En su búsqueda desesperada de una salida viable del atolladero de Iraq, la política exterior de Estados Unidos se vuelve cada vez más incoherente.
Un claro ejemplo fue el del pasado miércoles cuando, mientras el presidente George W. Bush pedía en persona a líderes europeos y otros que perdonaran gran parte de la deuda iraquí, el Pentágono (Departamento de Defensa) anunciaba en su sitio web que las compañías de esos mismos países no podrían participar en contratos de reconstrucción en Iraq por 18.600 millones de dólares.
Demás está decir, la decisión del Pentágono no puso a los mandatarios de Francia, Rusia y Alemania —los más influyentes de los países excluidos por no haber apoyado la invasión de Iraqde humor para perdonar miles de millones de dólares de la deuda de Iraq.
El viceprimer ministro de Canadá, también en la lista negra de contratistas, sugirió que Ottawa reconsideraría sus planes de aumentar la contribución de 190 millones de dólares que ya hizo a la reconstrucción iraquí.
El diario The New York Times informó que funcionarios de la Casa Blanca estaban furiosos por el anuncio del Pentágono, principalmente el ex secretario de Estado (canciller) James Baker, que el miércoles debutaba como enviado especial de Bush para la reducción de la deuda de Iraq, nada menos.
Justamente, Bush estaba pidiendo ese día al canciller (jefe de gobierno) alemán Gerhard Schroeder, al presidente francés Jacques Chirac y al presidente ruso Vladimir Putin, entre otros, que les abrieran la puerta a Baker cuando golpeara.
La embarazosa y potencialmente costosa desinteligencia del miércoles refleja una desorientación cada vez mayor de Washington sobre qué hacer en Iraq, además de enfrentamientos entre diferentes sectores del gobierno que defienden sus propios intereses.
Esto quedó claro el mes último en Iraq, donde las fuerzas de ocupación estadounidenses adoptaron una táctica de contrainsurgencia mucho más agresiva para reducir los ataques de la resistencia, aun a expensas de la campaña de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) por conquistar la mente y el corazón y de los iraquíes, incluidos los residentes del llamado triángulo sunita, en el centro de ese país.
Por un lado, la APC se esfuerza por convencer a los iraquíes de que las tropas estadounidenses están allí para ayudarlos a reconstruir el país y a hacer la transición hacia la democracia.
Por otro, los militares, que el mes pasado tuvieron un número récord de bajas por fuego hostil, están ahora embarcados en una campaña militar que se asemeja cada vez más a la táctica de Israel en los territorios palestinos ocupados.
Los alambres de púas, los puestos de control, las redadas nocturnas, los bombardeos y la demolición de viviendas nunca lograron persuadir a los palestinos de que los soldados israelíes están en Cisjordania para ayudarlos. Del mismo modo, la actual estrategia militar de Estados Unidos en Iraq enoja cada vez más a la población iraquí.
La APC y los militares tienen ahora objetivos opuestos, observó el contraalmirante retirado David Oliver, quien ocupó un puesto de alto nivel en la APC.
Mientras las fuerzas comandadas por el general Ricardo Sánchez se concentran en los objetivos tácticos e inmediatos de capturar a supuestos guerrilleros y mantener el orden, el jefe de la APC, Paul Bremer, intenta ganarse la confianza del pueblo iraquí, señaló Oliver.
Un tercer tipo de incoherencia se refleja en los continuos choques burocráticos por el poder dentro de Iraq, que enfrentan a los neoconservadores del Pentágono y la oficina del vicepresidente Dick Cheney contra los realistas y especialistas regionales del Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Mientras los neoconservadores continúan apoyando a sus favoritos en el Consejo de Gobierno Provisional, principalmente a Ahmed Chalabi, del Congreso Nacional Iraquí (CNI), los realistas están más inclinados a trabajar con otros miembros del consejo, como Ayad Alawi, líder del Acuerdo Nacional Iraquí (ANI), un antiguo favorito de la CIA.
En los años 90, ambos grupos opositores al régimen de Saddam Hussein, que tenían contactos secretos de alto nivel dentro del ejército y los servicios de inteligencia iraquíes, competían por la atención de Estados Unidos.
Tras el ascenso de los neoconservadores, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y la decisión de Bush de permitir que el Pentágono encabezara la guerra contra el terrorismo, el CNI se transformó en el favorito de Washington.
Ambos grupos iraquíes se detestan mutuamente y desconfían uno del otro. El CNI siempre afirmó que el ANI está infiltrado por los servicios de inteligencia iraquíes y que, en todo caso, muchos de sus miembros son integrantes del partido Baas, del derrocado presidente Saddam Hussein, cuyas credenciales democráticas son, en el mejor de los casos, cuestionables.
Por otra parte, el ANI sostiene que el CNI es esencialmente un instrumento de las ambiciones personales de Chalabi, y no un movimiento que pueda movilizar a sectores importantes de la población.
Las principales diferencias entre ambos grupos se refieren actualmente a los planes de iraquificación de la APC. Chalabi, que persuadió al Pentágono de desintegrar el ejército iraquí después de la guerra, reclama la des-baasificación de Iraq, en especial entre militares y policías.
Mientras, el ANI sostiene que se deben minimizar las purgas, para asegurar la cooperación y lealtad de funcionarios y oficiales militares competentes en la posguerra.
A medida que se acerca la transferencia de soberanía de la APC a un gobierno provisional, programada para el próximo junio, ambas partes promueven sus propias agendas, separadas y contradictorias entre sí.
El Pentágono continúa apoyando los esfuerzos de des-baasificación de Chalabi, por ejemplo poniendo en la lista negra a las empresas vinculadas con Saddam Hussein para que no puedan participar en nuevos contratos, o promoviendo leyes para juzgar incluso a jerarquías medias del Baas.
Mientras, el ANI de Alawi trabaja con la CIA y con autoridades militares estadounidenses en Bagdad para reclutar a ex funcionarios de inteligencia del Baas y formar un nuevo cuerpo antiinsurgente. El ANI también presiona para acelerar la iraquificación del ejército y las fuerzas de seguridad.
Todas estas incoherencias reflejan la falta de una estrategia básica detrás de los diferentes intereses sectoriales en Washington. Aunque en los últimos dos meses Bush se ha apartado de los halcones para acercarse a los realistas, la incoherencia persistirá mientras ambas fuerzas conserven la capacidad de debilitarse mutuamente.
Que el realista Baker haya sido la última víctima de esta incoherencia en su primer día de trabajo es particularmente interesante. De todos los asesores de Bush, Baker, quien como secretario de Estado durante la primera guerra del Golfo (1991) demostró muy poca paciencia hacia las intrigas burocráticas e ideológicas en especial de los neoconservadores—, es quizá el que está en mejores condiciones de corregir el problema.