La desesperante situación de 200.000 liberianos que debieron abandonar sus hogares a causa de la guerra civil se agrava día a día ante la mirada impotente de la comunidad internacional.
Las imágenes de los desplazados en el centro de Liberia y en los suburbios de Monrovia son demasiado dolorosas para ignorarlas, dijo a IPS un trabajador voluntario.
La situación de los desplazados es desesperada y deplorable, según el clérigo Kortu Brown, director de la Comunidad Cristiana Preocupada (CCC), que ayuda a miles de sobrevivientes de la guerra civil entre el gobierno de Charles Taylor y el rebelde Liberia Unida por la Reconciliación y la Democracia.
La situación de los desplazados se agrava de manera abrumadora, en gran medida por la falta de fondos de los países donantes, sostuvo Brown. Los desplazados no acceden a la ayuda de emergencia porque la falta de seguridad en el país lo impide, agregó.
Activistas calculan que más de 200.000 personas debieron abandonar sus hogares por el recrudecimiento de los combates en los últimos tres años. Las cifras existentes no son precisas.
Sesenta por ciento de los desplazados son mujeres y niños, según las organizaciones no gubernamentales. Decenas de miles fueron expulsados de cuatro campamentos, 15 kilómetros al oeste de Monrovia, luego de que fuerzas rebeldes los atacaran a fines de marzo.
Muchos huyeron a campamentos más seguros, que ya albergan a decenas de miles de personas, principalmente de las vecinas Sierra Leona y Costa de Marfil. Otros miles fueron secuestrados por los rebeldes, dijeron testigos a IPS.
Los puestos de control instalados por las fuerzas del gobierno en las carreteras para repeler a los rebeldes impidieron el acceso de las agencias humanitarias a los desplazados, informó a IPS el Director de Información de Unicef en Liberia, Durudee Sirichanye.
Las instalaciones son insuficientes, así como los alimentos y las medicinas, dijo a IPS Jusu Konne, del Servicio Luterano Mundial. Cientos de personas se refugian en escuelas y otras muchas pasan la noche al aire libre.
Pocas veces podemos pagar una comida diaria, explicó Jeneba Jackson. Tres de sus ocho hijos murieron mientras la familia huía de la ciudad occidental de Tubmanburg. Los combates separaron a Jackson de su esposo, cuyo paradero desconoce.
Jackson dice que los cinco hijos que le quedan carecen de medios para mantenerse. Apenas sobreviven con trabajos ocasionales. Si tienen la suerte de encontrar dinero, preparamos nuestras comidas por la noche, contó.
Las sobras, cuando las hay, son cuidadosamente guardadas para consumir la siguiente jornada, explicó. El resto del día salimos y buscamos la forma de sobrevivir, dijo.
Decenas de miles de desplazados sufren la misma situación. La desnutrición, el hambre y la desesperación son habituales, así como variadas enfermedades infecciosas, como la sarna y otro tipo de parásitos.
Algunos aprendieron a hacer carbón, que sus hijos ayudan a vender. Otros venden alimentos caseros, leña o se dedican a la agricultura, aunque limitados por la falta de semillas.
Muchos de los hombres pasan su tiempo jugando a los naipes o juegos de mesa. No tenemos nada para hacer. Huimos de nuestras casas con pocas posesiones y aún no hemos recibido ayuda, manifestó el maestro Boakai Sama.
La escasez de alimentos es grave para los habitantes de los campamentos. James Passewe dice que la ración de dos tazas de trigo que recibe cada refugiado por mes no alcanza. El Centro de Desplazados Blama Cee recibe mensualmente 1.400 fardos de trigo para sus 16.000 habitantes.
Todas las gestiones para aumentar la ración fueron infructuosas. Distribuimos lo que tenemos, expresó Passewe.
La situación del agua también es crítica. Los arroyos más próximos están secos, por lo cual se debe recurrir a bombas de mano que muchas veces no funcionan. El agua del río no es potable, pues suele estar contaminada por cadáveres en descomposición.
Trabajadores sanitarios aseguran que al menos tres niños mueren diariamente de disentería y otras enfermedades derivadas de la falta de agua potable en los campamentos.
El presidente de la Asociación de Refugiados de Sierra Leona, Mohamed Sheriff, atribuyó la pésima situación de los desplazados a la falta de provisiones.
Sheriff aseguró que más de 9.100 refugiados de Sierra Leona y los de Liberia padecen graves problemas alimentarios y advirtió que todas esas personas podrían morir de hambre si el problema no se ataca de inmediato. Nuestro sufrimiento es terrible. No sabemos qué hemos hecho para padecer así, dijo.
Los desplazados, apiñados en un laberinto de chozas, están decididos a no regresar a sus hogares hasta que las bandas de jóvenes milicianos que ocuparon sus aldeas y ciudades sean desarmados.
Aunque tenemos grandes esperanzas y deseos de volver a casa, no podemos hacerlo por la falta de seguridad y la violencia entre bandos combatientes, sostuvo James Moore, quien dejó su vivienda en la occidental ciudad de Mecca.
Boakai Zinnah, por ejemplo, no ha visto a seis de sus hijos desde que la guerra asoló a su poblado, cerca de Mecca. Este agricultor de 52 años no tiene ahora qué comer.
Antes producía suficiente alimento para mantener a mi familia, pero ahora vivimos de dádivas de la primera tanda de refugiados, los que llegaron antes que nosotros, dijo.