”Estoy seguro de que este gobierno israelí nos va a vender”, murmuró desanimado Akiva Markovich, un colono judío que habita en una colina cercana a la septentrional ciudad cisjordana de Naplusa. Como los demás, sabe que su lucha terminó.
”No nos van a dar una compensación suficiente para que nos vayamos. Esa es, en verdad, nuestra gran preocupación”, afirma.
Casi una semana después de que el gobierno del primer ministro israelí Ariel Sharon aceptara la llamada ”hoja de ruta” para la paz en Medio Oriente, los colonos judíos en Cisjordania ya están pensando en abandonar sus hogares. Muchos consideran que Israel se rindió ante los palestinos.
La hoja de ruta fue elaborada por el llamado Cuarteto, instancia de mediación internacional de paz integrada por la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia.
El plan de paz ordena como primera fase congelar la construcción de asentamientos judíos, aunque ése no sería el principal problema para los colonos que ya están establecidos.
Su preocupación es la fase final del plan, que establece la creación del Estado independiente palestino y, por lo tanto, el fin de muchos asentamientos.
Miles de colonos judíos viven en asentamientos construidos en Cisjordania y Gaza, territorios ocupados por Israel en la guerra de los Seis Días en 1967. Sucesivos gobiernos israelíes adujeron razones religiosas y de seguridad para alentar esas instalaciones.
Uno de los artífices de la construcción de asentamientos fue el actual primer ministro, que entre 1990 y 1992 encabezó la cartera de Vivienda e Infraestructura del gabinete conducido por el también derechista Isaac Shamir.
Entre los colonos figuran simpatizantes de la extrema derecha. Muchos son laicos, pero otros, religiosos, postulan la anexión de los territorios ocupados como primer paso para la consolidación del Gran Israel bíblico, que incluiría tramos de países vecinos.
Markovich, un conductor de ómnibus, dice que muchos colonos que conoce ”estarían muy contentos” de saber que tienen que empacar e irse, pero si tuvieran la seguridad de que van a recibir una buena compensación en metálico de parte del gobierno.
Este interés por el dinero se debe a la difícil situación económica en que viven muchos colonos, sobre todo después del estallido de la segunda intifada (insurrección popular palestina contra la ocupación) en septiembre de 2000.
Markovic tenía antes su propia compañía de transporte, con seis autobuses pequeños en los que llevaba a sus vecinos hasta Jerusalén y Tel Aviv. Pero muchos murieron en atentados palestinos perpetrados en las carreteras. Ahora, sólo unos pocos están dispuestos a hacer el viaje.
Algunos colonos se esfuerzan por no resignarse. Pinchas Vallertein cree que se puede evitar una evacuación de los asentamientos aun cuando se funde el Estado palestino. Vallertein preside un consejo regional de colonos y posee gran cantidad de tierras en Naplusa y en la central ciudad de Ramalá.
”¿Ves esa torre? Allí es Ariel”, dice señalando hacia una colina donde se ubica el asentamiento más grande de Cisjordania. ”Si pudiéramos conectar los asentamientos de Ariel, Alí, Male Levona y Shilo tendríamos una gran cantidad de tierra, y todo esto quedaría como parte de Israel”, comenta, entusiasmado.
Vallertein no está solo en su sueño de asignar grandes áreas de Cisjordania para Israel. Algunos líderes de los colonos dicen incluso que éste es el plan maestro que esconde Sharon, y en el que trabaja desde los años 70.
Pero para la mayoría, la lucha terminó. En el aislado asentamiento de Maale Efraim, en el septentrional valle del río Jordán, todos sienten que la partida es inminente.
”Esto es mucho peor que los acuerdos de Oslo, que fueron impulsados por la izquierda, por (el entonces primer ministro Isaac) Rabin y otros. Nosotros siempre sabíamos que la derecha se opondría y eventualmente los detendría. Ahora es nuestra propia gente la que lo está haciendo, y eso asusta más”, sostuvo David Koplovitch.
Los acuerdos firmados en la capital de Noruega en 1993, un año después del ascenso al poder de Rabin y dos antes de que fuera asesinado, establecieron los territorios autónomos palestinos.
Koplovitch, colono y miembro del comité central del derechista partido gobernante Likud, dice que se resistirá a una evacuación de los asentamientos, pero reconoce que no tiene muchas posibilidades de triunfar.
”No hubo nadie que se parara ante Sharon y votara por lo que cree”, afirma, y admite con dolor que Maale Efraim desaparecerá.
Claudia Giraca, una inmigrante de Argentina que vino a Maale Efraim hace 13 años, no está preocupada por la decisión de Sharon.
”Tengo mis maletas al lado de la cama desde que llegué aquí. Vinimos porque las condiciones que nos ofrecían eran buenas, pero no me preocupa que me tenga que ir a otro lado”, señaló.
Giraca se preocupa más por los nuevos inmigrantes. En marzo y en abril llegaron al asentamiento cinco familias más, que dijeron no temer la violencia en Cisjordania. ”Es muy seguro aquí. No es como lo que leemos en los periódicos en Argentina”, dijo Silvia, que llegó hace dos meses.
Koplovitch destaca que Maale Efraim es pacífico y ”una prueba de la coexistencia” entre palestinos e israelíes. En el parque industrial del asentamiento trabajan unos 200 palestinos de las aldeas cercanas.
El colono tiene un plan para expandir Maale Efraim en julio con la construcción de 55 casas en un terreno adyacente, y ya solicitó el permiso al Ministerio de Vivienda israelí. Pero la concreción de su plan dependerá de la aplicación de la hoja de ruta.
En el asentamiento de Koplovitch viven unos 1.800 colonos.
”En julio sabremos si el gobierno es serio o no. Si en verdad quieren congelar la construcción de asentamientos, entonces no voy a obtener el permiso”, afirmó.