La soja se constituyó en el primer producto de exportación de Argentina y las plantaciones de esta leguminosa se expanden cada año a expensas de la ganadería y otros cultivos tradicionales como maíz, trigo, algodón, papa o lentejas.
El campo argentino se transformó en un desierto verde, señaló a IPS un preocupado cultivador ante el avance de esta leguminosa.
La Secretaría de Agricultura destaca los resultados de la cosecha de este año por haber llegado a los 36 millones de toneladas de soja, 98 por ciento de las cuales se exporta con destino a la elaboración de harina para consumo humano en países asiáticos y para alimento de animales en Europa.
Sin embargo, ambientalistas, técnicos y numerosos productores advierten que el enorme desarrollo del cultivo de soja, gracias a la biotecnología y a la siembra directa, va en desmedro de la diversidad productiva, provoca a largo plazo un deterioro del suelo y, paradójicamente, contribuye a la baja del precio.
Los valores de la soja en los mercados internacionales pasaron de 307 dólares por tonelada a mediados de los años 90, cuando se introdujo la variedad transgénica en Estados Unidos, a fluctuar ahora en torno a 200 dólares y sin perspectiva de repunte por el exceso de oferta.
Noventa y cinco por ciento de nuestros socios se volcaron al cultivo de soja, informó a IPS José Luis Lemos, coordinador de la sede en Buenos Aires de la Federación Agraria Argentina, una organización que pasó de reunir a 400.000 pequeños y medianos productores a inicios de los años 90 a 103.000 en la actualidad.
Un ejemplo de la invasión de la soja es el caso de la nororiental provincia de Chaco, tradicional productora de algodón.
En el pasado teníamos dos millones de hectáreas de (plantaciones de) algodón en el Chaco, con unas 150.000 personas empleadas en su cultivo, pero ahora, con la soja, quedan 100.000 hectáreas y vamos a tener que importar, advirtió el productor.
Con la difusión de la semilla transgénica y la técnica de siembra directa, producir soja es más redituable y simple que otras actividades del campo, aunque sabemos que el monocultivo a largo plazo afecta la calidad del suelo, admitió Lemos.
Tradicionalmente, el productor hacía rotar diferentes cultivos en los suelos, o dejaba un sector para el pastoreo de ganado, de manera que la tierra descansara y recibiera el abono animal como principal fertilizante.
La siembra directa evita las tareas de labranza, lo cual permite acelerar el ritmo de producción. Esta técnica consiste en mantener siempre una cubierta vegetal sobre los suelos, por ejemplo con rastrojos de la siembra anterior, que actúa como abono natural y protege de la erosión y los cambios de temperatura.
Es utilizada tanto en la agricultura tradicional como en la orgánica. Pero en Argentina su aplicación masiva está asociada al modelo productivo intensivo de la soja transgénica, que es a su vez mucho más rendidora.
La variedad transgénica RR (Roundup Ready) fue desarrollada por la compañía Monsanto para resistir el uso intensivo del herbicida Roundup (basado en glifosato), fabricado por la misma empresa, que termina con todas las malezas que crecen junto a la planta.
Su utilización permitió eludir el combate específico de cada plaga, a expensas de una extrema dependencia de la empresa que vende semillas y herbicida.
El productor es consciente de que la soja lo hace dependiente, que deteriora el suelo y que afecta la diversidad, pero 'la necesidad tiene cara de hereje', sintetizó Lemos, dueño de un predio de 100 hectáreas en la oriental localidad de Mercedes, provincia de Buenos Aires, que también destinó al cultivo de soja.
En diálogo con IPS, el economista Miguel Pereti explicó que en el sur de la central provincia de Córdoba la superficie sembrada con soja creció 118 por ciento en los últimos 10 años, a expensas del maíz, el sorgo y la ganadería.
Ha sido una transformación muy grande y negativa desde el punto de vista de la sustentabilidad ambiental y social, dijo.
En una década, la superficie ganadera se redujo 35 por ciento en esa zona, en particular en el ganado porcino, que pasó de 470.000 a 152.000 cabezas, según Pereti, coordinador del área de economía y estadística del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria en el distrito cordobés de Marcos Juárez.
