El césped de lo que solía ser el estadio del club de fútbol Haifa Palestina, en las afueras de Bagdad, fue arrasado durante más de un año en que sirvió de improvisado campamento para unos 2.000 refugiados.
Es difícil que algún alma salga de las tiendas de campaña en las horas del día cuando el calor resulta más opresivo.
Este campamento es una de las muestras más visibles de la tragedia que viven los palestinos en Iraq luego de la caída en abril del año pasado del régimen de Saddam Hussein, quien fue, en cierto modo, el gran abanderado de su causa en el mundo árabe.
Cuando terminó la guerra lanzada por Estados Unidos contra Iraq, propietarios de viviendas en las que vivían los palestinos aprovecharon para desalojarlos por millares.
Muchos refugiados acudieron entonces al estadio Haifa Palestina. Otros muchos encontraron techo con algún familiar propietario de una vivienda, o huyeron del país para terminar en el campamento de R'weishet, en la frontera jordano-iraquí.
No hay unanimidad entre los refugiados respecto de la razón del tratamiento tan brusco que hoy le depara el pueblo en cuyo seno vivieron durante décadas.
”No esperábamos esto de los iraquíes, de los hermanos que hicieron más por nosotros que cualquier otro país árabe”, se lamenta un refugiado.
Los más ancianos y los funcionarios atribuyen la novedosa animadversión hacia los palestinos a los bajos alquileres fijados por el régimen iraquí para los refugiados. Y los más jóvenes consideran que el resentimiento había salido a la luz aun antes de la invasión estadounidense.
Saddam Hussein fue el único líder de un país árabe que efectuó algún ataque militar contra Israel desde 1973, cuando se registró la última guerra árabe-israelí, la de Iom Kippur.
Fue en 1991, durante la guerra del Golfo, cuando Iraq fue invadido por una coalición internacional que lideró Estados Unidos a raíz de la ocupación de Kuwait en agosto del año interior.
Por otra parte, Saddam Hussein entregaba abultados subsidios a las familias de atacantes palestinos suicidas contra objetivos israelíes, e incluso creó en Iraq el denominado Ejército Jerusalén, con la misión de liberar Palestina.
Estas políticas elevaron su figura en el mundo árabe más que en su propio país, donde sus conciudadanos solían preguntarse por qué usaba en beneficio de los palestinos el dinero que supuestamente tanto escaseaba a causa de las sanciones económicas y políticas internacionales.
La población palestina en Iraq cayó de 75.000 en 1991 a 35.000 en la actualidad, a causa de la mala situación económica, según los residentes del club Haifa Palestina.
Las 350 personas que siguen allí sufren terribles condiciones de vida. ”Estoy cansado. Estoy tan cansado como nunca lo estuve en mi vida”, dice Sabri Yunis, un diseñador de interiores de 67 años.
Yunis vivió en Alemania en los años 50 y 60, donde alcanzó considerable éxito, y trabajó, incluso, en el diseño del aeropuerto Tegel, de Berlín.
Ahora no encuentra en su cuerpo la energía para subir la cremallera de la desvencijada tienda que habita desde hace un año con su esposa y sus cuatro hijos.
La familia recoge el agua para beber en un bidón que reza ”veneno”.
Yunis tenía 10 años y vivía en un poblado cerca de Haifa cuando muchos palestinos se vieron obligados a dejar sus hogares a colonos judíos al crearse el Estado de Israel en 1948.
Cuando cumplió 18 años, viajó a Alemania con un grupo de amigos para estudiar. Más tarde encontró trabajo en el país europeo. ”Pero siempre extrañé la cultura árabe, la comida, el lenguaje, a mi familia”, señala.
En 1975, respondió a un aviso publicado en la revista alemana Der Spiegel que convocaba a árabes para edificar la infraestructura de Iraq.
El país estaba boyante gracias al aumento de los precios del petróleo, y el entonces vicepresidente Saddam Hussein alentaba la construcción de hospitales, escuelas y otras obras.
El aviso en Der Spiegel prometía un buen salario, una vivienda y otros beneficios. Pero Yunis no recibió nada de eso en Bagdad. ”La decisión de venir aquí es de la que estoy más arrepentido en toda mi vida”, asegura ahora.
Aun así, encontró trabajo en un ministerio, conoció a su esposa y prosperó, hasta la invasión del año pasado.
”Pocos días después de la llegada de los estadounidenses a Bagdad, nuestro casero fue a las puertas de la casa con un gran grupo de familiares suyos. Cargaban armas y palos”, recuerda.
El hombre les dijo que tenían una semana para dejar libre la casa. ”De lo contrario, nos matarían”, agrega Yunis.
El palestino trató de negociar, pero el casero le informó que el alquiler debía elevarse de 30 dólares mensuales a 200, una suma que no podía pagar.
En esos mismos días perdió todo el dinero que había invertido con un empresario iraquí. ”Cuando fui para recibir mi pago mensual, me dijeron que no tenían nada para mí y que me matarían si volvía a aparecer por ahí”, dice.
Yunis nunca antes había notado resentimiento hacia los palestinos. Atribuye la novedosa actitud al clima de anomia predominante después de la guerra, y al hecho de que los palestinos, al carecer de familias extendidas, no tienen una red social de contención.
Pero sus hijos advirtieron un mal ambiente antes de la guerra. ”A veces nos decían que nos fuéramos de Iraq”, dice Hussam, de 23 años, estudiante universitario de administración de empresas.
En el campus de la Universidad de Bagdad, recuerda, ”pandillas armadas solían causarnos problemas, pero las cosas parecen haberse calmado ahora”.
En una piscina cercana al club Haifa Palestina, iraquíes y palestinos se mezclan libremente y, al parecer, sin tensiones. ”Vengo aquí hace 15 años y nunca hubo problemas”, afirma Ahmed, el salvavidas.
El director de la piscina, Qusay Rifat al-Madhi, cree que los problemas se arreglarán con la ayuda del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y del nuevo gobierno iraquí, que se comprometieron a dar techo a los palestinos.
Pero algunos tendrán problemas, como la familia de Sabri Yunis, que no llegaron a Iraq como refugiados sino para trabajar. ”El gobierno no los ayudará”, afirma Al-Mahdi.
Yunis se confiesa ”apático”. No tiene fuerzas para cambiar la situación por sí mismo y apela a organizaciones humanitarias, como la Media Luna Roja.
”Lo único que me preocupa es que mis hijos terminen la universidad. Ya no me importa una casa”, concluye.