ARGENTINA: Sin respuestas al mes del horror en discoteca

”Le gustaba la música. Amaba la vida. Este año terminaba la secundaria. Tenía 17 años y todas las ilusiones. Pensaba estudiar periodismo deportivo, le gustaba también aprender cocina. Tenía un montón de sueños. Vivía enamorado. Era un sol. Era mi único hijo”.

Con esas frases cortas, Graciela Peloso resume la vida de su hijo, Nicolás Peloso, uno de los 191 jóvenes muertos en el incendio —o por sus consecuencias— del 30 de diciembre en la discoteca República Cromagnon. La mujer habló con IPS a metros de lo que resta del local en una zona céntrica de Buenos Aires, donde familiares improvisaron un altar en homenaje a las víctimas.

La peor tragedia no natural de la historia argentina se desató cuando una bengala arrojada por un espectador del recital, que comenzaba a brindar el grupo de rock Callejeros, dio origen a un incendio y a la consecuente estampida de las miles de personas presentes, que encontraron las puertas de salida de emergencia clausuradas.

A un mes de la tragedia, Peloso narra que ”cada día que pasa es peor” y que sólo se mantiene en pie para pelear y conseguir que se condene a los responsables del desastre. ”Hay que terminar con la corrupción”, que se supone llevó a la falta de controles e inspecciones de las autoridades, opina la mujer, que lleva una remera con el rostro de su hijo sonriendo.

Es que sus sospechas recaen en los sobornos que habría pagado el responsable del local y hasta ahora único detenido, Omar Chabán, para eludir tantos controles de seguridad.

La discoteca albergaba esa noche tres veces más público que el permitido por la habilitación, había niños, niñas y menores de 18 años, además de la utilización de artefactos de pirotecnia prohibidos en lugares cerrados.

Pero colmo, el local contaba en su estructura con materiales altamente inflamables y tóxicos, además de que las puertas de emergencia habían sido trabadas por dentro para evitar que ingresaran personas sin su boleto.

”Justicia por los sueños que se hundieron acá”, resume un cartel junto al ”santuario”, como identifican los familiares a esa especie de altar repleto de fotos, calzados deportivo que usaban los jóvenes, mensajes manuscritos, imágenes de santos, flores, velas encendidas y juguetes que marcaron época y que los adolescentes gustan de guardar como recuerdo.

”Tenía 23 años y era soltero, pero estaba de novio y se había comprado una casita a pagar (a crédito) en el barrio donde vivimos nosotros, Cooperativa Los Alamos”, contó a IPS Carlos Leiva, el hermano mayor de Julio, también muerto en el incendio. Carlos y su esposa también se hicieron remeras con el rostro de Julio.

Parados cerca del santuario, el matrimonio contó cómo la vida de toda su familia se quebró aquella noche fatal. ”Él había venido con un amigo y cerca de la medianoche nos avisaron lo que estaba pasando. Mi madre lo vio por televisión ayudando a sacar a los heridos, pero cuando vinimos ya se lo habían llevado y poco después murió”.

Las muertes no fueron a causa de las quemaduras sino por asfixia, debido a la estampida por buscar una salida abierta, y sobre todo por los gases tóxicos de materiales cuyo uso para este tipo de locales está prohibido. Esas sustancias quemaron el sistema respiratorio de los jóvenes provocando la muerte de muchos en horas o minutos. = 01291915 ORP007 NNNN ZCZC ORP008 QD CAT:LA IP PR ROMAIPS ARGENTINA: Sin respuestas al mes del horror en discoteca(2)

”Murió el 31 de diciembre a la noche. Fue pocas horas después de encontrarlo, después de recorrer varios hospitales. En la morgue nos dijeron que volviéramos más tarde porque tenían que hacerle la autopsia y nos dieron un número para retirar el cuerpo. Nunca podremos olvidarnos de ese fin de año”, relató Leiva.

En la tarde del primer día de enero volvió a la morgue con su padre. ”Nos entregaban una bolsa con otro número y reclamamos. Entonces nos hicieron entrar a reconocerlo. Era una sala con unos 50 cuerpos en el suelo. Mi padre y yo teníamos que caminar esquivándolos. Los médicos y los bomberos estaban con barbijos. Nosotros no”, explicó.

Leiva asegura que tanto él como sus padres intentan ”seguir adelante”, pero les resulta difícil pensar que Julio ya no está. ”Trabajaba en Jumbo ûun hipermercado— y este año terminaba la carrera de técnico superior en sistemas de informática. Era un tipo sano. No podemos entender lo que pasó”, dice desconsolado.

La impotencia y la sensación de no entender es una constante entre los familiares de las víctimas. Raúl Quiroga es el tío de Derlis Espínola, de 20 años. Se acercó al santuario con una pancarta que muestra el rostro vital del joven fallecido en la discoteca. Sus padres no están porque tienen otra hija con severos problemas de salud.

