El ala neoconservadora del gobierno de Estados Unidos, que dictó la política exterior desde el 11 de septiembre de 2001, se quedó sola, muy sola en su llamado a invertir más dinero y recursos humanos en la ocupación militar de Iraq.
Ese clamor continúa haciéndose oir, mientras el opositor Partido Demócrata exige a la Casa Blanca entregar parte del control político en Iraq a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a cambio de apoyo financiero y soldados para mantener la paz en el país árabe y reconstruirlo.
La persistencia de los neoconservadores está originando una gran tensión dentro del gobierno. Los representantes de este sector insisten en que Estados Unidos no debe retirar tropas de Iraq —de hecho, propone aumentarlas— ni tampoco resignar la menor porción de control a la ONU ni a nadie.
Del otro lado, el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, no quiere sumar más soldados estadounidenses a los 180.000 ya desplegados en Iraq y en Kuwait, pero coincide con los neoconservadores en la pretensión de no ceder control político en el Golfo.
Sin embargo, Rumsfeld pretende transferir el poder al pueblo iraquí lo más pronto posibie, aun a riesgo de que las nuevas fuerzas de seguridad no estén entonces totalmente libres de elementos del partido Baath, gobernante durante el régimen de Saddam Hussein, cuyo rastro se perdió en abril.
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”Ahora resulta claro que Rumsfeld no está interesado en 'rehacer Iraq': quiere irse de ahí cuanto antes”, dijo el experto en política internacional Charles Kupchan, de la oficina en Washington del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), centro académico con sede en Nueva York.
La división entre los dos grupos en el gobierno quedó en evidencia en agosto.
El secretario de Estado (canciller) Colin Powell, apoyado por el Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas, convenció entonces a Bush y a la consejera de Seguridad Nacional, Condolezza Rice, de que el costo de la ocupación militar de Iraq era demasiado elevado.
Powell advirtió que Estados Unidos no podría pagar ese precio solo, junto con Gran Bretaña ni con la ayuda de los países miembros de la ”coalición de los dispuestos” que lanzó la invasión entre el 20 de marzo y el 1 de mayo.
Los legisladores republicanos que abandonaron Washington en el receso de agosto regresaron al Capitolio con un mensaje claro de sus electores, cada vez más preocupados por los costos en vidas y en dinero de la ocupación militar de Iraq.
Como consecuencia, Bush dio a Powell la autoridad de negociar ante el Consejo de Seguridad de la ONU una nueva resolución que aliviaría la carga de la ocupación, aunque fuera cediendo una porción sustancial del control político sobre Iraq. La única condición era mantener pleno control militar y de seguridad.
La decisión de Bush dio un respiro a Powell, quien hasta el mes pasado había salido derrotado de todas las batallas que libró dentro del gobierno en relación con la ”guerra contra el terrorismo”.
Su rival fue y es la coalición de neoconservadores, dirigentes tradicionales del Partido Republicano —como Rumsfeld y el vicepresidente Dick Cheney— y la Derecha Cristiana, imbatible desde los atentados terroristas que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington.
El unilateralismo común a estas tres vertientes aún les permite oponerse unidos a ceder control a la ONU, pero la propuesta de aumentar la inversión humana y financiera en Iraq parece acallarse.
La división salió a la luz pública la semana pasada, cuando connotados neoconservadores que no revistan en el gobierno atacaron a Rumsfeld por oponerse a aumentar la presencia militar estadounidense en Iraq.
”La opción es clara. Estados Unidos hace lo que hay que hacer para alcanzar el éxito en Iraq o perderemos en Iraq”, escribieron el editor de la revista neoconservadora Weekly Standard, William Kristol, y su colaborador Robert Kagan. El título del artículo: ”La responsabilidad de Estados Unidos.”
Es ilusorio, según Kristol y Kagan, creer que un cuerpo de paz de la ONU integrado por soldados de India, Pakistán y Turquía sean capaces de hacer lo que se requiere en Iraq.
”Si perdemos, no dejaremos cascos azules a nuestras espaldas sino radicalismo y caos, un refugio de terroristas y la sensación en todo el mundo de que Estados Unidos es débil y metió la pata temerariamente débil y de que los problemas de Medio Oriente quedaron sin solucionar”, agregaron.
Kristol y Kagan no mencionaron a Rumsfeld, pero en otras páginas del Weekly Standard sí figuró el nombre del funcionario.
El analista Tom Donnelly, de la usina de ideas neoconservadora American Enterprise Institute, puso en tela de juicio la ”terca oposición” del ”secretario de testarudez” a aumentar las tropas estadounidenses en Iraq.
Donnelly también puso en duda que ”un ejército o policía iraquí” pueda asegurar las fronteras del país árabe, o ”ni siquiera controlar el tráfico en Bagdad”, si no cuenta con la ayuda de una gran fuerza militar estadounidense.
Pero Rumsfeld replicó: ”Nuestra esperanza es que podamos comenzar a transferir bien rápido la responsabilidad política.”
El conflicto abierto entre el secretario de Defensa y los neoconservadores en torno del compromiso estadounidense con la reconstrucción de Iraq transcurre hace tiempo debajo de la superficie.
Pero las diferencias afloraron porque muchos legisladores del gobernante Partido Republicano y del opositor Demócrata buscan ahora a quién culpar por el fracaso del gobierno para prever las dificultades de posguerra.
El pedido formulado la semana pasada por Bush al Congreso de 87.000 millones de dólares para las operaciones militares en Iraq y Afganistán en 2004 aceleró la búsqueda de un responsable. Y, por ahora, hay tres candidatos cantados: Rumsfeld y sus subsecretarios neoconservadores, Paul Wolfowitz y Douglas Feith.