Coca Cola es considerada símbolo de juventud, diversidad y globalización. Pero para activistas de Estados Unidos representa todo lo contrario: muchos se abstienen de beberla, y acusan a la poderosa compañía que la produce de violar los derechos humanos en Colombia.
Lenore Palladino, estudiante universitaria de 23 años que reside en Nueva York, trata, con ardor, de incorporar a otros jóvenes a la lucha contra el mayor símbolo de consumismo masivo del planeta.
”Como estudiantes, tenemos poder”, dice Palladino, con voz suave y confiada. Frente a ella, un pequeño grupo de jóvenes la escuchan sentados en semicírculo alrededor de una enorme caja de pizza.
Es un domingo de tarde en el noveno piso del Kimmel Center, el más lujoso de los edificios de la Universidad de Nueva York.
”Queremos que las universidades rompan sus contratos con Coca Cola. No más Coca Cola en los comedores, no más Coca Cola en máquinas expendedoras”, dijo Lenore.
Numerosos estudiantes planean en Nueva York presionar a las juntas universitarias para que retiren sus inversiones de la multinacional poseedora de la franquicia del refresco más popular del mundo, y para que pongan fin a todo tipo de vínculo con la compañía.
Se trata de una campaña en la que participan estudiantes, sindicatos y activistas de derechos humanos de Colombia y Estados Unidos.
Coca Cola es acusada de violación de derechos laborales, tortura, secuestro y asesinato de trabajadores en plantas embotelladoras de la compañía, denuncia pública contradictoria con la imagen de alegría, amistad y tolerancia que exhibe la marca.
Desde los años 90, según los universitarios, Coca Cola ha contratado paramilitares para intimidar y asesinar a sindicalistas de Colombia, país envuelto desde hace medio siglo en un sangriento conflicto que involucra a guerrillas izquierdistas, paramilitares derechistas, narcotraficantes y fuerzas del gobierno.
Con frecuencia, los sindicalistas son asimilados a los guerrilleros por paramilitares y fuerzas del gobierno.
La Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) indicó que 70 dirigentes sindicales colombianos fueron asesinados en 2003. Fueron menos que los 184 muertos en 2002. De todos modos, la CIOSL advirtió que el gobierno de Alvaro Uribe se ha dedicado a criminalizar la protesta social.
Los activistas anti-Coca Cola advierten que la empresa de matriz estadounidense se ha aprovechado de este ambiente para cometer abusos.
Dos abogados estadounidenses, Daniel Kovalik y Terry Collingsworth, presentaron en 2001 en un tribunal federal en Miami una querella contra The Coca Cola Company, con sede en la meridional ciudad de Atlanta.
La portavoz de la multinacional Lori George Billingsley calificó las acusaciones de ”completamente falsas”. ”Por desgracia, Colombia continúa siendo un lugar peligroso y difícil para vivir y trabajar”, sostuvo.
”La violencia afecta a muchas personas de todos los sectores, y no se limita a los sindicalistas”, añadió Billingsley, entrevistada por correo electrónico.
LAS ACUSACIONES
El 5 de diciembre de 1996, el sindicalista Isidro Gil trabajaba como portero en una planta embotelladora de Coca Cola en el pequeño poblado colombiano de Carepa. De repente, según la versión de los activistas, un grupo de hombres armados atravesaron la entrada y le dispararon 10 veces.
Al día siguiente, el grupo regresó a la fábrica y reunió a los trabajadores para advertirles que los matarían si no renunciaban al sindicato, agregaron.
”Había demasiados testigos”, dijo Jana Silverman, estudiante de la Universidad de Columbia para quien lo ocurrido entonces es apenas la punta del iceberg.
”Desde los años 90”, los embotelladores de Coca Cola en Colombia ”mataron a nueve trabajadores”, el último de ellos Adolfo Munera, en 2002 y en la ciudad de Barranquilla, agregó Silverman, quien se mudará a Colombia en los próximos meses.
Por ahora, desde Nueva York, la estudiante envía mensajes electrónicos para promover su causa. También participa en marchas pacíficas para exigir el fin de la guerra civil en Colombia y exhorta a Coca Cola a abandonar la práctica de perseguir sindicalistas y a compensar a los familiares de Gil y de otras víctimas.
La muerte de Gil es el episodio central de la querella contra Coca Cola.
