Las manifestaciones contra la guerra en Iraq celebradas este sábado en Europa fueron menos numerosas que las del 15 de febrero. Pero operaron como un poderoso recordatorio de la fuerza que alcanzó el movimiento pacifista en apenas un mes.
Millones de personas en Europa superaron profundas diferencias políticas, unidas por su rechazo a la guerra que Estados Unidos está a punto de lanzar contra Iraq.
En Francia y Alemania, las manifestaciones fueron una forma de expresar adhesión con las políticas de los gobiernos de ambas naciones, en línea con el sentimiento antibélico de sus pueblos.
En España e Italia, donde los gobiernos se pusieron del lado de Washington, el movimiento pacifista se convirtió en un obstáculo molesto.
Pero en ningún país los pacifistas sacudieron los cimientos del gobierno como en Gran Bretaña, donde el primer ministro Tony Blair atraviesa un complicado trance por su adhesión incondicional a Washington.
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Desde la multitudinaria marcha del 15 de febrero en Londres, el clamor público contra la guerra dominó el debate político británico.
Obligado por el abrumador pronunciamiento de la opinión pública de su país, Blair procuró obtener una segunda resolución en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que legitimara el ataque contra Iraq.
Ese intento condujo al Consejo de Seguridad a un callejón sin salida, por la oposición de Francia, respaldada por Rusia y Francia (tres de los cinco miembros con poder de veto) a cualquier resolución que pusiera un ultimátum para el desarme iraquí.
La búsqueda de Blair de esa fallida segunda resolución prueba que las manifestaciones lograron, si no impedir, al menos enlentecer el inicio de la guerra.
Los activistas combinaron las marchas callejeras con un intenso cabildeo entre los parlamentarios.
Los reclamos pacifistas se hicieron oír: 123 representantes del gobernante Partido Laborista votaron contra la guerra. Y la ministra de Desarrollo Internacional, Claire Short, amenazó con renunciar si su país iba a la guerra contra la voluntad de la ONU.
«No tiren bombas, tiren a Blair», bromeaba un estandarte en la última manifestación. Pero, por el clima político instalado desde entonces, un posible cambio de gobierno en Gran Bretaña ha dejado de ser broma.
Blair se colocó a sí mismo contra la opinión pública. «No pretendo tener el monopolio de la sabiduría en estas cuestiones, ni creer que siempre tengo la razón y los demás están equivocados. No he dicho eso en absoluto», se defendió en una conferencia de prensa.
Las marchas de este sábado en Gran Bretaña se llevaron a cabo fuera de Londres, en Portsmouth, Leeds, York, Exeter y Newcastle.
Un grupo musulmán marchó en la capital a las sedes de las embajadas de Arabia Saudita, Turquía, Siria, Egipto, Qatar y Pakistán.
«No intentamos otra manifestación como la del 15 de febrero porque todo lo ocurrido desde entonces nos convence de que el mensaje popular llegó a los líderes», explicó a IPS un portavoz de la coalición Paremos la Guerra (Stop the War Campaign), organizadora de la jornada mundial del mes pasado.
«Si ignoran esto, será a su costo y trágicamente también al costo de muchas otras personas inocentes», agregó.
En España, sindicatos, partidos opositores, activistas y artistas convocaron a las protestas de este sábado.
Aunque las movilizaciones pacifistas del 15 de febrero fueron las más grandes de la historia española, no lograron modificar en nada la posición del gobierno de José María Aznar, alineado con la voluntad bélica de Washington contra Iraq.
No obstante, dentro del gobernante Partido Popular (PP) y del Ministerio de Asuntos Exteriores comienzan a manifestarse fisuras.
La diputada y ex ministra Celia Villalobos explicó su voto en el parlamento a favor de una moción de apoyo Aznar «por la lealtad» partidaria, pero no por convicción.
Algo parecido sostuvo el diputado oficialista Juan Morano, quien después de manifestarse contrario a la estrategia del Poder Ejecutivo, tranquilizó a su partido respetando la disciplina del voto parlamentario.
Según un informe confidencial basado en declaraciones privadas de diplomáticos al que tuvo acceso IPS, la canciller Ana Palacios dispuso que sus intervenciones públicas sobre Iraq no sean elaboradas antes de recibir las notas («talking points») al respecto del embajador estadounidense en la ONU, John Negroponte.
Diplomáticos de alto nivel están molestos porque el Poder Ejecutivo les impone una línea política sin tomar en cuenta sus opiniones.
En Italia se vieron algunas de las más grandes concentraciones de este sábado. Casi medio millón de trabajadores se reunieron en la septentrional ciudad de Milán, convocados por la Confederación General Italiana de Trabajadores (CGIL), la mayor del país con 5 millones de afiliados.
«Los trabajadores italianos y europeos pueden añadir un valor más al movimiento pacifista: una lucha sindical contra la precariedad del trabajo y la precariedad de la paz», dijo a IPS Titti Di Salvo, portavoz internacional de la CGIL.
«Las centrales sindicales italianas colocan el acento social, la defensa de los derechos laborales en todo el mundo, como nueva llave de lectura de la crisis iraquí. Y esta apuesta puede salir victoriosa contra la guerra», opinó el especialista Massimo Gibelli, de la Fundación Di Vittorio, el mayor instituto de investigación sindical italiano.
El movimiento pacifista consiguió vincular a las organizaciones no gubernamentales que se oponen al actual rumbo de la globalización y a sectores civiles contrarios al gobierno de Silvio Berlusconi, uno de los más fieles aliados a la política belicista de Estados Unidos contra Iraq.
Pero no logra conectarse con partidos políticos de oposición y parece haber perdido el apoyo abierto de la jerarquía de la Iglesia Católica.
Con todo, la manifestación de millones de personas del 15 de febrero en Roma dejó su marca, al igual que las banderas con los colores del arco iris que desde mucho antes llenaron calles y ventanas de las ciudades italianas.