La soja nació como cultivo en Argentina hace apenas 30 años en el centro de la pampa húmeda: el norte de la provincia de Buenos Aires, el sur de Santa Fe y el sudoeste de Córdoba. En la década de 1990 más de la mitad de las tierras de esa área estaban plantadas con soja.
Actualmente, 80 por ciento de las tierras aptas para agricultura tienen soja, y cuando comenzó a advertirse que la zona se saturaba se inició la expansión de la frontera hacia otras áreas de las provincias involucradas y a nuevas provincias como (las nororientales) Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Entre Ríos, destacó Pereti.
A su juicio, la expansión se vio facilitada por las nuevas tecnologías que permiten al productor obtener mejores rendimientos con la misma cantidad de hectáreas y mano de obra. Sembrar soja transgénica es más barato que cualquier otro cultivo, aseguró.
Este factor importa más que la variable de precios a la hora de optar por este cultivo.
Paradójicamente, el área sembrada crece a medida que cae el precio internacional de la soja, una crisis que comenzó en los (años) 90 en el sudeste asiático (y que) se va resolviendo así con una mayor expansión del cultivo, advirtió Pereti.
Los más críticos son los ambientalistas. La expansión de la soja en Santa Fe y sobre todo en Chaco —donde nace el río Salado— es una de las causas de las inundaciones que dejaron este año 24 muertos en la ciudad de Santa Fe, dijo a IPS el director de la ecologista Fundación Proteger, Jorge Capatto.
El Salado se desbordó luego de las fuertes lluvias de mayo e invadió la capital de Santa Fe, anegando miles de viviendas.
Los ambientalistas aseguran que la deforestación en Chaco y Santiago del Estero y la escasa permeabilidad de los suelos sometidos a la producción intensiva de soja contribuyeron a aumentar el caudal de ese río.
Siembra soja y cosecharás inundados, sintetizó Capatto.
Más críticos aún, los integrantes del Grupo de Reflexión Rural (productores, técnicos y activistas) opinan que la siembra directa, la soja transgénica y los herbicidas están haciendo de Argentina un país agrícola pero sin agricultores, pues más de 500 aldeas han sido abandonadas por sus habitantes.
Las transnacionales de las semillas —Cargill, Nidera, Monsanto— nos convirtieron en un país productor de soja transgénica y exportador de forrajes, dijo a IPS Jorge Rulli, del Grupo de Reflexión Rural.
En paralelo, advertimos enormes carencias alimentarias en la población, señaló.
Cerca de 12 millones de hectáreas de soja transgénica —en un total de 26 millones de hectáreas con otros cultivos—, regados con más de 100 millones de litros anuales de herbicida producen enormes cantidades de suelo carente de toda vida microbiana que no retienen el agua, alertó Rulli.
Asimismo, señaló que en los últimos seis años desaparecieron 17.000 granjas lecheras de la provincia de Buenos Aires. Estamos importando leche de Uruguay, remarcó, y también se extinguió casi el cultivo de la variedad de trigo candeal y mermó la producción de maíz.
En la bonaerense localidad de San Pedro, se sembraban hasta hace pocos años unas 6.000 hectáreas de batatas y se hacían dos cosechas anuales de papas. Ahora esa misma tierra produce sólo soja. Lo mismo se repite con pequeñas cosechas de lentejas, zanahorias, alcauciles o arvejas, alimentos que actualmente se importan.
Para la Secretaría de Agricultura, esta transformación del campo no debe alarmar pues responde a la mejor rentabilidad que ofrece la soja con bajo riesgo para el cultivador.
A medida que la oferta aumente y los precios sigan bajando, muchos agricultores pueden volver a plantaciones tradicionales, arguyen las autoridades.
Pero para el Grupo de Reflexión Rural, sólo si se respeta una secuencia de cultivo y se eligen variedades complementarias se podrán neutralizar los efectos nefastos del monocultivo. En cualquier caso, advierte, no es fácil volver a la producción tradicional.
Una forma de incentivar rotaciones racionales podría ser la implementación de un sistema de impuestos diferenciales que compensen las diferencias de rentabilidad entre la soja y otros cultivos, sostuvo el grupo en su informe de agosto.
De momento, su propuesta cae en un mar de soja.