Argentina tiene un nuevo aliado en la puja con los acreedores privados de su deuda: un comité de activistas británicos quiere que el FMI deje de incidir en esa negociación, y para lograrlo se propone «ablandar” a un personaje clave, como es el ministro de Economía de su país, Gordon Brown.
"Justicia económica para Argentina” se creó en junio para coordinar "una campaña de varias organizaciones, individuos, sindicatos, expertos y parlamentarios de Gran Bretaña”, explicó en entrevista con IPS el economista Alan Freeman.
Buenos Aires formalizó a fines de mayo su propuesta para renegociar una deuda de unos 100.000 millones de dólares, colocada mayoritariamente en bonos, y que no paga desde diciembre de 2001.
La propuesta se basa en una quita de capital de 75 por ciento, con diferentes papeles que contemplan diversas tasas de interés y plazos. Mientras los acreedores regatean, el FMI (Fondo Monetario Internacional) insiste en reclamar a Buenos Aires una fórmula más flexible.
Pero el gobierno argentino de Néstor Kirchner sostiene que no habrá modo de honrar la deuda si el país pierde margen para un crecimiento económico a largo plazo y "sustentable”.
En 1976, la dictadura militar iniciada entonces encontró una deuda de 9.700 millones de dólares y a su finalización en 1983 había trepado hasta 45.590 millones, para crecer en 1999 a 146.400 millones, según el profesor argentino de economía Julio Gambina, presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas. Hoy el endeudamiento es de 180.000 millones de dólares.
El Fondo ha cometido muchos errores graves con Argentina, y la comunidad financiera lo sabe. "Los técnicos del FMI son especialistas en moneda. ¿Qué saben de dirigir un país? No se puede confiar a ese equipo la dirección del mundo”, dijo Freeman.
Profesor de la Universidad de Greenwich y activista de los tiempos de la solidaridad europea con exiliados latinoamericanos que huían de las dictaduras iniciadas en los años 70, Freeman estuvo la primera semana de este mes viajando por Argentina, en su tercera visita a ese país. Antes de regresar a Gran Bretaña dialogó con IPS en Montevideo.
—Hay organizaciones en esta iniciativa que actuaron en la campaña internacional Jubileo 2000 por la abolición de las deudas de los países más pobres. ¿Por qué eligen ahora a Argentina?
—Si Argentina sigue las políticas del FMI va a volverse muy pobre. Ya tiene siete millones de personas que no pueden comer todos los días. Pero es también un "caso testigo". Si logra mantener una política de negociación con sus acreedores basada en los principios enunciados por Kirchner, habrá más espacio para que otros países negocien en condiciones más favorables. Además, las posibilidades de éxito son mayores para Argentina, pues hay una responsabilidad particular del FMI en la crisis financiera de 2001.
—¿Cómo reparten ustedes el peso de esas culpas?
—No aceptamos que recaigan todas en Argentina. Hay una parte de la deuda que se sospecha es ilegítima. Otra porción es consecuencia bastante directa de una política impuesta por el FMI: las privatizaciones de servicios y empresas presuntamente ruinosas, pero cuyos pasivos pasaron al Estado. Hay también responsabilidad del Fondo, que ahora admite, por no haber dicho que no era posible sostener la convertibilidad (de un peso por un dólar en los años 90). Se sospecha inclusive que hubo fraudes de bancos extranjeros. En Gran Bretaña no se vendió casi ni un solo papel a bonistas británicos, porque las regulaciones de la Bolsa de Valores impedían transar papeles con mucho riesgo. Era un negocio ilegal en Gran Bretaña. En cambio, en Italia, Alemania y Japón, los bancos colocaron esos papeles perjudicando a quienes los compraron. Debería haber una investigación independiente.
—-Pero, ¿quién y cómo haría una investigación así?
—Esto se puede discutir. Pero dado que no hay un marco apropiado establecido por el FMI para solucionar este problema de manera justa, ese organismo debería ceder el derecho al pueblo y al gobierno argentinos de determinar por su cuenta cómo hacerlo. Hay muchos en Argentina que están discutiendo una investigación sobre responsabilidades. Pero mientras tanto, hay que desatar la relación existente entre el FMI y los acreedores privados. Que el FMI deje de presionar al gobierno para que acuerde con los acreedores. Que se restrinja a su función original: el manejo de monedas y el intercambio internacional.
—¿Cómo piensan presionar por semejante cambio?
