Los acontecimientos de octubre en Bolivia y Colombia y las tensiones que agitan a Ecuador, Perú y Venezuela expresan dramas esenciales de la democracia en la región andina, pero aún no la colocan entre las prioridades de Estados Unidos.
En Bolivia, una movilización de fuerzas indígenas y campesinas — cuya represión dejó un saldo de más de 70 muertos—, derrocó a mediados de octubre al presidente derechista Gonzalo Sánchez de Lozada y abrió un proceso de redefinición del Estado y de las metas de esa sociedad.
En Colombia, el presidente derechista Alvaro Uribe, líder de la ofensiva militar contra la guerrilla izquierdista y el narcotráfico, apoyado por Estados Unidos y respaldado según encuestas por 75 por ciento de la ciudadanía, no logró 25 por ciento de los votos para un referendo destinado a reforzar sus políticas.
En Ecuador, el presidente y militar retirado Lucio Gutiérrez se apoya en sectores de derecha y pierde el respaldo de una coalición conformada por el poderoso movimiento indígena y partidos de izquierda, que lo llevó al poder.
En Perú, el mandatario Alejandro Toledo se ve limitado a una reducida capacidad de maniobra ante una población que en más de 80 por ciento desaprueba su gestión.
Y en Venezuela, el presidente Hugo Chávez, persistentemente confrontado con Washington, encara a una oposición que intentará revocar su mandato mediante un referendo en los primeros meses de 2004, tras un efímero golpe de Estado y una huelga de dos meses que no pudieron desalojar del poder al ex paracaidista.
Sin embargo, ”ninguna de esas situaciones alcanza para que la subregión sea visible en la política exterior estadounidense”, observó a IPS el director de la revista de asuntos internacionales Foreign Policy, editada en Washington, Moises Naim.
América Latina ”estuvo en la agenda de Washington por situaciones que afectaron la seguridad nacional estadounidense o tuvieron características sistémicas, como la crisis con Cuba en los años 60, las guerras en América Central o las invasiones a Granada (1983) y Panamá (1989)”, sostuvo Naim.
De modo gráfico, el experto en temas globales plantea el asunto así: ”Suponga que usted es un alto responsable de política exterior en Washington y, ¿qué tiene cada mañana al llegar a la oficina? Primero, un problema enorme, no resuelto y sistémico, en Iraq, seguido por el de una Corea del Norte hostil y armada con bombas atómicas”.
Luego ”tiene a Pakistán, con un presidente aliado pero asediado por fundamentalistas, o un Irán islamista y adversario, una situación difícil en Cachemira entre rivales atómicos, a Osama bin Laden fugado y enviando mensajes en casetes, al (ex presidente iraquí) Saddam Hussein sin capturar, el persistente conflicto entre Israel y Palestina…”
”El punto 12 o 13 puede ser que un movimiento indígena logró derrocar al presidente en Bolivia”, ejemplificó Naim.
Sin embargo, esta semana Washington emitió señales. Tanto el secretario adjunto del Departamento de Estado para el Hemisferio Occidental, Roger Noriega, como el asesor del presidente George W. Bush para América Latina, Otto Reich, efectuaron advertencias a la oposición boliviana.
En Bolivia ”hay gente que no cree en la democracia y no le vamos a permitir tomar el poder porque acabarían con ella”, dijo Reich, cuyo cargo oficial es enviado especial de la Casa Blanca para Iniciativas del Hemisferio Occidental.
Pero ”el asunto central de preocupación de Estados Unidos en el área sigue siendo la droga y su vínculo con la guerrilla en Colombia”, aseveró Naim.
Incluso la emergencia de un gobernante tan crítico de Washington como Chávez ”no ha hecho reaccionar a Estados Unidos, que se ha negado a tratar el problema como un asunto bilateral y lo ha remitido al ámbito del sistema interamericano, pese a las provocaciones de Caracas”, observó el experto.
Con todo, la región andina concentra los cuatro tráficos que marcan la ”agenda negra” latinoamericana: ”Tenemos los tráficos ilícitos de drogas, de armas, de capitales y de personas”, indicó a IPS el sociólogo y ensayista venezolano Tulio Hernández.
Dichos tráficos ”actúan sobre una economía paralela y entre una debilidad de las instituciones cuya expresión más visible ha sido la erosión de los partidos políticos, aun cuando las reservas democráticas en la población son fuertes”, opinó Hernández.
En América Latina ”se ha expandido la inestabilidad política, pero el gran enfermo es la zona andina, cuyos cinco países están enfrentando problemas muy serios”, observó en diálogo con periodistas el delegado de la Unión Europea en Caracas, Cesare De Montis.
Según Hernández, ”los países andinos marchan hacia una redefinición de sus sociedades, y lo que vibra bajo la genuina preocupación por la democracia es el tema de la pobreza”.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en un informe de agosto sobre los 211 millones de pobres en la región, ubica la pobreza de los cinco países andinos sobre el promedio latinoamericano de 43,8 por ciento de la población.
Con esta exclusión ”frente a nuestros ojos y sin que nos percatáramos de sus dimensiones, una parte de nuestros países le ha venido diciendo adiós a la otra”, dijo Hernández en referencia a la creciente fractura social.
”Seguramente lo que ocurre en Bolivia es una muestra extrema de una brecha social tan grande que hace difícil la convivencia”, opinó el sociólogo.
La alternativa, a su juicio, es que ”los países andinos asuman estos problemas de modo coordinado, para poder ir ante Estados Unidos a discutir un nuevo trato”. Pero, ”lamentablemente en eso no se está avanzando”, concluyó.