El presidente estadounidense George W. Bush lanzó una guerra sin final a la vista y elevó el presupuesto estatal a niveles sin precedentes. Pero tanto él como la derecha de su Partido Republicano lograron el martes una significativa victoria electoral, aunque por un estrecho margen.
El triunfo de Bush sobre el senador John F. Kerry, del Partido Demócrata, así como el de buena parte de los candidatos oficialistas al Congreso legislativo, consolida el control del Partido Republicano sobre los tres poderes del Estado, en una nación en polarización creciente.
Con 99 por ciento de los votos emitidos ya escrutados, Bush obtuvo una mayoría absoluta de los sufragios, la primera de un candidato presidencial desde el triunfo de su padre en 1988.
El presidente conquistó a 58,6 millones de ciudadanos, frente a los 55,1 millones que prefirieron a Kerry. Hace cuatro años, el entonces vicepresidente Al Gore obtuvo medio millón más de votos que Bush, pero el triunfo no le correspondió dado el peculiar sistema electoral indirecto estadounidense.
El triunfante en elecciones presidenciales debe obtener al menos 270 votos de los 538 del Colegio Electoral. Es posible que un presidente resulte elegido con menos sufragios que su rival, porque el ganador en un estado, por pequeña que sea la diferencia, se lleva todos los votos que le corresponden a esa jurisdicción en el Colegio.
Cuando Kerry reconoció formalmente que había perdido los 20 escaños del Colegio Electoral por el estado de Ohio este miércoles de tarde, quedó claro que Bush había alcanzado la mayoría de los votos en el Colegio.
El resultado de las elecciones en los estados de Iowa y Nuevo México —que suman 12 votos en el órgano— aún está por conocerse, pero su resultado no afectará la consagración de Bush.
El triunfo de Bush fue acompañado por el avance de los candidatos republicanos al Congreso, que sumarán al menos tres lugares en el Senado, donde ya tenían una ventaja de 51 a 48. Aún no se ha determinado la asignación de dos escaños.
Pero el Partido Demócrata conservará el poder de negar a Bush apoyo en iniciativas legislativas y designaciones clave, en especial las de miembros de la Corte Suprema de Justicia, órgano en que seguramente surgirán cuatro vacantes en el próximo periodo presidencial.
De todos modos, la clara mayoría que detentarán los republicanos en la cámara alta legislativa aumenta el ya enorme poder político del presidente estadounidense.
La derrota en Dakota del Sur del líder de la minoría demócrata en el Senado, Tom Daschle, por un republicano de derecha, John Thune, fue desmoralizante para la oposición. Los republicanos hicieron un gran esfuerzo en ese estado del medio oeste para derrotar a Daschle.
Los republicanos también sumaron cuatro escaños en la Cámara de Representantes, en buena medida como consecuencia de una controvertida redistribución de distritos en el meridional estado de Texas, bastión de Bush. Ahora, la ventaja oficialista en la cámara baja se elevará a 231 contra 204.
Estos resultados globales dan la razón a Karl Rove, el estratega y principal asesor político de Bush, que recomendó movilizar la base republicana de extrema derecha a los denominados swing states (estados oscilantes) en los que no hay una mayoría histórica clara de republicanos o demócratas.
Rove también sugirió esgrimir en esos estados una plataforma que incluyera asuntos de significación moral o religiosa, como el matrimonio entre cónyuges del mismo sexo y el aborto.
En 11 estados se celebraron referendos sobre el matrimonio homosexual, y en todos ellos la derecha cristiana logró fuertes mayorías en favor de prohibir esa posibilidad en las constituciones estaduales.
Tal estrategia ayudó a acarrear una cantidad sin precedentes de fundamentalistas cristianos a los circuitos de votación, y también de los ciudadanos de más edad, que apoyaron a Bush por un margen de 53 a 46 por ciento de acuerdo con las encuestas a boca de urna, según el analista Noam Scheiber, de la revista The New Republic.
Otro motivo de desaliento en tiendas de Kerry fue el insuficiente aumento del electorado más joven. Los demócratas daban por descontada una gran asistencia a las urnas de los ciudadanos de entre 18 y 29 años: su asistencia a las urnas fue ocho por ciento superior a los comicios de 2000, un aumento que no superó a la del electorado en general.
Acudieron a votar unos 114 millones de personas, cantidad sin precedentes en elecciones anteriores. Por otra parte, al margen de pequeños incidentes en Florida y Ohio, entre otros estados, la emisión del voto estuvo inesperadamente libre de grandes problemas o de acusaciones de fraude y manipulación.
El normal transcurso de las elecciones contrastó con el conflictivo escrutinio de las de 2000, resuelto en última instancia por la Corte Suprema de Justicia de mayoría republicana, que validó 537 disputados votos por Bush en Florida, los cuales le dieron la mayoría en ese estado al candidato republicano.
De todos modos, la consecuencia del resultado electoral parece ser una agudización de la polarización política y cultural.
Bush prometió ser un unificador, no un divisor, pero resultó ser el presidente que dejó al país más dividido que nunca antes, dijo el miércoles el analista William Schneider, de CNN.
Al igual que en 2000, el mapa electoral estadounidense pareció tan tajantemente dividido, con un dominio demócrata claro en los estados de la costa atlántica que van desde Maine y Maryland en el norte hasta el Distrito de Columbia, los grandes estados industriales del centro-norte como Michigan, Illinois, Wisconsin y Minnesota y en los del Pacífico, como California, Oregon y Washington.
Por otro lado, los estados republicanos resultaron todos los del sur —el cinturón bíblico—, así como la mayoría de los estados agrícolas del medio oeste y de las montañas Rocallosas. En algunos de ellos, Bush obtuvo mayorías de hasta 65 por ciento.
En cuanto a las elecciones legislativas, los demócratas perdieron su media docena de escaños en el Senado en representación del Sur, región que hoy parece tan sólidamente republicana como era demócrata hasta hace 40 años, cuando los gobiernos de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson alentaron las leyes que garantizaron los derechos civiles de la población negra.
Los demócratas del Sur han actuado tradicionalmente como un freno a los elementos más liberales de su partido, procedentes del Norte, por lo que constituían un puente confiable para la construcción de consensos con los legisladores republicanos más pragmáticos.
Al resultar borrados del Senado, ese puente se ha roto, lo que dificulta los acuerdos entre los dos partidos tradicionales. Eso también ocurrió en la Cámara de Representantes, pues dos importantes diputados demócratas conservadores de Texas tampoco lograron renovar su mandato.
Con un control más fuerte sobre ambas cámaras legislativas, Bush podrá implementar con éxito una agenda aun más derechista que en su primera presidencia.