La historia es como una rueda. Cincuenta años después de que Estados Unidos derrocara en Irán al primer ministro Mohammed Mossadegh a través de la CIA, Washington juega con la idea de un nuevo cambio de régimen en Irán.
Además, los problemas que enfrentaba la superpotencia en el mundo árabe hace medio siglo son similares a los de ahora.
Estados Unidos hace frente hoy a las consecuencias del cambio de régimen que realizó el pasado abril en Iraq, así como hace medio siglo enfrentaba las repercusiones del golpe de 1953 en Irán, proceso que culminó con la Revolución Islámica de 1979.
Las fuerzas estadounidenses en Iraq se han convertido en ocupadores absolutamente impopulares, y uno de cada cuatro estadounidenses quiere que los soldados vuelvan a casa, reveló una encuesta de opinión.
El golpe dado por la CIA (Agencia Central de Inteligencia) el 19 de agosto de 1953 fue relativamente fácil, y ni siquiera requirió todo el presupuesto de un millón de dólares asignado para ese fin, reveló Kermit Roosevelt, agente del organismo.
En su libro Contragolpe, Roosevelt narra lo fácil que fue hacer que el ejército, el clero y el empresariado desestabilizaran a Mossadegh, que se había atrevido a nacionalizar la compañía petrolera Anglo-Iranian Oil Co.
Pero fue difícil convencer al sha de Irán, Mohammed Reza Pahlevi, de que Washington y Londres bendecían el cambio de régimen.
Por lo tanto, se hicieron los arreglos para que el servicio en lengua persa de la British Broadcasting Corporation (BBC) emitiera un mensaje en clave, y sólo entonces el sha se convenció de que el golpe tendría éxito.
Luego, la CIA lo instaló como el nuevo hombre de Estados Unidos en Teherán, con poderes casi absolutos.
Versiones más recientes de ese acontecimiento histórico ofrecen otra lectura de aquel golpe de Estado en Irán, que marcó el inicio de una serie de cambios de régimen patrocinados por la CIA en países en desarrollo (Guatemala en 1954, Congo en 1960, Vietnam del Sur en 1963, Indonesia en 1966, Chile en 1973).
En su libro Todos los hombres del sha, el periodista Stephen Kinzer, del New York Times, atribuye al presidente Dwight Eisenhower (1953-1961) la siguiente pregunta al Consejo de Seguridad Nacional, en marzo de 1953: ¿Por qué no podemos hacer que parte de esos pueblos oprimidos nos ame en lugar de odiarnos?
Cincuenta años después, la pregunta continúa sin respuesta. El sentimiento antiestadounidense en Medio Oriente parece crecer en la misma medida en que Washington se esfuerza por rediseñar políticamente el mapa de la región.
Sin embargo, existen algunas diferencias. El Islam ya no es percibido como el aliado natural de Estados Unidos, como ocurrió en Irán en 1953 o en Afganistán en los años 80, durante la jihad (guerra santa) contra los invasores soviéticos.
En todo caso, el radicalismo islámico, encarnado en el grupo Al Qaeda, es el nuevo enemigo. Podría decirse que ocupa para Occidente el papel que tuvo el comunismo durante la guerra fría.
En cuanto a Medio Oriente, la política exterior de Estados Unidos actualmente está más orientada por la de Israel, cuyo gobierno de derecha ha forjado una coalición con grupos judíos y cristianos fundamentalistas estadounidenses, que dominan ideológicamente la administración de George W. Bush.
Las diferencias más significativas entre los cambios de régimen realizados en Irán en 1953 y en Iraq este año se relacionan con los objetivos de política exterior de Washington y los cambios experimentados por Estados Unidos y el mundo islámico.
En los años 50, todavía existía cierto idealismo en la política exterior de Estados Unidos, que se autoproclamaba líder del mundo libre, y cualquier cambio de régimen estaba supuestamente dirigido a librar al mundo del comunismo.
Washington esgrimía entonces argumentos morales para combatir el comunismo en partes estratégicas del mundo en desarrollo, y su discurso resultaba aceptable para gran parte del público, en especial porque Europa oriental estaba virtualmente ocupada por el ejército soviético.
En ese entonces, los cambios de régimen eran seguidos invariablemente por la instauración de gobiernos títeres, fieles instrumentos de la política exterior en Estados Unidos.
Pero el caso de Iraq es diferente. Esta guerra marca el surgimiento oficial de Estados Unidos como un imperio mundial hecho y derecho, con responsabilidad y autoridad absolutas como policía planetaria, resumió el periodista estadounidense Jay Bookman.
Otra diferencia es la forma en que Estados Unidos y el mundo musulmán actúan desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Los gobiernos del mundo islámico quieren ser parte de la solución y no del problema, y para ese fin, algunos han revertido totalmente sus antiguas posiciones.
Por ejemplo, Pakistán revirtió su insostenible política hacia Afganistán, quitándole el respaldo al grupo extremista Talibán inmediatamente después del 11 de septiembre, y Turquía democratizó su política hacia los kurdos, en un intento por ingresar en la Unión Europea.
Asimismo, Arabia Saudita se volvió más tolerante hacia el disenso, y Libia finalmente aceptó su responsabilidad y pagará una compensación de 2.700 millones de dólares por el atentado contra una avión de Pan American Airways en 1988, que dejó 270 muertos, en su mayoría estadounidenses.
Mientras, en Irán, el nieto del ayatolá Jomeini, Hussein, exhortó a la destitución de la dictadura del clero en aras de una mayor libertad política.
No obstante, los halcones (políticos más conservadores y unilateralistas) de la administración de Bush promueven hoy un nuevo golpe por poder en Irán, a cuyo gobierno acusan de fabricar armas nucleares y patrocinar el terrorismo.
Así como el mundo islámico parece experimentar algunos cambios positivos en la nueva era comenzada el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos cambia para peor, limitando las libertades civiles y derechos fundamentales e institucionalizando la mentira para promover objetivos políticos y militares.
Además, desde los atentados de Nueva York y Washington, el gobierno de Bush ha entrado en colisión con el Islam, al cargarle la mayor parte de la culpa por el auge del terrorismo.
Como resultado, Estados Unidos tiene lacayos o enemigos en el mundo islámico, pero ningún amigo.