El golpe del cincel en rocas y socavones bolivianos puede ceder paso a poderosas perforadoras hidráulicas, si renace la minería del estaño. La cotización del metal saltó a más de cuatro dólares la libra fina (420 gramos).
Bolivia había visto la sepultura de su industria minera, a mediados de los 80, y el consecuente desempleo de 30.000 trabajadores.
En septiembre de 1986, los obreros del ”guardatojo” (casco protector), lamparilla de carburo y carrillos hinchados por las hojas de coca acumuladas en la boca, dejaron los campamentos junto a sus familias tras un forzado despido de la estatal Corporación Minera de Bolivia (Comibol), por una caída de las cotizaciones que llevó el estaño a dos dólares por libra fina.
El tres veces presidente Víctor Paz Estenssoro, por entonces en su último mandato (1985-1989) cerró los yacimientos estañíferos para evitar pérdidas millonarias al Estado, que había vivido de los recursos de la minería por decenios. El país salía de una inflación anual de 25.000 por ciento y de un déficit fiscal fuera de control.
Sin fuentes de empleo a la vista, millares de hombres y mujeres de socavón dejaron la frígida zona montañosa, en los occidentales departamentos andinos de Oruro, Potosí y de La Paz.
Algunos se refugiaron en las subtropicales tierras del Chapare, en el central departamento de Cochabamba, donde un gran número de familias comenzó el cultivo de coca, hoy perseguido por la legislación antidroga boliviana y las políticas estadounidenses antinarcóticos.
En este país donde la coca es alimento ancestral, sólo las plantaciones localizadas en la zona yungueña de La Paz son reconocidas como tradicionales y, por tanto, legales.
Las leyes admiten plantaciones de coca de hasta 12.000 hectáreas en la zona, pero fuentes del gobierno estadounidense afirman que los cultivos alcanzan a 23.500 hectáreas.
Mientras, en los campamentos mineros, laberintos y galerías construidos hasta 200 metros bajo tierra, sólo permanecieron obreros organizados en cooperativas, bajo un régimen laboral casi esclavizante.
Sin equipos, ventilación ni oxígeno, armados apenas de martillos y cinceles, no renunciaron a la vieja tradición de arrancar pedazos de roca con mineral en jornadas que comienzan a las 8.00 de la mañana local y terminan cuando cae la noche.
En tiempos de bajas cotizaciones (como a mediados de los 80, cuando el estaño llegó a apenas un dólar la unidad) estos obreros obtenían ingresos de 25 centavos de dólar por día.
Hoy, con los nuevos precios, pueden obtener un salario de hasta de 12 dólares diarios, alentados por la demanda de rescatadores de minerales y de empresas de fundición, según relataron trabajadores del sector consultados por IPS. En Bolivia, el salario mínimo nacional equivale a 50 dólares.
La renovada demanda del estaño boliviano, entre otros minerales, obedece una caída de la oferta internacional, a políticas ambientales de Europa, que abandona paulatinamente el plomo, y a la sustitución de este metal en la industria de las computadoras.
Pero la explotación a gran escala y con nueva tecnología podría demorar varios meses porque los nuevos precios ”tomaron (a los empresarios) de sorpresa y dormidos”, afirmó el académico e investigador orureño Antonio Salas.
Durante el periodo colonial, la plata fue la riqueza mineral de mayor interés para los conquistadores españoles, mientras el estaño adquirió importancia mucho después, a mitad de los años de 1970, por la demanda industrial de Europa y de Estados Unidos. Por entonces el estaño se cotizaba a más de siete dólares la libra fina.
En 1986, la estatal Comibol abandonó sus instalaciones distribuidas en la región occidental y transfirió algunas operaciones extractivas a empresas privadas y cooperativas, que explotaron cantidades pequeñas de estaño, plomo y zinc.
En consecuencia, ”el país perdió el oficio minero”, dijo Salas a IPS. El languidecimiento de la minería estatal determinó que los obreros calificados emigraran y olvidaran sus destrezas para operar perforadoras en el interior de las minas y para construir galerías bajo tierra.
Otros han envejecido, y al pasar la edad de los 50 años, no tienen la fortaleza que exige el sacrificado trabajo minero, añadió.
El presidente de la Cámara Nacional de Minería, Gróver Simbrón Vargas, que agrupa a 350 empresas con capitales de entre 20.000 y 100.000 dólares, confía en el compromiso gubernamental de canalizar recursos al sector que emplea a unos 3.500 trabajadores.
”El gobierno sabe del nuevo boom de la minería y debemos aprovechar esta oportunidad”, dijo Simbrón a IPS. Además del estaño, el zinc, el bismuto, el antimonio y el oro experimentan aumentos prometedores para la minería boliviana.
Según Salas, el procesamiento en ingenio de millones de toneladas de material de desecho -abandonado por la Comibol al pie de los yacimientos- permitiría recuperar su contenido de estaño y generar de inmediato un ingreso aproximado de 100 millones de dólares para el Estado.
La oportunidad de negocio, sin embargo, parece ser ignorada por las instituciones financieras. Ningún banco ofrece créditos para el negocio minero, a pesar de la rentabilidad que presenta ahora el sector, coincidieron Salas y Simbrón.
El renacimiento del estaño es la tabla de salvación de la deprimida y empobrecida región occidental, observó Salas. El gobierno debería respaldarlo liberando aranceles a la importación de equipos e incentivando la renovación tecnológica de la minería, recomendó.