Abú Kamal era hace tiempo un pequeño y somnoliento puesto de la frontera entre Iraq y Siria. Ahora bulle de actividad: por allí pasan miles de refugiados iraquíes de paso hacia Damasco.
Una incesante caravana de automóviles, camiones y camionetas cruza Abú Kamal. Son familias enteras que cargan todo lo que quepa en sus vehículos.
”El problema es Bush”, dijo un refugiado iraquí en la localidad de Saida Zeinab, en las afueras de Damasco. Otros acusan al presidente de Iraq, Saddam Hussein. Pero el problema de Siria es la presencia de los refugiados, no las ideas que lleven consigo.
El ministro de Administraciones Locales, Hilal Atrash, dijo que Damasco informó a las agencias internacionales sobre la llegada de los refugiados y de la disposición del gobierno a ”cooperar con ellas y con otras organizaciones humanitarias”.
”Queremos reducir el sufrimiento del pueblo iraquí, hoy blanco de la agresión estadounidense”, agregó Atrash.
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El gobierno sirio no ofreció información sobre los servicios instalados en los 600 kilómetros de frontera con Iraq a los efectos de recibir a los refugiados.
Miles de musulmanes chiítas, que constituyen más de 60 por ciento de la población iraquí aunque el gobierno es ejercido por miembros de la minoritaria comunidad sunita, llegaron a Siria aun antes del comienzo de las hostilidades.
Esos refugiados aprovecharon las festividades chiítas de Ashoura, la semana pasada, como peregrinos que se dirigían a santuarios sirios. Ahora, anuncian que regresarán a Iraq sólo después de que termine la guerra.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) calculó que 1,8 millones de iraquíes abandonaron su país en la guerra del Golfo de 1991, en que una treintena de países encabezados por Estados Unidos atacaron Iraq para obligarlo a desocupar Kuwait, invadido en agosto de 1990.
Unos pocos de esos refugiados se dirigieron entonces a Siria, que integraba la coalición enfrentada con Bagdad.
”Ningún otro país está ahora dispuesto a recibirnos, ni Arabia Saudita, ni Kuwait, ni Jordania, ni Irán ni Turquía. ¿A dónde podríamos ir? Sólo podíamos contar con Siria”, dijo el refugiado iraquí Aziz Jawahiri.
Los refugiados sienten ira, temor e incertidumbre, y también culpa porque gozan de cierta seguridad mientras sus seres queridos en Iraq sufren las consecuencias de los ataques.
”Hace dos días estaba histérico porque no podía estar en mi país. Lloraba, quería hacer algo pero no podía. Tengo tres hermanas en Iraq. Me pregunto qué estarán haciendo ahora los niños. Mi hermana tiene mucho miedo”, dijo el refugiado Bayan Orabi.
El médico le recomendó en vano no mirar las noticias por televisión. ”¿Cómo podría?”, se preguntó Orabi.
Muchos refugiados pronosticaron que la guerra no traerá la democracia ni la libertad a Iraq. ”A Washington no le importamos. Sólo le preocupan sus propios intereses”, dijo Saad Jimali, maestro en una escuela de Bagdad.
Pero otros refugiados apoyan la acción encabezada por Estados Unidos. Medhat Omar, refugiado nacido en Bagdad que habla en un inglés exhaltado, aseguró haber sido obligado a concurrir y a aplaudir ejecuciones en estadios de fútbol. Familiares de los condenados eran forzados a disparar el tiro de gracia, afirmó.
Omar se unió a los levantamientos chiítas en el sur de Iraq poco después de finalizada la guerra del Gulfo. La revuelta fue aplastada. Omar debió vivir cinco años en un campamento de refugiados en Arabia Saudita.
Mientras, Hashem Mourab, de la meridional ciudad iraquí de Basora, rogó: ”Mi único deseo es que tengamos paz.”