No camuflarse con ropa militar, no hacer pactos con cualquiera a cambio de información ni portar recados a zonas de conflicto, son algunas de las recomendaciones de un manual de autoprotección para periodistas en Colombia, donde han muerto 36 reporteros entre 1995 y abril de 2003.
En medio de un debate sobre la compleja relación entre los medios de comunicación y el conflicto colombiano de cuatro décadas, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) publicó este manual que intenta prevenir las agresiones de los grupos armados a los periodistas.
A la grabadora, el bolígrafo y la cámara, reporteros y reporteras deberían añadir un botiquín de primeros auxilios, chaleco antibalas y casco.
A los conocimientos de lengua y sintaxis, deben sumar los de balística, primeros auxilios y supervivencia. Y al olfato periodístico, reflejos para "arrojarse al piso al primer disparo".
El manual incluye un mapa con la distribución geográfica de los grupos armados en el territorio y detalla los bloques y frentes que corresponden a las organizaciones enfrentadas: las guerrillas izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y Ejército de Liberación Nacional, y las derechistas y paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia.
Además, advierte que "en algunas ocasiones" miembros de la fuerza pública, actuando fuera de la ley, han intimidado y agredido a periodistas.
Entre las actitudes y comportamientos tildados de riesgosos figuran "mostrar miedo" ante los actores armados, camuflarse con ropa militar, portar souvenirs de algún grupo, y llevar recados o encomiendas a zonas de conflicto.
Dejarse dominar por el afán noticioso, hacer pactos con cualquier grupo a cambio de información o protección tal vez resulten en un título de primera página, pero pueden costar la vida.
En un país donde "los valores democráticos están bajo todos los fuegos", el propósito del manual es orientar a los profesionales de la información para que tomen precauciones y minimicen los riesgos que conlleva su oficio, dice esta guía, editada como una pequeña libreta de apuntes para llevar en el bolsillo.
Riesgos que aumentan a la par con la agudización y degradación del conflicto, al punto de que la FLIP ha documentado amenazas a 150 profesionales de la información desde 2000 y, en lo que va de éste año, el asesinato de siete y el exilio de otros cinco.
Definidas como "herramientas para informar con libertad", las recomendaciones abarcan desde cómo se consiguen las noticias, cómo comportarse ante situaciones de emergencia, cómo publicar la información y cómo manejar los efectos que ésta tenga una vez divulgada.
Marta Ruiz, una de las editoras del manual, dijo a IPS que éste "tiene un enfoque desde la ética" y parte del principio de que "entre más serio y reflexivo y menos temerario y emotivo" sea el reportero, estará en mejores condiciones para sobrevivir, aunque los riesgos siempre existirán.
Este es uno de los ejes de los seminarios y talleres en los que se empezó a distribuir la primera edición de 5.000 ejemplares de la guía, el 16 de este mes.
La verdad como principio básico en la investigación, la elaboración y la construcción de informaciones, es otra de las premisas de la guía.
Esta también sugiere rechazar las presiones de quienes intenten poner la información a su servicio, e invoca la necesidad de contrastar fuentes, sin tomar partido a favor o en contra de una u otra, y ponerlas en contexto.
Los medios de comunicación colombianos tienden "mucho más a fijarse en el hecho violento, que en su contexto, su causa o su remedio", señala al respecto el Informe Nacional de Desarrollo Humano "El conflicto, callejón con salida", publicado este mes por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Y al señalar que en este país los medios han sido "un remolque de los hechos", el documento del PNUD invita a "repensar sus métodos, énfasis y silencios para ayudar a entender el conflicto y a resolverlo más pronto y con menos costos".
Es notable que en las informaciones sobre el conflicto colombiano las principales fuentes citadas son el ejército, la policía y los servicios de inteligencia, dijo a IPS el editor del capítulo sobre medios de comunicación, Carlos Chica.
Es necesario que la información "se abra a todas las voces" y que se "fortalezca el perfil de los no combatientes" para multiplicar las maneras de percibir y transmitir la realidad, teniendo en cuenta que "las fuentes son comunidades conocedoras pero con intereses", advirtió Chica.
El plan de crear este manual, surgido hace dos años, enlaza actividades de varias organizaciones no gubernamentales que trabajan por la libertad de prensa y confluyen en la iniciativa Proyecto Antonio Nariño, en honor al prócer de la independencia que tradujo el texto de los Derechos del Hombre, y sufrió cárcel por su activismo libertario.
Además de la FLIP, que desde 1998 opera la Red de Alerta y Protección a Periodistas, integran la iniciativa la Fundación Nuevo Periodista, creada por el premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, la Asociación Nacional de Diarios, Medios para la Paz, y la fundación Fescol.
Aunque con énfasis distintos, los objetivos comunes de éstas organizaciones son la protección y la seguridad, la capacitación a periodistas regionales sobre cobertura del conflicto, y la sensibilización de sectores gubernamentales y empresarios en el derecho ciudadano a la información.
Una visita de delegados de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura concluyó con el auspicio a la publicación del manual.
A su vez, la guía tiene como referencia básica otra realizada en Europa por Reporteros Sin Fronteras (RSF), enriquecida a partir de entrevistas a periodistas colombianos y extranjeros, que trabajan en este país.
La diferencia fundamental está en que el manual de RSF "está pensado para los periodistas que van a la guerra, pero no para los viven en ella", explicó Ruiz.
A su juicio, uno de los aspectos que requiere mayor atención son las condiciones de trabajo de los reporteros de provincia, donde la vulnerabilidad aumenta por "el vínculo muy estrecho del periodista con la confrontación, los altos niveles de corrupción, la poca legitimidad el Estado y la fuerza del poder local".
No son los periodistas de las redacciones de los diarios de circulación nacional o de las poderosas cadenas de radio y televisión, los más asediados por los grupos armados.
Generalmente las víctimas son reporteros a destajo de esos grandes medios o trabajadores de emisoras y medios escritos locales, que no tienen siquiera cobertura de seguridad social.
"La seguridad tiene un aspecto político importante" que exige medidas puntuales y todavía no hay decisión de los medios para convertirla en una prioridad, comentó la portavoz de la FLIP.
Una de las razones es que proteger a los periodistas exige una inversión que muchas empresas no están dispuestas a asumir, como seguros de vida o compra de medios de transporte para que sus "enviados especiales" no tengan que captar las imágenes del conflicto desde los helicópteros del ejército.
También se exige un cambio de mentalidad de los profesionales de la información, que con el peso de cuatro décadas de guerra larvada han interiorizado otras prácticas de supervivencia, impuestas por los actores armados e inducidas por la estructura de las empresas periodísticas.
Por ejemplo, ¿cuántos silencios y transacciones cuesta una entrevista con un capo del narcotráfico, un comandante insurgente o un jefe paramilitar?
En medio de las "verdades absolutas" de cada uno de los flancos en contienda, ¿qué grado de neutralidad puede tener un reportero de una pequeña población dominada por alguno de los grupos armados, cuya noticia tiene que clasificar para los títulos de un noticiero nacional?
Para los reporteros del conflicto colombiano esas preguntas son tan válidas como para sus pares de Liberia, Chechenia y Azerbaiyán, países que encabezan la lista de los de mayor riesgo par el ejercicio del oficio.