Una madrugada de 2003, pistola en mano, Derwin Cara de león y El gordo José Gregorio sometieron a un vigilante del ingenio azucarero Santa Teresa, principal fábrica de ron en el centro de Venezuela, le quitaron arma y equipo de radio y desaparecieron en las callejuelas de una barriada vecina.
Ahora Derwin, de 23 años, comanda aprendices que construyen una escuela de albañilería en el municipio El Consejo, de 40.000 habitantes, en los valles del oeste de Caracas y en cuyos linderos funciona desde hace dos siglos la hacienda y fábrica de ron. Sin esta oportunidad todavía cargaría mi pistola y quizás estaría muerto o preso, dijo a IPS.
Antes nunca salía a la calle con mi mujer o mis hijos. Ahora los llevo al parque y ciudades cercanas como La Victoria y vivo más tranquilo, dijo José Gregorio, un falso gordo lleno de destrezas para los deportes de equipo.
¿Qué pasó con ellos? Aquella madrugada de enero de 2003, contó a IPS Alberto Vollmer, heredero del imperio Santa Teresa, los equipos de seguridad de la hacienda salieron a buscar a los asaltantes, los ubicaron, y los llevaron a la policía. Pero junto a ese logro estaba claro que nuestra seguridad había sido vulnerada.
A las puertas de la comisaría, Vollmer, un ingeniero civil de 35 años, escuchó a los jóvenes delincuentes hablar de lo que temían: meses de encierro en la violenta cárcel de Tocorón. Urdió entonces un trato. No presentaría cargos a cambio de que los aprehendidos trabajasen en su hacienda durante tres meses, percibiendo apenas alimentos como pago.
Laborando en las picas (caminos agrícolas) se nos ocurrió que otros compañeros de la banda quizás querían la misma oportunidad y hablamos con ellos, relata Derwin. A los pocos días propuso a Vollmer un encuentro con unos cuatro o cinco de sus amigos.
Cuando llegamos al sitio de reunión bajo un árbol, había 22 muchachos, la banda completa de La Placita, rememora el empresario. Sobre la marcha, la solución puntual para un caso de asalto se convirtió en un programa, y así nació el Proyecto Alcatraz.
Una preocupación constante fue que teníamos seguridad dentro de la hacienda, pero no afuera, en las barriadas de El Consejo que lindan con el ingenio, y, de pronto, sin disparar un tiro, habíamos reducido a 22 potenciales adversarios, comenta Vollmer.
El plan Alcatraz se organizó sobre un esquema que se mantiene: los jóvenes ex delincuentes trabajan sin pago durante tres meses, asisten a cursos sobre oficios y enseñanza de valores sociales, y se encuadran en equipos deportivos, principalmente de rugby.
Es un deporte de contacto, de confrontación y fuerza, que drena las energías y fomenta el sentido de pertenencia y solidaridad de equipo, opina Vollmer.
Cuando promediaba el primer curso, cuenta a IPS Carlos Tovar, uno de sus participantes, nos dimos cuenta de que era algo bueno pero no funcionaría. Los de una banda trabajábamos en la hacienda pero por fuera había varias bandas más. Entonces tomamos la decisión de ir a conversar con ellos.
Así se sumaron los jóvenes azotes de barrios cercanos como El Cementerio y El Dispensario, ampliando el programa a 75 participantes. Sin embargo, dos decenas no persistieron porque quien reincide y comete una falta queda fuera, explicó Tovar.
De los primeros cursos de tres meses egresaron en total 62 jóvenes y actualmente 54 continúan encuadrados en el triple esquema del proyecto: trabajan por la mañana —con una remuneración equivalente al salario mínimo, de 150 dólares mensuales—, estudian después del mediodía, y se entregan a la pasión del rugby al caer la tarde.
Yo y éstos que están aquí, dice Derwin señalando a un par de jóvenes, antes éramos de bandas rivales y nos buscábamos para matarnos. Ahora estamos en el mismo equipo en la cancha.
Las autoridades locales han sido benevolentes con el programa, desechando su exigencia inicial de tener un listado de los reclutas en el programa. Entramos aquí únicamente con nuestros apodos, recordó Derwin.
El comisario Sergio Castillo, de la policía judicial, estima que los delitos se han reducido en 35 por ciento en el municipio, en el que se registraron el último año 18 homicidios y 53 atracos a mano armada. Pero todavía mucha gente se encierra en sus casas al caer la noche y algunos temen que los alcatraces sigan asaltando, indicó.
Algunos vecinos preguntan por qué empleamos precisamente a los más dañados en la comunidad. Bueno, porque nadie más los busca, se justifica Vollmer.
El presidente de Colombia, Alvaro Uribe, propició una reunión de sus colaboradores y empresarios en Bogotá con Vollmer, para tomar ideas de la experiencia y aplicarlas a los planes de reinserción de los paramilitares de derecha que negocian desmovilizarse.
Vollmer insistió en que quienes quieran reinsertarse en la sociedad puedan seguir perteneciendo a algún grupo, recordó a corresponsales la embajadora colombiana en Caracas, María Angela Holguín, entusiasta del proyecto.
De la actividad en la hacienda, los alcatraces han pasado a la recuperación de una vieja casa en El Consejo para convertirla en una escuela de construcción popular y centro de actividades comunales, y prevén comenzar por refaccionar las viviendas más deterioradas e inestables de las barriadas vecinas.
Vollmer afirma que el ingenio Santa Teresa destina al programa dos por ciento de sus utilidades, un monto que no reveló. Pero otras organizaciones aportan recursos humanos y materiales, como la estatal Universidad Central de Venezuela, la Cámara de la Construcción y la Corporación Andina de Fomento, el brazo financiero de la Comunidad Andina de Naciones.
¿Por qué Alcatraz? Por un símil con la famosa prisión estadounidense de máxima seguridad en la bahía de la occidental ciudad de San Francisco, dijo Vollmer.
Porque la verdadera cárcel quizá es la mente de uno mismo, y la única manera de escapar es si se recibe una oportunidad para superarse, concluyó.