Nada es como debería ser en la pequeña editorial constituida en uno de los mayores éxitos culturales del año pasado en Argentina. El local huele a ajo y cebollas, no hay dinero para imprenta y el propio editor es quien recorta las tapas de los libros hechas con cartones recuperados de la basura.
Pero pese a esa precariedad, Eloísa Cartonera, una idea del editor-escritor Washington Cucurto, ya publicó más de 35 títulos de autores de distintos países, varios de ellos originales. Llevan vendidos cerca de un millar de libros en Argentina y en el exterior desde agosto, cuando se inauguró el local que en un principio también sirvió para comerciar legumbres y otros comestibles.
Las páginas son fotocopias y abrochadas a tapas fabricadas con cartones en desuso provenientes de envases de botellas de aceite o de champán, de galletitas, de comida en latas o de mercaderías que esperan en estantes de supermercados.
Esa variedad del material recogido por "cartoneros", como les llaman en Argentina a quienes hurgan en recipientes callejeros de residuos y que le da nombre a la editorial, hace que cada ejemplar sea único. Así el cliente puede elegir la tapa que más le gusta para un mismo texto.
Consultados sus lectores, el suplemento cultural del diario local Página 12 lo catapultó como "acontecimiento cultural del año" en 2003 y también fueron votados libros de la editorial en la categoría "revelación" o "libro injustamente ignorado". El tanto que el apartado cultural de Clarín, el diario de mayor circulación del país, calificó a Eloísa Cartonera de "boom editorial".
"Es una editorial alternativa, pequeña, como otra calle por donde difundir a autores jóvenes, desconocidos", explicó a IPS Washington Cucurto, que es en realidad el seudónimo de Santiago Vega.
No obstante, la pequeña empresa consiguió además que algunos escritores consagrados cedieran relatos originales, que luego se convirtieron en sus mejores éxitos de venta. Los destacados autores argentinos Ricardo Piglia, César Aira y Rodolfo Enrique Fogwill, más conocido sólo por su apellido, son algunos de ellos.
También la familia del poeta brasileño Haroldo de Campos (1929-2003) autorizó la publicación en Eloísa Cartonera de un libro póstumo suyo y que aún no ha sido publicado en Brasil. Se trata de "El ángel izquierdo de la poesía", que se ofrece en dos tomos. Asimismo, Cucurto obtuvo la autorización en Chile para lanzar buena parte de la obra del escritor de esa nacionalidad Enrique Lihn (1929-1988), que se agotó y todavía no fue reeditada.
En Chile, al igual que en Uruguay, los libros de Eloísa Cartonera ya se venden en las librerías, aunque un poco más caros que en el local del populoso barrio de Almagro en Buenos Aires.
Tiene también algo del peruano Oswaldo Reynoso que publican sin permiso. "No sabemos si vive pero no se consigue en ningún lado y es bueno", se justifica Cucurto en referencia al reconocido autor que vive en Lima.
La idea surgió paradójicamente como consecuencia de la brutal crisis económica y social que llevó al país al colapso de diciembre de 2001 y la consecuente renuncia al gobierno de Fernando de la Rúa, cuando sólo había transcurrido la mitad de su mandato iniciado en 1999.
La devaluación del peso argentino frente al dólar que le siguió tornó imposible importar papel de Brasil o imprimir en Chile como hacían las editoriales en los años 90, cuando cada peso de la moneda local equivalía a un dólar.
La crisis no sólo se devoró a algunas pequeñas editoriales sino que provocó un fuerte incremento de la pobreza y el desempleo, catapultando la presencia de los cartoneros por las calles de las grandes ciudades del país juntando cartones, papeles y otros objetos que tengan algún valor para su precaria subsistencia.
Los hermanos Ramos, David de 20 años y Alberto de 27, fueron cartoneros que lograron especializarse en el armado de libros y dejaron la calle para trabajar todos los días en el taller de Eloísa.
Otro aspecto cuidado por la editorial es el pago del producto que compran de los hurgadores, que hoy abonan a un valor más de siete veces superior al que ellos obtienen en otros lugares.