En la demanda, el sindicato colombiano Sinaltrainal, la Fundación pro Derecho Laboral Internacional y los Trabajadores Unidos del Acero de Estados Unidos acusan a los embotelladores de Coca Cola de ”contratar o dirigir a fuerzas paramilitares de seguridad que utilizaron violencia extrema y asesinaron, torturaron, detuvieron ilegalmente y silenciaron a sindicalistas”.
En marzo de 2003, el tribunal falló que no había base legal para que The Coca Cola Company fuera responsabilizada por las conductas de sus embotelladoras en Colombia. Kovalic y Collingsworth apelaron la sentencia. ”Esta demanda puede tomar unos años”, reconoció Kovalic vía telefónica desde su oficina en Pittsburgh.
Para el abogado, no hay dudas de que la multinacional es directamente responsable de los delitos que se le imputan. Pero la compañía niega toda responsabilidad.
”Todos estos embotelladores fabrican Coca Cola, operan bajo un acuerdo de franquicia con Coca Cola, solo existen para fabricar Coca Cola, recaudan beneficios para Coca Cola y Coca Cola las controla. ¿Coca Cola es culpable? Absolutamente”, afirmó.
Kovalic y Collinsworth invocan una ley aprobada en Estados Unidos en 1789, la Ley de Demandas por Torturas en el Extranjero (ATCA), concebida originalmente para resolver conflictos entre piratas y países extranjeros.
La ATCA permite a los extranjeros presentar demandas ante tribunales estadounidenses por violaciones de derechos humanos.
”La situación en Colombia es trágica, y sentimos compasión por su pueblo. De todos modos, la realidad en Colombia es que ni The Coca Cola Company ni sus embotelladores asociados son cómplices, de ninguna manera, con actos de violencia contra sindicalistas o contra nadie”, aseguró la portavoz empresarial Billingsley.
¿SIEMPRE COCA COLA?
La lucha ha llegado a Internet, donde diversos sitios contienen información a favor y en contra del refresco. Entre los críticos figuran ”Stop Killer Coke” (”Basta de Coca Asesina”, en http://www.killercoke.org), que presenta documentos e ilustraciones caricaturescas.
Su creador, Ray Rogers, de 59 años, es un consultor de sindicatos que encabeza la organización Corporate Campaign Inc. ”No necesito ir a Colombia para trabajar noche y día por esto. La solución está, principalmente, en Estados Unidos”, dijo.
Rogers diseñó afiches y autoadhesivos con la frase ”Killer Cola” (”cola asesina”) imitando el logotipo del refresco.
The Coca Cola Company reaccionó creando una página en un dominio similar, http://www.killercoke.com. Este sitio contiene enlaces a información adicional con la versión empresarial de los hechos.
”Coca Cola ha dicho que muchos de nosotros estamos vinculados con movimientos guerrilleros. Eso es mentira. Una vez, acusó a tres compañeros de instalar una bomba en una fábrica. Era falso, pero la policía los detuvo seis meses”, dijo el dirigente de Sinaltrainal Gonzalo Quijano.
En 1997, Quijano, de 40 años, debió abandonar su ciudad, Barranquilla, amenazado de muerte por los paramilitares. Se trasladó entonces a Bogotá. ”Hoy, el ambiente en las plantas de Coca Cola es de incertidumbre, porque despiden a mucha gente”, afirmó.
Quijano sostuvo que en Colombia cunde la impunidad, pues el sistema judicial protege a las clases privilegiadas. Por eso, explicó, los sindicatos deben apelar a los tribunales estadounidenses.
La comunidad colombiana en Nueva York designó a una delegación que viajará al país latinoamericano para analizar los hechos. Uno de los miembros es el estadounidense José Schiffino, organizador de sindicatos que hoy participa en la campaña contra Coca Cola.
”Muchas compañías multinacionales cometen abusos en todo el mundo, y por eso queremos castigar a Coca Cola: para enviar un fuerte mensaje a las otras”, explicó Schiffino, hijo de una colombiana.
Este empleado sindical afirma no tener resentimientos contra Coca Cola, si bien evita beber el refresco. Su lucha es de principios y valores, de identificación con los trabajadores colombianos, sostuvo.
Pero ”me encanta la Coca Cola, y la extraño”, lamentó.