Para los principales planificadores de la política exterior de Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el holocausto judío no es sólo un hecho histórico que se debe recordar y condenar.
El holocausto es un punto de partida de la visión del mundo de los neoconservadores de Washington. Para ellos, el hecho de que Estados Unidos haya tenido un papel decisivo en la derrota del nazismo, el fascismo y el comunismo en el siglo XX es prueba contundente, si no concluyente, de su misión redentora, benéfica y excepcional en los asuntos mundiales.
Ese mismo hecho justifica, según ellos, la idea de que la libertad de acción de Washington no debe ser limitada por organizaciones multilaterales ni por el derecho internacional, si el mal está afuera.
La política internacional, concebida como un campo de batalla entre el bien y el mal, presenta entonces para los neoconservadores un desafío moral que trasciende los legalismos, como lo expresó el columnista Charles Krauthammer en vísperas de la invasión a Iraq.
¿Con qué criterio moral se puede afirmar que una intervención estadounidense para liberar a 25 millones de personas es ilegítima porque carece de la bendición de los carniceros de Tiananmén o los cínicos de Quai dOrsay?, preguntó.
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La pregunta de Krauthammer hacía referencia al argumento de China y Francia, entre otros gobiernos, de que Washington no debía ir a la guerra sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Así, la importancia de la conmemoración esta semana en la ONU del 60 aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis radica tanto en la conexión del holocausto con la realidad internacional actual como en la significación histórica de la liberación de los prisioneros de Auschwitz por fuerzas soviéticas, el 27 de enero de 1945.
Como señalaron el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y otros oradores en la sesión inaugural de la conmemoración, el lunes, el término genocidio no se restringe a la aniquilación sistemática de unos seis millones de judíos y cientos de miles de gitanos y otras minorías en Europa, en la segunda guerra mundial, sino que abarca también masacres como la de Ruanda en 1994 y posiblemente la de Darfur, Sudán, hoy mismo.
Por supuesto, el movimiento internacional moderno de los derechos humanos debe su nacimiento y fuerza moral a la repulsión mundial provocada por el descubrimiento del horror de los campos de concentración.
Pero el holocausto judío también forma parte de la esencia de la visión mundial neoconservadora, que ha animado la política exterior del gobierno de George W. Bush y de hecho está cambiando el mundo, aunque no en la forma que Annan y el movimiento internacional de los derechos humanos aprobarían.
Para aquellos de mi generación involucrados actualmente en la política exterior y de defensa, el momento definitorio de nuestra historia fue el holocausto, declaró a la BBC Richard Perle, ex presidente de la Junta de Políticas de Defensa del Pentágono, poco antes de la guerra contra Iraq.
Para Perle, quien al igual que la mayoría de los neoconservadores es judío (aunque la mayoría de los judíos estadounidenses no son neoconservadores), el holocausto es una prueba irrefutable de la existencia del mal, un término que usa con frecuencia en sus discursos.
Los neoconservadores, que son unilateralistas, belicistas y plantean los conflictos en términos morales, ven los acontecimientos mundiales como una eterna batalla entre el bien y el mal, o, según palabras del teólogo político Reinhold Niebuhr (1892-1971), los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad. En el último siglo, el totalitarismo, de derecha o de izquierda, era el mal. Pero, como señaló Paul Wolfowitz, el neoconservador de más alto cargo en la administración de Bush en un discurso a fines de 2004, el mal nunca muere, y ahora ha adoptado la forma de lo que algunos llaman fascismo islámico.
Lo que no ha cambiado es que todavía hay mal en el mundo. Se trata de un totalitarismo fascista que no difiere fundamentalmente del que existió el siglo pasado, dijo Wolfowitz, subsecretario de Defensa.
Perle reafirmó esta idea en su libro An end to evil (Un fin para el mal), publicado en 2004.
Para nosotros, el terrorismo es el gran mal de nuestro tiempo, y la guerra contra este mal, la gran causa de nuestra generación… No existen términos medios para los estadounidenses: la victoria o el holocausto, escribió Perle.