La capacidad del presidente palestino electo Mahmoud Abbas de establecer su autoridad y obtener el reconocimiento de su pueblo dependerá menos de sus propias acciones que de la generosidad del gobierno de Israel y grupos radicales islámicos como Hamas, y del apoyo de Washington.
El ex primer ministro podrá mostrar el 62,3 por ciento de los votos obtenidos el domingo como prueba de un mandato amplio y popular, pero en definitiva su elección como presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), en reemplazo del fallecido líder Yasser Arafat, fue la parte más fácil.
En su campaña, Abbas reiteró su antigua posición de que los ataques armados contra objetivos israelíes perjudican los intereses palestinos, y que éstos pueden promoverse volviendo a la mesa de negociaciones con Israel. Ahora que los palestinos lo eligieron, querrán ver si la estrategia propuesta mejora la difícil situación de la población, con 60 por ciento de pobreza.
Su primer desafío será convencer a los grupos extremistas palestinos, como Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica) y Jihad Islámica, de aceptar un cese del fuego.
Abbas, también conocido como Abú Mazen, preferiría alcanzar ese objetivo mediante el diálogo, en lugar de aceptar la exigencia israelí de reprimir a los radicales con las fuerzas armadas, lo que podría generar una guerra civil.
Representantes de todas las facciones palestinas, incluido el gobernante partido Fatah, se reunirán en El Cairo en las próximas semanas para entablar conversaciones sobre el cese del fuego patrocinadas por el presidente egipcio Hosni Mubarak.
El argumento de Abbas es sencillo: cuatro años de intifada (insurrección contra la ocupación israelí) no han acercado a los palestinos a su sueño de un estado independiente, por lo tanto lo mejor será transitar el camino político.
¿Escuchará ese argumento Hamas, que boicoteó las elecciones del domingo 9? El grupo todavía está lamiendo sus heridas después que Israel asesinara a varios de sus más altos líderes el año pasado, incluido a su fundador y líder espiritual, jeque Ahmed Yassin, y podría estar dispuesto a aceptar una tregua.
Hamas perpetró la mayoría de los atentados suicidas contra objetivos israelíes, y todavía no reconoce la existencia del estado de Israel.
Pero el primer ministro israelí, Ariel Sharon, podría ser un hueso más duro de roer. La última vez que Sharon y Abbas se reunieron fue en agosto de 2003, dos semanas antes de que Abbas renunciara a su puesto de primer ministro, en parte por su imposibilidad de extraer concesiones al mandatario israelí.
Cuando después de mucho negociar Sharon liberó finalmente algunos palestinos presos en Israel, en un supuesto gesto de confianza, Abbas quedó debilitado a los ojos de su propio pueblo, porque los prisioneros liberados estaban por cumplir su sentencia o eran palestinos detenidos por permanecer en Israel sin permiso.
Los prisioneros con largas condenas, considerados en las calles de Gaza y Cisjordania como la vanguardia de la lucha palestina por la liberación, no fueron liberados.
Queda por ver si Sharon se mostrará más generoso esta vez. El martes, telefoneó a Abbas para felicitarlo, y anunció en una reunión de gabinete que pronto se reuniría con el nuevo presidente palestino.
Del lado israelí también se sugirió una nueva liberación de prisioneros y el levantamiento de restricciones al movimiento de personas en los territorios ocupados.
Pero Sharon reiteró su advertencia de siempre: Los palestinos no están combatiendo el terrorismo, y aunque las declaraciones (de Abbas) en la campaña electoral fueron alentadoras, deberá probarlas combatiendo el terrorismo.
A favor de Abbas está su imagen de líder moderado y pragmático ante Estados Unidos. Un día después de las elecciones palestinas, el presidente George W. Bush lo invitó a la Casa Blanca, un honor que nunca concedió a Yasser Arafat, fallecido el 11 de noviembre último.
Sharon no querrá decepcionar a Washington, su principal aliado estratégico, y esto podría traducirse en medidas de construcción de confianza más sustanciales que las ofrecidas hace 18 meses.
A corto plazo, Abbas se propone hacer regresar a Sharon a la mesa de negociaciones para discutir las restricciones de viaje, pero no está claro si su par israelí está dispuesto a acompañarlo en esa iniciativa.
Tras declarar a Arafat irrelevante y descartarlo como contraparte negociadora, el líder israelí declaró el año pasado su plan de retirarse en forma unilateral de la franja de Gaza y parte del norte de Cisjordania.
Desde la muerte de Arafat en noviembre, Sharon manifestó su disposición a coordinar con los palestinos esa retirada, que implica el desmantelamiento de los 21 asentamientos judíos en Gaza y de cuatro en Cisjordania. Pero aun no se ha pronunciado formalmente sobre un retorno a la mesa de negociaciones con miras a poner fin al conflicto.
El premier israelí se ha vuelto un entusiasta de la estrategia unilateral, que le permite determinar las reglas del juego, y no será fácil persuadirlo de volver a los días de las negociaciones bilaterales. Por ahora, sin embargo, esto podría interesar a Abbas.
Pese a la imagen de tecnócrata moderado de Abbas -en contraste con la de Arafat— y a la suavización ideológica de Sharon, un profundo abismo separa todavía a ambos hombres.
Sharon se opone a la formación de un estado palestino en toda Cisjordania y Gaza, a que Jerusalén oriental sea la capital de ese estado, y al derecho de retorno de los refugiados palestinos a sus antiguos hogares en el actual Israel, todas demandas que Arafat consideraba irrenunciables y Abbas pondrá sobre la mesa.
Pero en lugar de presentarlas ahora, el nuevo presidente palestino probablemente esperará a que se concrete el retiro israelí de Gaza antes de presionar a Sharon a negociar los asuntos esenciales del conflicto.
Aun si Sharon se muestra renuente, Abbas tiene ases en la manga. El veterano líder palestino ha logrado acabar con el mantra del gobierno israelí de que no hay socio para negociar, y si logra abatir la violencia, aumentará la presión nacional e internacional sobre Sharon para que vuelva a la mesa de negociaciones.
Esa presión aumentará si Abbas cumple su promesa de unir las múltiples fuerzas de seguridad palestinas bajo un único comando.
La estrategia del nuevo presidente es ganar el apoyo internacional reformando a la ANP y erradicando la corrupción, y presionar a Sharon combatiendo la violencia e invitándolo a negociar. No lo dirá en voz alta, pero cree que este es el camino más corto hacia el sueño palestino de un estado independiente.