El local que utilizan fue cedido por Fernanda Laguna, una artista plástica y socia capitalista de la editorial. Para atraer a los vecinos, al comienzo vendían papas, cebollas, ajos y huevos, pero como en Eloísa Cartonera nada es como se espera, el negocio no resultó y hoy sólo quedan algunos ajos y muchos libros.
Cucurto está parado frente a una tabla de poco más de un metro de ancho que funciona como una mesa de trabajo, sostenida sobre dos caballetes. Sofocado por un calor intenso, recorta las tapas mientras habla con IPS. No puede perder tiempo porque acaban de hacer un pedido de 300 ejemplares para distribuir en librerías.
"Sólo de Aira, Piglia y el poeta Fabián Casas llevamos vendidos 800 libros", señaló Cucurto, autor de "Cosa de negros" y "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia", dos libros que publicó una editorial de la competencia. "Son libros caros", dice con desdén de los propios que fabrica.
La "imagen" de la editorial corre por cuenta de Fabián Barilaro, otro de los socios de esta empresa que cuenta, además con cuatro empleados, en los que están incluidos los hermanos Ramos, y unos 10 los proveedores de cartones para las tapas. La conversación con Cucurto se interrumpe cuando ingresa al local Casas, uno de los autores de mayor éxito en la actualidad y con varios premios literarios en su haber. "Vengo a buscar algunos libros para regalar porque me voy a Córdoba", cuenta mientras selecciona algunos textos. Se lo ve muy satisfecho con el proyecto.
"N creo que haya muchos escritores (en el país) capaces de vivir de los derechos de autor o de lo que publican. Yo vivo del periodismo y de algunos premios cuando los gané, pero mi satisfacción pasa por escribir, publicar, y que se lea lo que escribo", comentó Casas a IPS.
En este sentido, Eloísa Cartonera está resultando un vehículo muy efectivo para popularizar su obra, en especial poesía y algunos relatos. "Muchos jóvenes vienen a comprarla y después me mandan e-mails", asegura el autor que entre sus galardones cuenta con uno de la cubana Casa de las Américas.
También Aira va a menudo a comprar y Piglia manda a amigos para que le envíen ejemplares a Estados Unidos donde reside.
Por su parte, Barilaro explicó que los objetivos del proyecto son, además de difundir literatura, es dar trabajo a la gente, sacarnos las ganas de hacer algo, poder contribuir a que los chicos cartoneros se den cuenta que pueden hacer algo más que juntar cartón, ya que la educación estatal está ausente".
"Necesitamos que el proyecto funcione comercialmente para poder seguir haciendo libros, pues no tenemos ningún subsidio ni crédito, por lo cual si no se vende tampoco se puede producir", agregó.
"Vendemos barato para que circulen los libros, para que se lea y para que vuelva el dinero a la empresa. Es fundamental el precio barato en nuestra política", señala con énfasis Barilaro a IPS.
Por el momento la editorial no obtiene ganancias y con las ventas a un promedio de 1,3 dólares por libro sólo alcanza para cubrir los gastos, insumos y sueldos.
Cucurto vive de su salario como empleado en la biblioteca municipal que funciona en la vieja casa donde vivió el poeta Evaristo Carriego, hoy convertida en museo. Pero su sueño es que el proyecto crezca.
"No sé para donde va a disparar porque recién empieza. Podría ser una asociación civil, podría ser tomado por el Estado que se decida a competir con las editoriales dando empleo a los cartoneros. Por ahora es un proyecto social, comunitario, que tiene a la cultura como eje conductor", sostuvo.
Si pudiera avanzar en su idea original, le gustaría que los libros sean vendidos por los cartoneros en un circuito alternativo de puestos callejeros y hacer una campaña de alfabetización a partir de los libros que publica la propia editorial. Tampoco desdeña de lanzar libros de texto, o de cocina si hace falta.
"Podríamos enseñarles oficios a los cartoneros, capacitarlos para que conozcan a los autores con los que trabajamos… En fin, por el momento, lo que estamos haciendo es apenas tomar algo de la basura, lo que está en la calle y nadie valora, y revalorarlo convirtiendo la basura en libros", remata el diálogo.