La hermana de Derlis, Lourdes, está en estado vegetativo desde hace dos años. Tenía 22 cuando fue víctima de una mala praxis médica. Derlis colaboraba mucho con sus padres en el cuidado de su hermana y ahora están solo ellos para atenderla. Quiroga, tío de los muchachos, está junto al santuario y no hace más que preguntas.

”¿Con qué se paga esto? ¿Dónde están los inspectores que no controlaron? ¿Quiénes son? ¿Cómo van a pagar todo esto?”, dice señalando con la cabeza el altar. ”¿Creen que esto se puede pagar con dinero? ¿Y el dueño del boliche (discoteca)? ¿Quién es el dueño del boliche?”, pregunta retórico Quiroga ante IPS.

Las respuestas intentó darlas el viernes ante la Legislatura comunal el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra.

Pero para desgracia de Quiroga, el gobernante dijo al comenzar su alocución que su administración ”no tiene todas las respuestas”.

”No intento eludir mi responsabilidad, pero no voy a asumir lo que no me corresponde”, sostuvo Ibarra ante legisladores comunales y familiares de las víctimas.

Su gobierno es responsable por los controles que fallaron. Si bien ofreció indemnizaciones a familiares de las víctimas y a los sobrevivientes heridos, que fueron más de 700, nada repara la pérdida de un ser querido y no hay dinero que pueda borrar las pesadillas recurrentes de los sobrevivientes, apuntan los afectados.

Cuando ya pasaron 30 días del siniestro aún permanecen hospitalizados 21 personas, la mitad en terapia intensiva. Pero eran más de 3.000 las que estuvieron allí aquella noche y muchos de ellos tienen pesadillas recurrentes y están muy afectados por la experiencia.

”Fue el infierno más grande de mi vida”, cuenta a IPS Natalí Brenta, de 23 años. Tres amigas murieron aquella noche.

”No puedo dormir. Dejo la luz prendida. Me agarran ataques de pánico. = 01291915 ORP008 NNNN ZCZC ORP009 QD CAT:LA IP PR ROMAIPS ARGENTINA: Sin respuestas al mes del horror en discoteca(3-E)

Perdí peso porque no puedo sentir ni el olor de la comida que se cocina”.. Brenta estuvo internada dos días y se acercó también hasta el altar. ”Vi gente muerta que me miraba a los ojos. Adentro los gritos eran terribles. 'Nos morimos, nos morimos'”, gritaban.

”Nunca se me va a ir de la cabeza. Y me da rabia que se quiera responsabilizar a Callejeros porque ellos no tienen nada que ver. Yo quiero que paguen los verdaderos responsables, y no sólo el loquito que está preso”, dice aludiendo a Chabán.

El expediente permanece bajo secreto de sumario y Chabán aún no fue procesado. Además, la jueza Maria Angélica Crotto ordenó inhibir los bienes de Ibarra y de otros dos funcionarios encargados del control fallido y que renunciaron poco después de la tragedia.

Cerca de Brenta, Graciela Blanco, madre de Miguel, coincide en que el trauma para los jóvenes perdurará por mucho tiempo. Su hijo llegó aquella noche de vuelta a casa aparentemente ileso, pero poco después debió ser hospitalizado de urgencia por dificultades respiratorias. Estuvo una semana en terapia intensiva y finalmente sobrevivió.

”Vivieron un Holocausto, fue como estar en una cámara de gas”, cuenta a IPS la madre, que se siente comprometida a acercarse a los familiares de los que corrieron la peor suerte. ”Mi hijo me decía que en ese momento sentía que se moría, y que eso era lo deseaba porque no soportaba más esa falta de aire”, relató.

Más entero está Pablo Blanco, que tenía dos hijos en República Cromagnon. Lautaro, de 13 años, murió, y Mailyn, de 16, estuvo en cuidados intensivos dos semanas y aún está bajo control, pero ya dejó el hospital. Recién ahora Blanco puede salir a reclamar justicia. Ni siquiera se contactó todavía con un abogado.

”Lautaro no vuelve más pero va a estar siempre en mi corazón, y eso me da fuerza para buscar la verdad y pedir justicia”, comentó a IPS. ”Esto no puede repetirse más. Yo tengo otros hijos ¿qué voy a hacer? ¿Voy a atarlos a la silla para que no salgan? ¿O vamos a exigirle al estado que cumpla con lo que tiene que cumplir?”.

Por lo visto, Blanco ya encontró respuesta. Está junto a decenas de familiares, vecinos y amigos de sus hijos, todos con remeras que portan su nombre y su rostro, y también con pancartas. Se preparan para ir este domingo, cuando se cumple un mes de la masacre, y los familiares y sobrevivientes marcharán por la ciudad pidiendo justicia para tantos sueños que quedaron por la mitad. (

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