Mientras el derrocado presidente iraquí Saddam Hussein es interrogado por sus captores estadounidenses, pocos recuerdan que hace 20 años el actual secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, se encontraba en Bagdad cultivando relaciones con el dictador.
Como enviado especial del entonces presidente Ronald Reagan, Rumsfeld aseguró a su anfitrión que Estados Unidos consideraría "cualquier revés de Iraq como una derrota estratégica para Occidente", de acuerdo con la directiva secreta de seguridad nacional que había recibido.
Así comenzó la reanudación de las relaciones entre Bagdad y Washington, que se habían cortado durante la guerra árabe-israelí de 1967.
En el plazo de un año, Estados Unidos normalizó totalmente los vínculos con el régimen de Saddam Hussein e incluso sugirió que el presidente iraquí se había transformado en un "árabe moderado" dispuesto a hacer la paz con Israel.
Por supuesto, la razón de la reaproximación fue el curso que estaba tomando la guerra entre Irán e Iraq. La victoria de Teherán parecía inminente, y esto amenazaba los intereses de Washington en el Golfo, entre ellos el acceso al petróleo de la región.
Había que elegir el menor de dos males, explicó Howard Teicher, quien trabajó en asuntos iraquíes en el Consejo de Seguridad Nacional durante la presidencia de Reagan (1981-1989).
"Es necesario comprender el contexto geoestratégico, muy diferente al de hoy. La 'realpolitik' ordenaba que actuáramos para impedir que la situación empeorase", dijo Teicher al diario The Washington Post.
Quizá fue también la 'realpolitik' lo que persuadió a Rumsfeld de no mencionar siquiera el uso de armas químicas en su primera reunión con Saddam Hussein, el 20 de diciembre de 1983, aunque Washington estaba en pleno conocimiento de esa práctica.
En los cinco años siguientes, Estados Unidos se aseguró de que el gobierno iraquí recibiera todos los equipos militares que precisaba para evitar su derrota, incluso precursores químicos que luego serían utilizados contra soldados iraníes y civiles kurdos iraquíes.
No es que Washington respaldara el uso de armas químicas, en especial contra civiles. Pero la administración Reagan era muy renuente a condenar su uso por Iraq, al menos en ese entonces.
Saddam Hussein también fue un beneficiario de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, mucho antes de la visita de Rumsfeld.
Según un informe de Richard Sale, de la agencia de noticias United Press International (UPI) publicado el pasado abril, los primeros contactos entre ambas partes se remontan a 1959, cuando la CIA respaldó un plan para asesinar al entonces primer ministro iraquí general Abd al-Karim Qasim, en el que participó Saddam Hussein.
El año anterior, Qasim había derrocado a la monarquía respaldada por Occidente. Igual que en 1982, en ese entonces Iraq era considerado un activo estratégico por Estados Unidos, que consideraba una amenaza el acercamiento de Qasim a Rusia.
Saddam Hussein, entonces un joven dirigente del partido Baas, fue contratado para la CIA por un agente local y un agregado militar egipcio, que lo estableció en un apartamento vecino a la oficina de Qasim, relató Adel Darwish, autor de "Babilonia profana: La historia secreta de la guerra de Saddam", en una historia confirmada a UPI por funcionarios estadounidenses.
Sin embargo, el atentado se frustró porque Saddam Hussein "perdió valor", según otra fuente de UPI.
Con la ayuda de la CIA y agentes egipcios, Saddam Hussein escapó a Tikrit (cerca de donde fue capturado el sábado) y de allí a Beirut, donde la CIA le pagó su apartamento, le ofreció un curso de entrenamiento y lo ayudó a trasladarse a El Cairo, de acuerdo con las fuentes de UPI.
En la capital egipcia, se transformó en un visitante frecuente de funcionarios de la CIA en la embajada de Estados Unidos, que incluso lo ayudaron a obtener un aumento en la asignación mensual que le pagaba el servicio de inteligencia de Egipto.
Qasim fue finalmente derrocado en un golpe del Baas. No está claro si la CIA respaldó ese golpe, aunque el entonces secretario general del Baas declaró: "Llegamos al poder en un tren de la CIA".
