MUJERES: El islamismo es liberador, según activista palestina

«El Islam puede ser liberador para las mujeres, si se lo sigue honestamente”, sostiene la activista palestina Rana Abu Ghazaleh respecto del conflicto en los territorios ocupados por Israel, el ascenso del fundamentalismo y los derechos femeninos.

Ghazaleh, de 24 años, vive en Jerusalén oriental —"la capital de Palestina”, aclara— y se graduó de arquitecta en la Universidad Birzeit de Ramala, pese a los continuos bloqueos israelíes, en los que corrió peligro y dejó muchas horas de su vida.

Tal vez eso diga algo de la determinación de esta integrante del Comité Organizador de "Cuenta Regresiva 2015 – Salud sexual y reproductiva y derechos para todos”, una conferencia iniciada este martes en Londres con la presencia de 700 activistas, expertos y parlamentarios de todo el mundo.

En este foro no es posible hablar de la salud de madres a hijos, del derecho a los anticonceptivos o de los abortos inseguros sin que surjan los conflictos locales, las tensiones religiosas y los problemas del desarrollo. Y Palestina se dibuja como un terrible laboratorio de todo eso.

—¿Cómo es la vida diaria de las mujeres palestinas?

—Con los caminos cortados y los puestos de control y ahora con el muro que Israel está construyendo, que pone bajo sitio muchas partes de Jerusalén, las mujeres afrontan grandes peligros para conseguir atención sanitaria e incluso para dar a luz. Desde 2002 hubo al menos 35 mujeres parturientas muertas en puestos de control porque no se les permitió llegar a tiempo a la maternidad. Las jóvenes no pueden moverse para ir a la escuela o la universidad. Con el muro quedarán aisladas unas 174.000 personas que viven en los alrededores de la ciudad, y que no podrán llegar a los hospitales, ubicados dentro del casco urbano.

—¿Cómo lo viviste personalmente?

—Desde que comenzó la segunda Intifada (la insurrección popular contra la ocupación israelí desde septiembre de 2000), se hizo muy difícil y peligroso ir y volver a la Universidad en Ramala. Tuve que alquilar un cuarto en el campus universitario. Pero muchas no pueden hacerlo, por la tradición que dice que las hijas deben vivir en el hogar paterno o porque no tienen dinero para pagar el alquiler. Después volví a mi casa. Ahora mi hermana menor pasa por lo mismo.

—¿Y qué pasa con las mujeres dentro de las familias?

—Paradójicamente, las jóvenes tienen ahora más oportunidad de estudiar que los varones, que están obligados a buscar empleo para sostener a sus familias. Logramos que se aprobara una ley que elevó de 16 a 18 años la edad en la que las mujeres pueden casarse, y ahora las jóvenes embarazadas pueden terminar sus estudios y permanecer en la escuela. Pero queda mucho por hacer.

—¿Subsisten violaciones básicas de los derechos de las mujeres, como la práctica del crimen por honor…?

—Las ultimas estadísticas indican 38 mujeres asesinadas por año en crímenes de honor. Es una cantidad significativa en una población relativamente pequeña como la de Palestina (de dos millones de personas). El honor de una mujer sigue todavía vinculado a su cuerpo, lo cual no ocurre con el hombre. Una mujer puede denunciar a las autoridades una violación o un asalto, pero las tradiciones no se lo permiten y la obligan a mantenerlo en silencio.

—¿Las autoridades han hecho algo por reformar leyes indulgentes con estas violaciones?

—Hubo ciertos ajustes legales, pero sigue vigente la ley jordana, y parte de ella proviene del derecho turco, que es muy antiguo. Esta ley discrimina los derechos de los hombres y los de las mujeres, y esto se refleja en muchos aspectos, como la salud de las mujeres, el acceso a la educación, o incluso a la información genuina sobre su cuerpo y su sexualidad, y por supuesto, su capacidad de elegir. Aunque el matrimonio arreglado ha disminuido, existe una enorme presión de la comunidad. Las mujeres no tienen derecho a elegir. Además, las jóvenes no conocen las leyes, la religión ni su propia capacidad para negociar, lo cual es crucial en este contexto cultural.

