La occidental ciudad india de Mumbai, donde se celebrará del 16 al 21 de este mes el Foro Social Mundial, no podría ser más distinta de Porto Alegre, la urbe brasileña donde se realizó los tres años anteriores.
Porto Alegre es gobernada desde 1988 por el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), y el estado del que es capital, Río Grande del Sur, lo fue entre 1998 y 2003. El líder histórico del partido, Luiz Inácio Lula da Silva, es hoy el presidente de Brasil.
En cambio, Mumbai (ex Bombay), está en el estado de Maharashtra, gobernada por una tambaleante alianza semiconservadora.
Porto Alegre ha sido un laboratorio en el cual se desarrollaron múltiples experimentos de desarrollo comunitario y de democracia participativa, con énfasis en la equidad social.
Mumbai, por el contrario, exhibe gran contraste entre un puñado de ricos y millones de miserables que han renunciado al ideal de una relativa equidad, de una comunidad en que haya oportunidades para todos.
Rascacielos de acero y cristal se elevan desde el distrito bancario de la capital financiera de India, donde se genera más de un cuarto de los impuestos directos del país.
Pero dos tercios de la población de Mumbai viven en caseríos de pobreza abrumadora. Allí, la mayoría de los hogares carece de saneamiento y hasta de baño. El presente es sórdido y el futuro es incierto.
Aunque 70 por ciento de la población de India vive en áreas rurales, Mumbai es la expresión concentrada de sus muchas contradicciones: economía orientada a la globalización, desarrollo desparejo, creciente inequidad de género, delincuencia floreciente, inseguridad social, colapso de los servicios públicos y del estado de derecho, corrupción masiva y democracia en riesgo.
De cualquier manera, la realidad de Mumbai, tanto como la de India, resulta un mentís a los discursos del gobierno según los cuales la globalización, las privatizaciones y la desregulación han mejorado la calidad de vida de la población y abierto el camino al desarrollo genuino.
El gobierno de Atal Bihari Vajpayeee, el más derechista en la historia independiente de este país, se jacta desde hace dos meses de los brillantes logros de su política económica a través de anuncios publicitarios en la prensa y en la televisión, titulados India Brilla.
Se trata de un esfuerzo propagandístico en previsión de probables elecciones parlamentarias adelantadas en abril.
Los avisos celebran el siete por ciento de crecimiento económico, el aumento de la actividad bursátil, la reducción de las tasas de interés, el auge de la tecnología informática y de la telefonía celular (las líneas se triplicaron en dos años) y la acelerada construcción de autopistas.
Para muchos indios, los anuncios carecen de significado. El auge de la bolsa, por ejemplo: menos de 60 millones de los 1.000 millones de habitantes poseen ahorros en bonos o acciones.
En cuanto a la caída de las tasas de interés, se inscribe en un proceso deflacionario que parece destinado a reducir los salarios, la capacidad de la industria nacional y la economía en general.
Y todas las carreteras nuevas son construidas mediante el sistema de concesión a empresas contratistas que financian sus obras por el cobro de peajes, lo que elevará el costo del transporte.
La expansión de los teléfonos celulares contradice carencias en el acceso de la mayoría a las líneas de telefonía básica, cuyo costo se elevó para subsidiar las móviles: menos de cinco por ciento de los indios cuentan con el servicio.
Y el auge de la tecnología informática está originando una nueva clase de trabajadores de bajo salario y duramente explotados en el extremo inferior de la cadena de valor agregado, en cuya cúspide se encuentran las estadounidenses radicadas en Silicon Valley.
Las exportaciones indias de programas de computación representan menos de tres por ciento de las ventas mundiales y del dos por ciento del ingreso nacional, y pocas empresas logran ingresar en el circuito de alto valor agregado.
El sector de crecimiento más acelerado es, tal vez, el más indigno de todos: los centros de atención telefónica en los que miles de jóvenes atienden consultas de todo el mundo entre 12 y 14 horas diarias por un salario de 150 dólares mensuales.
Para colmo, el crecimiento económico promedio de India en los últimos tres años ha sido el menor en un decenio, aunque se prevé que este año sea de siete por ciento, un rendimiento atribuido a los buenos resultados agrícolas del monzón tras dos años de sequía en varias zonas del país.
Por paradoja, ese crecimiento no ha sido suficiente para crear nuevos puestos de trabajo. En los últimos 15 años, el crecimiento anual del empleo cayó de 2,7 a 1,1 por ciento.
India se encuentra hoy detrás de Bangladesh en materia de educación primaria: un tercio de los niños no asisten a la escuela. Mientras, el gasto militar se duplicó en los últimos seis años.
El país cayó al puesto 124 del mundo en cuanto al Indice de Desarrollo Humano calculado por la Organización de las Naciones Unidas.
Según tal estadística, 47 por ciento de los menores de cinco años pesan menos de los aconsejado. Un cuarto de la población está desnutrida, y 35 por ciento vive con menos de un dólar por día.
India gasta hoy por salud menos por persona que hace medio siglo. Los servicios médicos están cerca del colapso, aun cuando los hospitales privados gozan de un gran auge.
En este panorama de inequidad, disparidades y descontento, la extrema derecha crece: las únicas fuerzas políticas en auge en la Brillante India son el gobernante partido hinduista y conservador Bharatiya Janata y el protofascista Shiv Sena.