La diversidad religiosa se implantó de hecho en las últimas décadas en Brasil, donde se aprecia una acelerada disminución de católicos y como contraparte el gran incremento de evangélicos y de quienes se declaran sin religión.
Esa tendencia se acentuó en los años 90, como se refleja en los censos oficiales, donde en 1980 indicaba que 89 por ciento de brasileños eran católicos, para bajar a 83,8 por ciento en 1991 y a 73,8 por ciento en 2000. Mientras, los evangélicos crecieron de 6,6 por ciento a 9,05 y 15,45 por ciento, respectivamente.
También aumentó la cantidad de brasileños que declararon no profesar ninguna religión, al pasar de 1,6 por ciento en 1980 a 4,7 en 1991 y a 7,4 por ciento al final del siglo.
Esas evoluciones opuestas al parecer se mantienen hasta ahora. ”Antes las personas recelaban admitir un cambio de religión, hoy ya no, lo dicen públicamente, se sienten libres en un clima de pluralismo religioso”, señaló a IPS el sacerdote católico José Oscar Beozzo, teólogo y experto en historia de la religión.
Además actúan estrategias y fuerzas dispares. La Iglesia Católica cuenta sólo con 17.000 sacerdotes en Brasil para asistir a 130 millones de adeptos, mientras que la Asamblea de Dios dispone de 60.000 pastores para sus ocho millones de fieles, comparó Beozzo.
En su evaluación, el Vaticano tuvo un papel indirecto en ese proceso, al no permitir algunas modificaciones en la Iglesia Católica, impidiéndola así dar respuestas a los enormes cambios registrados en la sociedad brasileña, especialmente en la segunda mitad del siglo XX.
En 1950 la población brasileña era mayoritariamente rural, ahora más de 80 por ciento vive en las ciudades. Además los brasileños migraron principalmente para las capitales estaduales y sus áreas metropolitanas que, en muchos casos, concentran más de la mitad de los habitantes del estado.
”En mi diócesis hace 30 años había 600 capillas rurales, cuatro quintos de las cuales están hoy abandonadas”, comentó a modo de ejemplo Beozzo, quien ejerce el sacerdocio en Lins, un municipio ubicado a 450 kilómetros de Sao Paulo.
En las grandes ciudades hay ”otra forma de vivir que exige otra iglesia”, observó el sacerdote, que también dirige el Centro de Servicios a la Evanglización y Educación Popular, en Sao Paulo, y que en la década del 90 presidió la Comisión para el Estudio de la Historia la Iglesia en América Latina y el Caribe (CEHILA).
La rápida urbanización tuvo lugar mientras la población brasileña pasó de 51,9 millones de personas en 1950 a 169,8 millones en 2000.
La Conferencia Episcopal brasileña, al identificar tales cambios, propuso al Vaticano en 1969 aumentar también los sacerdotes, con la ordenación de hombres casados, sin éxito, lamentó padre Beozzo.
No se trataba de una idea radical como eliminar el celibato, ni ordenar mujeres o readmitir los padres casados, sino de convertir en sacerdotes a hombres que ya se habían casado y tienen vocación, explicó. Pero ”Roma bloqueó esa solución”, dijo.
Así, las Comunidades Eclesiásticas de Base (CEB) surgieron en los años 70 como una forma de movilizar fieles para activar las parroquias.
Actualmente, 80 por ciento de las celebraciones católicas en Brasil no son encabezadas por curas sino por fieles laicos, incluso mujeres, sostuvo el padre, autor de un libro sobre la historia reciente de la Iglesia Católica brasileña entre los pontificados de Juan XXIII (1958-1963) y Juan Pablo II.
El catolicismo pierde adeptos por su ”dificultad de actualizar métodos de evangelización y flexibilizar su estructura eclesiástica”, opinó en un artículo Frei Betto, fraile dominicano autor de varios libros, entre ellos ”Fidel y la Religión”, una larga entrevista con el presidente de Cuba, Fidel Castro.
La estructura de la Iglesia aún se basa en la organización territorial, parroquial, pero en las ciudades las personas se acercan no por la proximidad geográfica sino por áreas de interés, argumentó.
Los datos del censo indican que hubo mayor disminución de católicos en las áreas donde el episcopado conservador impidió el desarrollo de las CEB, como Río de Janeiro, y viceversa, observó Betto.
La Iglesia Católica vivió transformaciones profundas al aplicar las propuestas del Concilio Vaticano II, realizado de 1962 a 1965. La consecuente ”crisis del clero católico” coincidió con el auge de las iglesias pentecostales en los años 70, recordó para IPS Silvia Regina Fernandes, investigadora del Centro de Estadística Religiosa e Investigaciones Sociales (CERIS).
Esto acentuó el pluralismo religioso, ”que siempre existió” en Brasil, pese a la total hegemonía católica. ”La sociedad se hizo más compleja y es natural que la religión absorba los efectos de ese proceso”, dijo la socióloga.
Los evangélicos pentecostales ”hablan de prosperidad, cura, bienestar individual”, con un mensaje menos genérico que el católico, que se refiere a ”salvación y una perspectiva de bienestar más global o de derechos humanos”, observó Fernandes.
Esta diferencia es una de las razones del crecimiento de las iglesias evangélicas, especialmente entre las capas más pobres de la población, ”oidas en sus problemas” y atraídas por ”la oferta de soluciones inmediatas”, acotó.
Gran parte de los que se dicen ”sin religión” lo hacen por ”no estar vinculadas institucionalmente” a ninguna iglesia. Pero esto no significa privarse de creencia religiosa sino la ”construcción de identidades” a partir de ”varias formas de vivencia religiosa”, sin optar por ninguna, explicó.