La despedida de Mahathir Mohamad, que abandonará este viernes la jefatura de gobierno de Malasia luego de 22 años en el poder, estuvo marcada por eufóricos homenajes y por la ausencia de críticas.
Las evaluaciones del gobierno de Mahathir se limitaron en general a una reiterada alabanza de sus logros en materia de economía y estabilidad política, pero nada dijeron del autoritarismo, el culto a la personalidad o la corrupción rampante que marcaron su mandato.
Tal adulación no resulta sorprendente en una sociedad que desalienta el disentimiento, dicen los críticos. Como señaló un destacado disidente, la libre expresión existe en este país del sudeste asiático, pero sólo para Mahathir.
Políticos opositores y activistas de los derechos humanos señalan la imposibilidad de evaluar el legado del mandatario sin considerar el caso de Anwar Ibrahim, el viceprimer ministro que Mahathir destituyó y encarceló en 1998 para poner freno a su desafío político.
Las detenciones sin juicio, el silenciamiento de la prensa y la justicia, el capitalismo salvaje y el derroche de fondos públicos son un legado tan importante del gobierno de Mahathir como haber convertido a Malasia casi en una potencia económica.
[related_articles]
De hecho, Mahathir deja dos legados, dicen los críticos: uno de puertas adentro, marcado por el autoritarismo, y otro de puertas afuera, que fue la proyección internacional de Malasia, autoerigida muchas veces como paladín del Sur en desarrollo.
Pero incluso el legado internacional de Mahathir tiene sus luces y sombras. La última ”sombra” fue su declaración en la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica, el día 17, de que los judíos gobiernan el mundo por poder y hacen que otros derramen su sangre por ellos.
La declaración provocó condenas de todo el mundo, principalmente de Estados Unidos, que como represalia restringió su ayuda militar a Malasia, y de organizaciones judías, que exhortaron a sus miembros a no visitar ni invertir en este país.
Aunque los partidarios de Mahathir arguyeron que la opinión expresada por el primer ministro es moneda común en el mundo islámico y que el mandatario sólo repitió lo que todos saben, esta es probablemente la primera vez que un jefe de Estado manifiesta esa opinión en una reunión de líderes islámicos.
La ovación de pie que le brindaron los líderes musulmanes reflejó la división entre el mundo occidental y el islámico.
La controversia generada puso de relieve una vez más la compleja personalidad del saliente primer ministro.
Mahathir es antioccidental, pero es un ardiente defensor de la inversión extranjera directa. Durante su mandato se benefició de la globalización, convirtiendo a Malasia en una potencia comercial, pero fue y es un acérrimo crítico del libre comercio.
Es un héroe en el mundo musulmán, pero lo critica duramente por el fundamentalismo y la falta de respeto por la ciencia y la tecnología, y también por no defender su fe contra las agresiones de Occidente.
La naturaleza contradictoria de Mahathir quedó plasmada en una fotografía que le tomaron durante la cumbre del Movimiento de Países No Alineados en Kuala Lumpur, este año.
En la foto, Mahathir aparece sentado entre Fidel Castro, el presidente que gobierna Cuba bajo un régimen comunista desde 1959, y Robert Mugabe, presidente desde 1980 de Zimbabwe, una sociedad al borde del colapso social y económico.
Detrás de él está sentado el general Pervez Musharraf, que tomó el poder en Pakistán en 1999, desplazando a un régimen ineficaz pero democrático, y que permanece en el poder con respaldo militar.
Mahathir está vuelto hacia atrás intercambiando algún comentario con la presidenta filipina Gloria Macapagal Arroyo, con actitud de alumna que escucha a su maestro con admiración.
La fotografía dice mucho de lo que Mahathir es y de lo que no es.
No es un dictador incapaz de alimentar, vestir y educar a su pueblo. Aunque comparte el discurso tercermundista de Castro y Mugabe, se diferencia ideológicamente de éstos, y tiene grandes éxitos económicos y sociales para mostrar.
Mientras Arroyo se preocupa por un golpe militar y Musharraf sería historia sin el apoyo de los militares, Mahathir mantiene a sus fuerzas armadas casi invisibles, en las barracas.
Además, Mahathir ha enfrentado las urnas cada cinco años. Es cierto que las elecciones no son enteramente libres, pero su gobierno ha ganado y ha perdido.
Mahathir es, a la vez, todos y ninguno de esos líderes del mundo en desarrollo.
Fue autocrático, encarceló a opositores políticos y amordazó a la prensa, pero decidió retirarse, y lo mejor es que lo hará en una transición pacífica.
Este es el verdadero legado de Mahathir, no las torres Petrona (los edificios más altos del mundo), el nuevo aeropuerto de Kuala Lumpur ni la autopista supermoderna de siete vías.
A partir de este viernes, su sucesor Abdulá Badawi, de 63 años, deberá construir sobre ese legado, humanizando las políticas del gobierno, democratizando a la sociedad y estimulando al disentimiento para alcanzar la madurez política.
Mientras, deberá hacer frente al déficit presupuestal, la caída de la inversión extranjera, el envejecimiento del liderazgo político, el resurgimiento del Islam en la política, y una próxima elección general.
”No esperamos grandes cambios de Abdulá en el gobierno y la sociedad. El intentará seguir a Mahathir”, opinó el político opositor Syed Husin Ali, en declaraciones a IPS.
Algunos analistas prevén que Abdulá continuará el discurso antioccidental de Mahathir ”para consumo doméstico”, pero señalan que un estilo de enfrentamiento no se adecuaría a su imagen de promotor de consensos.
”Prevemos que sustituya los discursos incendiarios por una diplomacia tranquila luego de consolidar su posición política”, dijo a IPS un diplomático.
”Primero, tiene que pasar las elecciones y formar su propio gobierno”, agregó.