Margarita Zamora busca a sus cuatro hermanos desaparecidos en mayo de 1982, cuando El Salvador soportaba una guerra civil que dejó 75.000 muertos. Aunque carga con años de esfuerzos, aún no pierde la esperanza de encontrarlos ni olvida el ”horrible sonido” de las balas y los gritos que escuchó el día en que estalló la tragedia familiar.
”Estoy segura que hay un Dios y que algún día se sabrá la verdad, por lo que no voy a parar ni a detenerme ante nada”, dijo Zamora, quien ya preguntó en cientos de lugares y revisó miles de documentos para saber algo de Mauricio, Herman, José Orlando y ”Carlita”, que tenían entre 8 años y nueve meses de edad cuando desaparecieron.
”La esperanza la perderé sólo cuando me muera”, señaló a IPS en entrevista telefónica desde San Salvador.
Zamora acudió en 1994 a pedir ayuda a Pro-Búsqueda, una organización no gubernamental fundada ese mismo año para investigar el paradero de menores desaparecidos durante la guerra de 1980 a 1992 entre las fuerzas de seguridad del Estado y paramilitares de derecha contra la guerrilla izquierdista.
Ese grupo humanitario ya resolvió 274 casos, pero aún quedan otros 438, y uno de ellos es el de esta mujer de 39 años de origen campesino.
Gracias a su empeño, Zamora ya no es hoy sólo un caso más de Pro-Búsqueda sino una de sus activas colaboradoras, que en mayo inició un proyecto dirigido a crear un banco de muestras genéticas que respaldará las investigaciones.
La guerra civil salvadoreña dejó un saldo de 75.000 personas muertas, en su mayoría campesinos, otras 7.000 desaparecidas y pérdidas económicas superiores a los 1.500 millones de dólares. Entre las víctimas se cuenta el arzobispo católico de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, asesinado por un francotirador de ultraderecha el 24 de marzo de 1980.
La paz se selló sólo en 1992 con los acuerdos firmados en México entre el gobierno salvadoreño de la época y el entonces guerrillero Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, con el auspicio de la Organización de las Naciones Unidas.
”Son cifras frías que esconden dramas humanos muy fuertes, muchos de los cuales jamás se podrán aplacar”, declaró a IPS Azucena Mejía, jefa del departamento de Investigación de la Asociación Pro-Búsqueda, fundada por el sacerdote jesuita, Jon Cortina.
Azucena explicó que el banco genético tiene el respaldo también en Estados Unidos de la organización con sede en Boston, Médicos por los Derechos Humanos, del laboratorio del Departamento de Justicia de la occidental ciudad de California y del Centro para los Derechos Humanos de la Universidad de Berkeley.
Las muestras de sangre, que se comenzaron a tomar entre quienes aún buscan a sus familiares, ya sea de padres a hijos o a la inversa, se transformará en información genética codificada que será usada cuando el caso lo merezca.
”Hemos tomado hasta ahora 50 muestras y esperamos sumar unas 500 hasta el primer trimestre de 2005”, indicó Mejía.
”La gente se animó mucho con este nueva prueba, aunque les explicamos que no es que tengamos ya la muestra del otro, del que se busca. Y es que la gente se hace expectativas y con razón, pues llevan muchos años con el sufrimiento”, expresó.
Durante la guerra en El Salvador muchos niños fueron arrebatados por soldados del Ejército a sus madres o familiares antes de ser masacrados. Según cuentan algunos ex militares arrepentidos, esos menores eran una especie de ”trofeo de guerra”, una práctica que también llevaron adelante las fuerzas represivas de América del Sur en particular en Argentina.
También hay casos de robo de menores de centros de refugio y de la entrega de docenas de niños a orfanatos, en donde se tramitaron muchas adopciones irregulares.
Entre los casos de niños y niñas desaparecidos durante la guerra y hoy resueltos por Pro-Búsqueda, figuran unos 100 que fueron localizados en el exterior, como Italia, Francia, Bélgica, Suiza, Estados Unidos, Honduras y Costa Rica.
Zamora dice recordar con total frescura el día en que vio por última vez a sus hermanos. Ella, que en 1982 tenía 17 años y ya había visto morir a varios familiares en la guerra, estaba en un refugio creado por organizaciones humanitarias, mientras sus padres continuaban en el campo bajo el acoso de los militares.
”Un día me pidieron llevar un mensaje al pueblo de mis papás, fue entonces que ya cerca del lugar escuché el horrible sonido de la balacera y los gritos de la gente y de los niños pidiendo auxilio”, pues entraban las fuerzas militares represivas.
Ocho días después apareció mal herido el papá de Zamora y relató lo sucedido. Acosados por el avance de los soldados, que señalaban a los campesinos como colaboradores de la guerrilla, la familia Zamora había corrido desesperada hasta cruzar un río ”en el que muchos vecinos y familiares murieron, incluso con niños en brazos”, narró.
Más tarde, todavía bajo el fuego militar, la familia se dispersó en la confusión y jamás volvieron a reunirse. ”Creo que mi mamá murió, pero mis hermanos seguramente fueron tomados por militares o llevados a orfanatos”, relató la hoy colaboradora de Pro-Búsqueda.
”No guardo resentimiento, uno vive con los recuerdos y el dolor, pero no guardo odio, porque simplemente fueron circunstancias que se dieron, muchos militares fueron obligados a hacer lo que hacían”, acotó.
Una historia diferente es la de Ana María, que en 1997 logró reencontrarse con su familia, tras dos años de una búsqueda que fue patrocinada también por Pro-Búsqueda.
”Cuando yo nací en mayo de 1982, la guerra estaba muy cruda. Mi papá ya había desaparecido por la guerra y mi mamá fue obligada a involucrarse en la guerrilla. Algunos comandantes guerrilleros le dijeron a ella que debía dejarme, pues los niños sufrían mucho (en medio de la lucha), así que terminé en un orfanato”, relató a IPS.
”Encontrar a mi familia fue una gran alegría, fue muy emocionante. Lo primer que hice es pedirle a mi mamá que me explique todo lo que pasó y yo ahora la entiendo, pues cuando regresó al orfanato a buscarme le dijeron que yo había muerto y ella siempre vivió con la idea de que eso no podía ser”, señaló Ana María.
”Fue el destino el que nos separó, eso nos hizo perder el contacto. Lo que me llena es que ya sé de dónde vengo, ya sé que tengo familia”, dijo esta joven que en la actualidad estudia la carrera de leyes en la capital salvadoreña mientras su mamá continúa viviendo en el campo, ”donde me extraña mucho”.
”Ahora que tengo 22 (años) creo que de alguna manera se ha ido sanando ese sufrimiento de no saber quién eres, cuál es tu familia y que pasó en la guerra”, apuntó.
Al igual que Zamora, Ana María asegura que no tiene rencor contra quienes la separaron de su familia, ”pues ya sé que lo que pasó fue por la guerra y por nada más”.
Sin embargo, ambas se quejan de que los militares ayuden muy poco en las investigaciones para resolver los casos de niños desaparecidos y que los legisladores no hayan aprobado una comisión especial para buscar a quienes tuvieron ese destino durante la guerra.
La jefa del departamento de Investigación de la Asociación Pro-Búsqueda, indicó que hasta la fecha el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas jamás ha otorgado una audiencia a su grupo.
”Es increíble, pero los militares dicen que no tienen ninguna información sobre niños desaparecidos”, expresó con énfasis.