SUDAFRICA: En busca de una nueva masculinidad

En los lenguajes nguni, que incluyen el zulú y el xhosa, un ”indlavini” es un hombre violento y temerario, que no respeta a sus mayores ni la tradición. La palabra designa a un tipo social que apareció a comienzos del siglo XX, cuando millones de sudafricanos migraron del campo a las ciudades, para trabajar en minas de oro o de diamantes.

La dura vida urbana produjo también al ”utsotsi”, un personaje astuto y dedicado al delito en pequeña escala, que afirma su masculinidad mediante la violencia. ”Todas son manifestaciones de una identidad alienada” según el profesor de psicología Nhlanhla Mkhize, de la Universidad de KwaZulu-Natal.

Mkhize piensa que el origen de esa alienación está en factores que definieron la era del régimen de segregación racista del apartheid, que cesó en 1994: marginación, pobreza, violencia y la migración forzada que desarraigó a muchos hombres, al separarlos de sus familias y comunidades.

Según el experto, esos problemas sociales transformaron la identidad masculina en algo asociado con la agresividad, la asunción de riesgos, la potencia sexual y el dominio sobre las mujeres.

Tales nociones de masculinidad, amplificadas por los medios de comunicación, se han consolidado y, con el ingreso a la ecuación social del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), sus consecuencias son más letales que nunca.

Los especialistas coinciden en que las epidemias simultáneas de sida y de violencia contra mujeres y niños en Sudáfrica se vinculan con esos conceptos de la identidad masculina, ya que la frecuencia de relaciones sexuales ocasionales, sin protección o forzadas pone a hombre y mujeres en peligro de infección por el VIH.

Según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas contra el Sida (Onusida), en 2003 la tasa de infección por VIH en sudafricanos de 15 a 49 años era 21,5 por ciento. Eso significa que el número de personas infectadas es de 4,3 millones a 5,9 millones, el mayor en un país. Sudáfrica es también el país que registra más violaciones, con 52.107 denunciadas en 2002, según datos policiales.

Sin embargo, rápidos cambios políticos y sociales tras el fin del apartheid erosionan los privilegios masculinos.

En una encuesta realizada en 30 escuelas de la sudoriental provincia de KwaZulu-Natal, los estudiantes y maestros varones de todos los grupos étnicos dijeron sentir incertidumbre sobre su papel y rango en la sociedad.

Los blancos asociaron esa sensación con el avance social de los negros y las mujeres. Los negros dijeron sentirse inseguros y marginados debido a la pobreza, el desempleo y el creciente poder de las mujeres.

”Hombres y niños llevan una carga de ansiedad sobre la masculinidad” según el profesor de psicología Graham Lindegger, de la Universidad de Natal y autor de ese estudio.

Su investigación indicó que la promiscuidad, la asunción de riesgos, el deseo de superioridad en la relación con las mujeres y las necesidades de tomar la delantera y tener éxito eran asociadas con la masculinidad en todos los grupos étnicos, culturales y de clase social.

Hubo hallazgos similares en una encuesta realizada en todo el país por la Asociación de Promoción de la Medicina Tradicional, entre líderes, sanadores y clérigos del numeroso grupo de las iglesias ”sionistas” (movimientos religiosos locales de tipo pentecostal).

Los entrevistados en esa investigación expresaron que los varones se han convertido en ”espectadores desorientados, indiferentes e irresponsables de la vida familiar”, debido a su pérdida de liderazgo en varias áreas.

El gobierno y la sociedad civil llevan adelante varios programas para afrontar ese problema.

Desde 1998, Hombres Como Compañeros, un proyecto de la Asociación de Paternidad Responsable, realiza talleres de discusión sobre el papel que desempeña cada género, los estereotipos y las relaciones de poder entre hombres y mujeres, para sindicatos, ministerios, hospitales, escuelas, iglesias y organizaciones no gubernamentales.

En una encuesta entre 2.000 participantes en el proyecto, antes de los talleres 22 por ciento de los entrevistados consideraba correcto pegar a sus parejas y la mitad afirmaba que la causa de las violaciones era que las mujeres vestían o caminaban en forma provocativa. Después de los talleres, 71 por ciento dijo que las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres, y 82 por ciento consideró inaceptable que un hombre golpeara a su esposa.

Según el administrador del proyecto, Lesetedi Boitshetole, en los últimos tres años se nota mayor disposición de los hombres a cambiar su percepción de las mujeres. Es probable que eso se deba a la creciente condena pública de las violaciones y a que dirigentes políticos se han pronunciado por los derechos y el avance de las mujeres.

El programa de Desarrollo de Capacidades Juveniles de Centro para el Estudio del Sida de la Universidad de Pretoria trabaja con jóvenes desempleados en el centro de esa ciudad y en sus suburbios pobres de Mamelodi y Atteridgeville. Cuenta con 20 jóvenes educadores de sus pares, que desde 2000 han realizado talleres sobre sida y relaciones de género para unas 6.000 personas.

”Los varones jóvenes tienen miedo del virus (del VIH) pero de todos modos piensan que que está muy bien tener dos o tres novias y dejarlas embarazadas”, dice Charles Kekama, de 21 años, uno de esos educadores.

A comienzos de este mes, en una soleada mañana, los educadores del programa repartían condones gratis en el campus de la Universidad de Vista, en Mamelodi.

”No para mí, hombre. Me gusta hacerlo piel contra piel con mi mujer”, fue la respuesta que dio a ese ofrecimiento un estudiante de contabilidad llamado Jacob, pero muchos otros aceptaron puñados de preservativos.

Muchos hombres de las generaciones más recientes han migrado lejos de sus hogares para conseguir empleo, y eso determina que más de un tercio de las jefaturas de familia sean desempeñadas por mujeres.

Una exposición itinerante de fotos de hombres con sus hijos, llamada Proyecto Paternidad, busca estimular la discusión de formas en que los varones pueden asumir nuevos papeles activos en sus familias, especialmente como cuidadores de niñas y niños, aunque no se trate de sus hijas e hijos.

Eso no es poca cosa, en tiempos en que un creciente número de hogares afronta la demanda de hacerse cargo de la infancia a la que el sida dejó huérfana.

El proyecto es impulsado por el Consejo de Investigación en Ciencias Humanas, el Foro de Hombres Sudafricanos y el Departamento de Desarrollo Social.

En la norteña provincia de Gauteng, el Departmento de Seguridad Comunitaria, la policía y el Poder Judicial desarrollan programas educativos en escuelas y otros centros comunitarios, para prevenir la violencia de género en vez de lidiar con sus consecuencias.

En Thembiza, un suburbio de Johannesburgo, el grupo Hombres por el Cambio enseña sobre manejo de la ira e igualdad de género a quienes han cometido abusos contra mujeres.

Sudáfrica y Mauricio son los únicos países de la Comunidad para el Desarrollo de Africa Austral que cuentan con legislación integral contra la violencia de género, en cumplimiento de la Declaración sobre Género y Desarrollo que aprobó ese bloque en 1997.

”Las leyes no bastan para lograr igualdad. Es necesario un cambio de paradigma (…) para que los valores de igualdad y dignidad se afirmen en la mentalidad colectiva”, afirmó la viceministra de Servicios Correccionales, Cheryl Gillwald.

”El desafío es promover una identidad masculina basada en los tradicionales valores humanistas africanos, sin exceso de poder sobre las mujeres”, sostuvo Liz Floyd, directora del Programa de Sida de la nororiental provincia de Gauteng, que trabaja con taxistas, mineros, líderes tradicionales, presos y 30.000 residentes en hoteles para varones.

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