—El gobierno británico tiene gran influencia en el FMI. Brown, nuestro ministro de Economía, es presidente del comité monetario y financiero, probablemente el más poderoso del Fondo. Tiene el derecho formal de determinar la política, lo cual demuestra el rol de Gran Bretaña. Brown designó al actual director gerente, el español Rodrigo Rato. Esto es porque juega de intermediario entre los intereses de Estados Unidos y los de Europa y Japón, y refleja la posición del mercado monetario londinense, quizás el más grande del mundo. Nos proponemos utilizar los mecanismos democráticos, vamos a dialogar con comités parlamentarios que se ocupan de la deuda, del comercio exterior, de América Latina, y con sindicatos y organizaciones. Estamos preparando una petición, firmada por gente de importancia, que entregaremos a Brown antes de septiembre, para cuando está prevista la próxima reunión entre el gobierno argentino y el FMI.
—¿Qué interés pueden tener parlamentarios, sindicatos y organizaciones no gubernamentales británicas en Argentina?
—Está naciendo una nueva ola de solidaridad. Antes fue con las víctimas de la represión de las dictaduras latinoamericanas (de los años 60, 70 y 80). Después vino un cierto silencio. Ahora se reconoce una vez más la importancia de la solidaridad porque surge desde aquí una resistencia a las presiones del FMI y el mundo europeo la está mirando con atención.
—La campaña se focaliza en su país.
—Se están organizando comités en Alemania y en Francia. Acreedores italianos han respondido a cartas abiertas enviadas desde Argentina, cambiando su enfoque y logrando incluso querellar con éxito a un banco que les había vendido bonos. Empieza la cristalización de una alternativa a los bloques existentes de acreedores. Para el próximo Foro Social Europeo de octubre, en Londres, se definieron dos puntos clave de la solidaridad con América Latina: la intervención militar de Estados Unidos en la región y la deuda.
—La situación de Argentina es particular, en gran medida por el cese de pagos de 2001. Hay otros países muy endeudados, como Brasil o Uruguay, que han adoptado caminos diferentes.
—Cada país es diferente. He escuchado una gran discusión al respecto en Argentina. Y encuentro tres puntos en común: la declaración de Copacabana (firmada por Kirchner y su par de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva), refleja la intención de establecer prioridades y deberes absolutos del Estado hacia su economía y su población por encima del pago de la deuda. El gobierno de Uruguay no ha convenido en este principio, pero esto concierne a los uruguayos. El segundo punto es la corresponsabilidad de deudores y acreedores. La tercera dimensión es más global: coordinar acciones de los países endeudados. Creo que a estos tres aspectos apuntan los países de América Latina.
—-El último punto ha probado ser complicado. La coordinación de Argentina y Brasil ante el FMI está limitada a una discusión sobre cómo se computan gastos en infraestructura y planes sociales en el presupuesto. Y el llamado a no pagar la deuda, que pregonó entre otros el ex presidente peruano Alan García (1985-1990) no tuvo eco.
—El intento de Alan García fracasó porque estaba aislado. Las condiciones económicas y políticas han cambiado. El ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas que impulsa Estados Unidos) se está resintiendo, y Venezuela y México quieren ingresar al Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay). El discurso en América Latina es de unificación de fuerzas.
—¿Está débil el FMI?
—Su vulnerabilidad ante la deuda de sólo dos países, Argentina y Turquía, es muy grande: comprende 30 por ciento de sus activos. ¿Cómo un banco ha podido cometer tantos errores? Ellos mismos se lo están cuestionando.
—¿Hasta dónde llega ese cuestionamiento? El lenguaje de los documentos internos es bastante suave.
—Aun algo muy suave en palabras del FMI llega a oídos del mundo financiero. Yo sé que están escuchando. Son personas muy prácticas. Estoy casi seguro de que no confían en el FMI como antes. Hay que cuestionar la capacidad de estos expertos del Fondo. Los técnicos del FMI son especialistas en moneda. ¿Qué saben de dirigir un país? No se puede confiar a ese equipo la dirección del mundo.
—¿Y Brown, la figura a la que toman como centro de su campaña?
—También Brown es un hombre pragmático, con formación de economista, pero no ideológico. Se puede discutir con él. Es muy firme. Pero cuando ve una acumulación de hechos que demuestran que debe cambiar de opinión, lo hace. Lo ha hecho con relación a la unidad monetaria en la Unión Europea (UE). Esperamos colocar ante él tal acumulación de hechos.