Saddam Hussein regresó como jefe de los servicios secretos de inteligencia del partido, y según Darwish, comandaba escuadrones de la Guardia Nacional Iraquí que buscaban y ejecutaban a supuestos comunistas que figuraban en listas suministradas por… la CIA.
El posterior corte de relaciones diplomáticas por la guerra árabe-israelí, en 1967, claramente distanció a Saddam Hussein de Washington. Esa distancia aumentó luego del ahorcamiento público de judíos iraquíes en Bagdad, después de la guerra. A principios de la década de 1970, el entonces presidente estadounidense Richard Nixon se volcó definitivamente hacia el régimen del sha de Irán como principal protector de los intereses de Washington en el Golfo.
Sólo en 1979, cuando el sha Reza Palevi fue derrocado por la Revolución Islámica y Saddam Hussein asumió la presidencia de Iraq, Washington comenzó a interesarse nuevamente en los asuntos internos de Bagdad.
En el mundo árabe se especula con que Estados Unidos y/o Israel estimularon de alguna forma a Saddam Hussein para que lanzara la guerra contra Iraq en 1980, pero no existen pruebas que sustenten esta hipótesis.
La distancia entre Washington y Bagdad se acortó cuando la administración de Reagan advirtió, a fines de 1981, que Iraq podía perder la guerra con Irán, con consecuencias potencialmente desastrosas para los intereses de Estados Unidos en la región.
A comienzos de 1982, el Departamento de Estado (cancillería) estadounidense eliminó a Iraq de la lista de patrocinadores del terrorismo, haciéndolo elegible para créditos agrícolas de miles de millones de dólares y para la venta de equipos de uso tanto civil como militar, entre ellos precursores químicos, avanzados equipos de comunicaciones y tecnología útil en programas militares.
A medida que los iraníes volcaban a su favor el equilibrio estratégico, la situación se volvía más apremiante para Washington. El 26 de noviembre de 1983, Reagan firmó la directiva de seguridad nacional 114, que permanece clasificada, para estrechar las relaciones con Bagdad, aunque la CIA sabía que ese gobierno usaba armas químicas contra las fuerzas iraníes.
Pronto, Rumsfeld fue enviado a Bagdad. Para 1985, el gobierno iraquí comenzaba a recibir 1.500 millones en tecnología y equipos militares, en muchos casos aplicables al programa de armas biológicas o nucleares de Saddam Hussein, como cepas de ántrax y pesticidas.
Al mismo tiempo, la CIA se aseguró de que a Bagdad no le faltaran armas ni datos de inteligencia para derrotar a las fuerzas iraníes. Entre otros elementos, el entonces director de la agencia, William Casey, proveyó a Iraq bombas de racimo.
Además de créditos, equipos y asistencia militar encubierta, Saddam Hussein obtuvo ayuda diplomática de Washington en la Organización de las Naciones Unidas para evitar condenas internacionales al uso de armas prohibidas por Bagdad y frustrar iniciativas del Congreso legislativo para cortarle la ayuda.
Reagan apenas si pestañeó luego de que misiles iraquíes dieron accidentalmente en la fragata USS Stark en el Golfo y mataron a 37 de sus tripulantes, e incluso reforzó las patrullas navales en la región.
La CIA todavía ofrecía datos de inteligencia y otros tipos de ayuda al régimen de Saddam Hussein cuando éste utilizó gas venenoso para matar a unos 5.000 civiles en la localidad de Halabja, en marzo de 1988, como parte de una campaña para eliminar a la población kurda del norte iraquí.
Sin embargo, probablemente esa matanza sea uno de los principales cargos contra Saddam Hussein en un eventual juicio contra el ex dictador, junto con otras atrocidades que Washington conocía bien cuando le brindaba ayuda.
Todo el apoyo estadounidense a Iraq terminó en 1990, cuando Saddam Hussein invadió Kuwait, confiado quizá en que una vez más tendría el apoyo de Estados Unidos. Algunos observadores creen que Washington incluso lo alentó a invadir a ese país vecino, para después lanzar la primera guerra del Golfo.
Seguramente, Saddam Hussein recordó la visita de Rumsfeld cuando planeaba la invasión de Kuwait. Es probable que la vuelva a recordar este sábado, en el vigésimo aniversario de esa reunión.