Unos 5.000 niños viven en la calle de las ciudades de Mozambique y el número tiende a aumentar, según Unicef, en este país de Africa oriental. La mayoría abandonó hogares abusivos a cambio de una peligrosa y dudosa libertad.
”Vivo en la calle desde los nueve años. Mi padre y mi madrastra me castigaban y sólo me daban alimento después de que todos los demás habían comido”, contó Melita, de 13 años, reunida con otros niños de igual condición en una de las principales avenidas de Maputo, la capital.
Melita fuma Palmar, la marca de cigarrillos más consumida en este país, y está en pareja con un adolescente de 15 años que también vive en la calle.
”Mi madre sabe de mi situación pero no puede hacer nada porque está casada con un hombre que no es mi padre”, relató.
Isac Cossa, de la central provincia de Manica, tiene 14 años y ahora vive en Maputo.
”Estoy acostumbrado a la vida de la calle. He estado en ella por largo tiempo. Huí de Manica porque mis parientes me maltrataban”, dijo.
Algunos de los niños dicen estar contentos de vivir en la calle y que sólo temen a las frecuentes redadas policiales. ”Pero si les das algo de dinero, te liberan enseguida”, afirmó Cossa.
Rede da Criança (Red de los Niños), una red de grupos religiosos y humanitarios con sede en Maputo, lanzó un proyecto para asistir a los niños que viven en la calle, la mayoría de los cuales están traumatizados por años de abusos.
”Les ofrecemos asistencia material y psicológica y tratamos de reintegrarlos a su familia cuando es posible. También buscamos familias dispuestas a adoptarlos y a hacerse cargo de su educación”, explicó un portavoz de la organización no gubernamental.
No todos los niños víctimas de maltrato terminan en la calle, pero no por eso tienen un destino mejor.
Julia Andre, de nueve años, trabaja para una familia en Massingir, en la meridional provincia de Gaza, desde que su madre la entregó a cambio de la cancelación de una deuda de unos 32 dólares.
Su padre abandonó a la familia y se mudó a Sudáfrica. Ahora, Andre realiza todas las tareas que sus ”amos” le piden.
Rui Fernando, que no sabe su edad pero aparenta tener unos 12 años, vive en la casa de su tía, cuidando de las vacas y cabras de la familia a cambio de vivienda y alimentación. A diferencia de sus primos, nunca fue a la escuela.
”Mi mayor sueño es ir a la escuela y aprender. Me gustaría ser conductor de camiones”, dijo.
Antonio Manuel, de 10 años, no pudo escapar a los maltratos de su hogar.
Visiblemente traumatizado, Manuel concurre a la escuela primaria de Mahele, en el interior de la provincia de Maputo. Usa sus dos manos para sostener el lápiz, porque sus dedos quedaron unidos entre sí desde que su madrastra lo quemó en una estufa cuando tenía cuatro años.
”No sé por qué la 'tía' (como llama a su madrastra) me hizo esto”, dijo, mostrando sus manos.
Los vecinos cuentan que fue una forma de castigo porque el niño había tomado alimentos que estaban reservados para su hermano. Hasta ahora, no se presentó ninguna denuncia contra la madrastra.
Los niños mozambiqueños también son víctimas de la pobreza y el hambre. Uno de cada cuatro muere antes de cumplir los cinco años. Casi 70 por ciento de la población de Mozambique, de 18 millones de habitantes, vive en la pobreza absoluta.
Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) reparte soya como suplemento alimenticio para unos 141.000 niños menores de cinco años y 71.000 mujeres embarazadas en 22 distritos afectados por la sequía.
El programa, que cuesta 1,5 millones de dólares, durará unos seis meses, explicó Viviane Van Steirteghem, de Unicef.
”Aunque el hambre no es nada nuevo en Mozambique y la población ha encontrado formas de hacerle frente, las cosas se han complicado por la epidemia de VIH/sida, que cobra muchas vidas entre los productores de alimentos”, agregó.