El último brote de gripe del pollo en Canadá sólo enfermó a dos trabajadores y no causó ninguna muerte humana, pero los esfuerzos por combatirlo dejaron 17 millones de aves de corral muertas, miles de empleos perdidos y un perjuicio de hasta 340 millones de dólares estadounidenses a la economía nacional.
El brote que estalló el pasado febrero en Fraser Valley, en la occidental provincia de Columbia Británica, se debió al virus H7N3, una cepa menos agresiva que la H5N1, que ha matado al menos a 27 personas en Asia este año. Sin embargo, la respuesta de las autoridades sanitarias fue enérgica y permitió declarar a la zona afectada libre de la enfermedad y levantar todas las restricciones el 18 de este mes.
Los críticos sostienen que el costo fue enorme e innecesario, que la mayoría de los pollos, patos y pavos sacrificados no estaban infectados y que el gobierno reaccionó en forma exagerada en un esfuerzo por proteger a su multimillonario sector de exportación de alimentos.
En 2003, las exportaciones de carne canadiense cayeron casi 2.000 millones de dólares porque se descubrió que una vaca padecía encefalopatía espongiforme bovina o la enfermedad de la vaca loca.
Los brotes de gripe del pollo son resultado directo de las prácticas de fábrica que tratan a los animales como máquinas, sostuvo Cathy Holtslander, de la organización no gubernamental canadiense Beyond Factory Farming Coalition.
Encerrar entre 25.000 y 50.000 pollos en un granero, práctica común en grandes criaderos de Canadá y Estados Unidos, crea las condiciones ideales para la propagación de virus, agregó Debra Probert, dierectora ejecutiva de la Sociedad Humana de Vancouver.
Nuestra propia salud corre graves riesgos por la cría de animales en esas condiciones, advirtió.
Fraser Valley, a 70 kilómetros de la occidental Vancouver, tiene 14 por ciento de todas las existencias de aves de corral del país (más de 20 millones) y unos 600 criaderos grandes y pequeños.
Menos de seis semanas después de confirmada la primera infección, el virus se había propagado de la primera granja a otras 18. Fue entonces que las autoridades sanitarias decidieron tomar medidas drásticas.
La única forma de contener el brote era crear una muralla entre la zona afectada y el resto de Canadá, explicó Carolyn Inch, veterinaria y directora nacional de control de enfermedades de la Agencia Canadiense de Inspección Alimentaria.
Entre los costos para el gobierno se cuenta el del envío de muestras por vía aérea a un laboratorio situado en Winnipeg, a 2.000 kilómetros de distancia. Hasta ahora, los granjeros afectados han recibido 56 millones de dólares en compensaciones, pero reclaman mucho más, porque las pérdidas sufridas, según ellos, suman un total de 340 millones.
Mientras, los criadores de variedades orgánicas y razas especiales quieren más que dinero: exigen una investigación pública sobre la matanza de las aves. Perdieron una invalorable riqueza genética cuando sus aves fueron sacrificadas pese a estar libres de la enfermedad, señaló Probert.
Lo paradójico, dijo, es que esas aves hubieran resistido la enfermedad porque eran mucho más sanas que otras criadas de modo intensivo.
La gripe del pollo, también conocida como influenza aviar o avícola, afecta a todo tipo de aves y puede transmitirse a las personas. En los seres humanos infectados, los primeros síntomas son fiebre y tos, así como descenso de la presión arterial y del nivel de glóbulos rojos. En última instancia, puede desarrollarse neumonía.
Las aves sufren enrojecimiento de los ojos y daños al hígado. La enfermedad, conocida desde hace unos 100 años, traspasó en 1997 la frontera de las especies al contagiar a la humana.
Algunas cepas son de elevadísima mortalidad, pero la H5N1 es la peor de todas, dada su gravedad y su capacidad de adaptación genética.
Según la FAO, un país sólo puede declararse libre de gripe del pollo si no detecta nuevas infecciones en un período de 21 días.
