Un año atrás, Estados Unidos sacaba de su «nido de ratas» al derrocado presidente iraquí Saddam Hussein, y sus comandantes anunciaban el declive de la imprevista resistencia que había asolado por meses a las fuerzas de ocupación en Iraq.
El gobierno de George W. Bush se mostraba jubiloso, señalando la luz al final del túnel de una guerra iniciada en marzo de 2003.
Y con esto resuelto, los otros integrantes del "eje del mal", Irán y Corea del Norte, y algún otro estado renegado como Siria, entenderían bien el mensaje.
Después de todo, el propio líder de Libia, Muammar Gadafi (renegado crónico por excelencia), muy impresionado en apariencia por la suerte de Saddam Hussein, había anunciado el desmantelamiento voluntario de todas sus armas no convencionales.
"Hemos dejado en claro las opciones que quedan a los potenciales adversarios. Espero que otros líderes sigan el ejemplo" de Libia, decía el confiado Bush.
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Tras la aparente victoria de la toma de Bagdad y la presencia de Bush en el portaaviones Abraham Lincoln, el 1 de mayo de 2003, el momento de la incontenible supremacía estadounidense (el arribo del "nuevo siglo americano") parecía al alcance de la mano para quienes la soñaban, con el inicio del nuevo año.
Pero al finalizar 2004, el "mundo unipolar" tan devotamente perseguido por los neoconservadores y ultranacionalistas que han comandado la política exterior de Washington desde 2001, parece más en duda que nunca.
Un año más tarde, las tropas estadounidenses aún luchan contra la insurgencia iraquí, a todas luces más letal y sofisticada.
Y con la continua preocupación de Washington sobre la guerra que no logra ganar en Iraq, el coloso estadounidense muestra que no está listo para la dominación global, pese a las regulares advertencias que dirige a Teherán y Pyongyang.
No es sólo que el Departamento de Defensa haya admitido implícitamente que no había suficientes tropas en Iraq, enviando 12.000 soldados más para sumar a una fuerza de 138.000 efectivos.
Es que la debilidad de Washington se manifiesta en el decreciente número de países que integran la "coalición de los dispuestos" que tomó parte (nominalmente) de la invasión a Iraq en marzo de 2003.
De los 44 países (incluidos Palau y las islas Salomón) que Bush mencionaba como prueba de su multilateralismo cuando inició la guerra, sólo quedan 28 (incluidos Palau y las islas Salomón).
Los neoconservadores u "halcones" proclamaban que Estados Unidos era tan dominante (como podía verse en Iraq), que aliados renuentes, como Francia y Alemania, e incluso rivales estratégicos, como Rusia y China, no tendrían otro camino que ponerse en línea, aunque más no fuera para obtener parte del botín.
"Francia se referirá de un modo muy diferente a Estados Unidos cuando un gobierno decente, democrático y pro estadounidense comience a regir en la liberada Bagdad, y abra las licitaciones para contratos petroleros", predecía en enero de 2003 el columnista neoconservador Charles Krauthammer, en el diario The Washington Post.
Particularmente dañina fue la defección de lo que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld llamó la "Nueva Europa", (compuesta en su mayoría por repúblicas del Este europeo) un caballo de Troya que Washington calculó impediría a la Unión Europea emerger como contrapeso geopolítico de Estados Unidos.
En una evidente ironía, el candidato favorito de Washington, Víktor Yushchenko (ganador de las elecciones presidenciales del domingo en Ucrania) prometió retirar de Iraq varios cientos de efectivos de su país.
El propio Krauthammer se ha bajado de su visión neoconservadora de inicios de año en un discurso que tituló "Realismo democrático: una política exterior estadounidense para un mundo unipolar" en la celebración anual del centro de estudios American Enterprise Institute.
Estados Unidos "ha sido designado custodio del sistema internacional" en virtud de su superioridad militar, dijo entonces.
Pero lo que está cada vez más en tela de juicio es la idea del gobierno de que su preponderancia militar (desafiada de diversas maneras por la resistencia iraquí) le da el poder y la capacidad de imponer su voluntad al resto del mundo sin el respaldo de otras naciones.
Como escribió unos meses atrás Francis Fukuyama, un neoconservador pragmático, la visión de Krauthammer está "increíblemente desconectada de la realidad", pues cree que la guerra contra Iraq ("aplicación arquetípica de la unipolaridad estadounidense") ha sido un éxito sin precedentes.
"No hay la menor atención a los nuevos datos aparecidos un año atrás: el fracaso en hallar armas de destrucción masiva en Iraq, el virulento y sólido sentimiento anti estadounidense en Medio Oriente, la creciente insurgencia iraquí, el hecho de que no ha emergido allí ningún liderazgo democrático", enumeraba Fukuyama en la revista The National Interest.
Y seguía: "El enorme costo humano y financiero de la guerra, el fracaso en frenar el conflicto y avanzar en la crisis palestina-israelí y el hecho de que los aliados democráticos de Estados Unidos no se alinearon ni legitimaron sus acciones a posteriori".
"La pobre estrategia para construir nación en Iraq envenenará el futuro de tales ejercicios, recortando el apoyo político interno hacia un internacionalismo visionario y generoso, del mismo modo que lo hizo la guerra contra Vietnam", concluía Fukuyama.
El panorama se ha vuelto más evidente desde que se escribió ese artículo, debido a varios hechos, como las torturas contra prisioneros iraquíes, la creciente cantidad de bajas militares y civiles y la caída del valor del dólar, por mencionar algunos.
El diagnóstico es ahora ampliamente aceptado tanto entre los aliados de Estados Unidos como por su propia diplomacia exterior, con excepción de los halcones que siguen rodeando a Bush.
Hasta qué punto Bush ha comprendido esta situación es la mayor pregunta a la que se enfrenta el presidente al llegar 2005 y su segundo mandato.
*Primera parte.