Los bombardeos no parecían este viernes el mayor problema en la capital iraquí, porque es posible acostumbrarse a ellos, en cierta medida. Ahora, el principal temor es un sitio a Bagdad.
Tras la caída de bombas el miércoles en el mercado de Al Sha, nadie cree que todos los ataques vayan a impactar con precisión en blancos militares o gubernamentales, pero se espera que la mayoría lo haga.
"Es cuestión de suerte”, dijo a IPS un tendero que aún recibe diariamente tomates frescos para vender.
Lo que más preocupa en la actualidad es que las tropas estadounidenses y británicas en avance hacia Bagdad cierren un cerco en torno a la ciudad y la mantengan sitiada.
”Nos van a hambrear. Los soldados de Estados Unidos nunca vendrán a pelear en las calles de Bagdad. Esperarán a que se nos acabe la comida, a que se acabe el agua y a que estemos acabados”, opinó un comerciante.
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Bagdad se prepara para soportar un sitio sin electricidad ni agua, y con sólo los alimentos más básicos, en un verano (boreal) con temperaturas de hasta 50 grados. En comparación con eso, las consecuencias de sanciones económicas internacionales desde 1991 parecerán un picnic.
Los civiles residentes en la ciudad empiezan a temer que no se les envíe asistencia alimentaria, para evitar que termine en manos de las fuerzas que resistan el sitio.
También hay creciente inquietud por la suerte de millones de personas residentes en los suburbios de Bagdad, desconocida para muchos, y por supuesto para periodistas que no se alejan mucho de los céntricos hoteles Palestina o Rashid.
”Asumamos que estamos informando desde nuestros hoteles, y más precisamente desde los sótanos de nuestros hoteles”, comentó un camarógrafo de una emisora británica de televisión.
La mayor parte de los periodistas salen poco por temor a los bombardeos, y los demás tampoco pueden llegar muy lejos, porque sus escoltas no lo permiten. En realidad, los informes desde Bagdad cubren sólo una parte del centro de la ciudad, sobre la costa del río Tigris, y los comunicados del gobierno iraquí.
Cuando Bagdad comience a sufrir realmente, no se sabe cuántos periodistas quedarán para contarlo.
Por ahora, el hotel Palestina es un lugar confortable, y es probable que sea uno de los últimos en sufrir las peores consecuencias de la guerra. Pero sus huéspedes, en su mayoría periodistas, ya fueron advertidos de que cuando las cosas se pongan realmente mal, deberán arreglárselas como puedan.
Los vendedores del mercado de hortalizas aseguran que su mercadería llega desde el norte del país, por carreteras que siguen abiertas, pero nadie sabe cuánto durará esa situación. Los informes sobre concentración de tropas y tanques estadounidenses en la región septentrional indican claramente la intención de avanzar desde allí hacia la capital.
Otros temen conflictos internos.
Los invasores ”van a tratar de dividir a la ciudad, de poner a la población contra el gobierno, a sunnitas contra chiítas (dos ramas del Islam). Esto va a volverse un infierno, y todos lo sabemos”, dijo a IPS, en perfecto inglés, un iraquí en el mercado que no quiso decir su nombre ni su ocupación.
Nadie cree que vayan a rendirse los soldados iraquíes o los decenas de miles de afiliadas al gobernante partido Baath que disponen de armas.
Tras la primera semana de bombaredos, Bagdad comienza a cerrar. La mayoría de los comercios ya no abren sus puertas, y pocas familias envían niños a la escuela. Las oficinas están abiertas, pero la mayor parte de sus empleados pasan las horas sin atender a nadie, mientras discuten lo que vendrá.
Aún no hay pánico, pero ya se percibe desesperación por acumular alimentos y agua, ya mucho más valiosos que el dinero.