeña localidad de Lansing, también en el estado de Nueva York.
Desde 1990, las autoridades municipales llevan adelante una campaña para atraer refugiados, pues la ciudad ha perdido a más de 8.000 residentes.
Varios refugiados ahora trabajan como obreros de la construcción, en bares, y hasta como profesores y médicos. La ciudad no ha desaparecido gracias a ellos.