—¿Tu familia se diferencia de este modelo?

—No. Yo aprendí en mi casa que nada se consigue fácilmente. Si una no negocia pierde sus derechos. Mi padre procede de un ambiente religioso, esto me permitió estudiar el Corán e incluso memorizar partes del mismo cuando era más joven. Y me ayudo a entender que hay muchos derechos que el Islam da a las mujeres y que no se respetan, particularmente en el plano gubernamental y en las políticas. Tomé parte en debates en los que pude comprobar la brecha entre la tradición y la percepción de lo que es la religión musulmana y las genuinas enseñanzas del Islam, el cual es realmente liberador para las mujeres, si se lo sigue honestamente.

—Pero esa lectura no es la que prevalece en la mayoría de países musulmanes y tampoco en Palestina. ¿No está avanzando el fundamentalismo en la sociedad de tu país, tanto en el plano político como en las relaciones sociales, humanas?

—Creo que el Islam no tiene nada que ver con los grupos fundamentalistas que dicen hablar en su nombre. Manipulan a los jóvenes y los llevan a un camino de violencia. Combatir al sistema no significa utilizar la violencia contra civiles. Se debe seguir un programa claro, definido, que ciertamente no existe. Hay un verdadero avance de los conceptos radicales y muchos jóvenes no están conscientes de que sólo tienden a la destrucción. Cuando alguien se les aproxima hablando en el nombre de Dios, es muy difícil para ellos cuestionar o debatir.

—Esto es notable entre los palestinos, que tienen una historia rica de grupos políticos no religiosos. ¿Por que piensas que está ocurriendo?

—Cuando se te niega todo, una casa, educación, una vida digna, se pierde la seguridad, la gente busca cualquier contención, que suele ser de carácter espiritual. Entonces aparecen aquellos que proveen protección, sensación de ser valorado y de poder, a cambio de ciertas retribuciones. No subestimaría el concepto del poder, sobre todo vinculado a cuestiones religiosas. En esas condiciones no hay espacio para que nadie cuestione o ponga en tela de juicio nada. Así, los jóvenes son fácilmente influenciados y conducidos a la ruina.

—¿El crecimiento del radicalismo, no es un fracaso de los partidos políticos palestinos?

—No. En primer lugar es el fracaso de la ocupación. El gobierno israelí dice que quiere terminar la violencia. Terminen la ocupación y entonces terminaremos con esto. Dennos derechos humanos, lo mínimo, lo más básico: libertad de movimiento y de trabajo y el derecho a una vivienda, que se supone deberían estar garantizados incluso por una fuerza de ocupación. Pero no lo están. Entonces se mantiene este círculo de violencia sin fin de ambas partes.

—¿En que consiste tu activismo?

—Trabajo en el Centro Internacional de Paz y Cooperación, con sede en Jerusalén. Investigamos estrategias de planificación urbana para el futuro de la ciudad. Jerusalén es una ciudad dividida, lo que afecta la vida de las personas y su mismo funcionamiento urbano. Pero debería ser abierta, unificada y compartida por todos los pueblos del mundo, por su valor simbólico. Trabajo con grupos de estudiantes israelíes de arquitectura. También tenemos un proyecto con académicos israelíes, en los que intentamos que conozcan como es realmente la vida cotidiana de los palestinos. Trabajando con los jóvenes, me sorprendió lo protegidos que están de una realidad que los cruza. No notan las privaciones de sus pares palestinos ni los derechos que no tienen, lo que distorsiona su perspectiva personal y sus relaciones. Intentamos transformar, paso a paso, los puntos de vista políticos de los jóvenes de Jerusalén. Y es una experiencia transformadora para las dos partes. Hay que tener en cuenta que 60 por ciento de la población israelí está de acuerdo con la guerra. Esto dice algo sobre el grado de destrucción, temor e ignorancia de ambas comunidades.

—¿No sientes a veces que esfuerzos como éste caen en el vacío político del conflicto?

—Sí. Siempre nos hacemos esa pregunta. Pero siempre digo que una sola vela encendida es mil veces mejor que la oscuridad.

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