El Portugal del Sefarad comienza gradualmente a ser descubierto. Hasta el siglo XX, el mundo desconocía la existencia en las montañas del centro del país de la última comunidad cripto-judía de Europa.
Poco a poco, en gran parte gracias a la promoción del turismo cultural en aldeas milenarias conservadas con esmero, se comienza a conocer la historia de los últimos judíos sefardíes secretos de la Península Ibérica.
Enclavada en la Serra da Estrela, la mayor cadena montañosa del país, la aldea de Belmonte se perfila a 2.000 metros de altura como una auténtica memoria humana viva del riquísimo y antiguo Portugal judío.
El origen remoto de Belmonte está comprobado por lo menos desde 1297 y subsiste aún hoy con unidad, sinagoga, rabino, cementerio propio y una dirección comunitaria. Su importancia se debe más a la peculiaridad de una resistencia a lo largo de los siglos que a su peso demográfico a través de su historia.
En sus entornos, se ubican antiguas aldeas, hoy convertidas en prósperas ciudades, tales como Covilhã, Guarda, Trancoso y Fundão, ineludibles referencias de las antiguas comunidades sefardíes portuguesas.
Los muros de Belmonte encierran en su interior la comunidad de los cripto-judíos, nombre que obedece a un concepto de clandestinidad: aparentemente católicos, pero que en verdad conservaron en secreto sus ritos hebreos. Son unas 200 personas, que equivale a casi 10 por ciento de sus habitantes.
Ester Mucznik, la vicepresidente de la Comunidad Judía de Portugal que ha dedicado casi toda su vida académica como socióloga a la investigación sobre el judaísmo lusitano, llegó a la conclusión que 80 por ciento de los 10,2 millones de habitantes del país tienen origen cristiano nuevo, es decir, convertidos al catolicismo debido a la Inquisición.
Eso explicaría la falta de antisemitismo en Portugal, porque nadie puede asegurar que por sus venas no corre sangre judía, dijo Mucznik en una reciente entrevista a la radioemisora británica BBC.
En términos proporcionales, 200 judíos de Belmonte representan una cifra modesta, ante una comunidad judía observante de 3.000 personas y presuntos ocho millones de cristianos nuevos.
Sin embargo, su valor simbólico es enorme, así como el histórico, en especial por el papel desempañado durante los grandes descubrimientos.
Belmonte es también dominado por el palacio de la familia del más famoso de los hijos de la aldea, el almirante Pedro Álvares Cabral, que en 1500 arribó con su flota a las Terras de Santa Cruz, más tarde el Brasil portugués.
Pêro da Covilhã, el explorador, que preparó la ruta marítima para India cinco años antes del viaje de Vasco da Gama en 1498, así João Ramalho, el primer bandeirante (explorador de territorios vírgenes) de Brasil, ambos de origen judío de la vecina ciudad de Covilhã, más tarde convertidos al catolicismo.
En los siglos XV y XVI, los judíos de esta región fueron decisivos ûespecialmente en la cartografía— para los descubrimientos logrados por los dos países ibéricos, que al decir del poeta Don Luiz Vaz de Camões, el padre de la lengua portuguesa, trajeron nuevos mundos al mundo.
En Portugal, la población sefardí fue siempre creciendo a lo largo de la Edad Media. A comienzos del siglo XV se contaban unas 30 comunidades.
En 1492, cuando Cristóbal Colón llegó al continente luego denominado América, existían más de 100 judiarias (barrios judíos) que proliferaron ante una casi ausencia de acciones contra este grupo étnico-religioso.
Al mismo tiempo, el crecimiento de los movimientos contra los judíos en España, en especial en Navarra, Castilla y Aragón desde mediados del siglo XIV, creaba un flujo migratorio hacia Portugal.
Otro factor determinante fue el establecimiento de la Inquisición en España, que incluyó la expulsión de los judíos de Andalucía en los en los primeros anos de reinado de los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.
El año de la llegada de los españoles a América, 1492, y del fin de la reconquista cristiana con la caída de Granada, el último bastión árabe, los reyes católicos promulgan el decreto de expulsión de los judíos. Ese fue el inicio de la Diáspora del Sefarad.
En Portugal, donde en la época vivían unos 30.000 judíos, el rey João II acogió a muchos de ellos, cuyo total se calculó entonces entre 50.000 y 70.000 personas. Pero tras su muerte, en 1495, su sucesor, el rey Manuel I, casado con una hija de los reyes católicos, promulga también el edito de expulsión.
A partir de entonces, esta es una comunidad que vivió en las tinieblas durante cinco siglos y sólo hace unos 15 años salimos a la luz, porque la Inquisición terminó, pero el miedo permaneció, comentó a IPS José Henriques, vicepresidente de la comunidad judía de Belmonte.
Hasta hoy, pasados 31 años de la revolución militar izquierdista que derrocó la dictadura corporativista (1926-1974) instaurada por el ultra católico Antonio de Oliveira Salazar, la comunidad judía de Belmonte continúa siendo muy cerrada y desconfiada, apuntó por su parte Jorge Patrão, presidente de la región de turismo de la Serra da Estrela.
En efecto, los intentos de IPS por conversar con habitantes de la judiaria de Belmonte se vieron frustrados por ademanes de los transeúntes que indicaban una categórica negativa al diálogo.
Hace siete años que comencé el proyecto de convencerles a abrirse al turismo, no por razones religiosas, sino culturales e históricas, porque quien desee conocer la historia sefardí verdadera, debe visitar Belmonte, dijo Patrão a IPS.
Sólo Henriques presenta la cara al exterior de esta comunidad judía, reconocida como tal por el Gran Rabino de Jerusalén sólo en abril de este año.
Con las sinagogas prohibidas, durante 500 años nuestro culto fue realizado en las casas, en secreto y en portugués, porque el hebreo, que ahora estamos recuperando, se fue perdiendo con los años, señaló.
Henriques hizo especial hincapié en el papel crucial de la mujer, que de generación en generación fue la encargada de la transmisión oral de la preservación de nuestro culto, en esta comunidad secreta durante siglos y que no mantuvo ningún contacto con el judaísmo exterior.
En toda la región que circunda Belmonte, rica en vinos y aceite de oliva, las costumbres ancestrales sefardíes se han convertido en una importante fuente de ingresos, mediante la venta de productos kosher, una denominación religiosa que indica que en su elaboración sólo son tocados por judíos.
Al concluir el ciclo de producción de esos alimentos, un rabino sella y firma los recipientes como garantía de pureza y despacha vinos y aceites a mercados de judíos pudientes de otras latitudes, en especial de Estados Unidos y del resto de Europa. Son los nuevos tiempos de la globalización.