La guerra que Estados Unidos lanzó este jueves contra Iraq será una derrota histórica para Washington, aunque la indiscutible superioridad militar de la superpotencia le permita la victoria a corto plazo.
Sin importar la rapidez con que las tropas estadounidenses tomen Bagdad, la segunda guerra del Golfo tendrá costos estratégicos duraderos y mucho mayores que los beneficios de su triunfo militar, producto de un presupuesto de defensa mayor que el de las 15 siguientes potencias mundiales combinadas.
Para empezar, el conflicto ya afectó alianzas tradicionales de Washington, dejando de un lado a Estados Unidos y Gran Bretaña, promotores de la acción militar, y del otro a Francia y Alemania, que manifestaron su oposición al ataque.
”Esta guerra envenenará las más estrechas alianzas de Estados Unidos”, y ”lo acerca al riesgo de cambiar Europa por Iraq”, previno el general retirado William Odom, ex director de la Agencia Nacional de Seguridad, al diario The Washington Post.
Aun en el mejor de los casos – – una guerra rápida y relativamente incruenta, en que estadounidenses y británicos sean recibidos como libertadores – – las consecuencias del ataque unilateral, sin el aval del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se sentirán en Washington por años, si no por décadas.
[related_articles]
”Presenciamos la disolución de un sistema internacional”, señaló Tony Judt, profesor de la Universidad de Nueva York, quien escribió esta semana en la publicación quincenal The New York Review of Books que, como la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos pudo usar ese sistema para promover sus propios intereses.
Pero en lugar de preservar y fortalecer ese sistema multilateral para su propio beneficio, el presidente estadounidense George W. Bush decidió que simplemente los límites eran demasiados.
Como Gulliver en el famoso cuento de Jonathan Swift, citado a menudo por los halcones de Washington, este gobierno no puede permitirse ataduras con países ”liliputienses”, como Francia, Alemania o Rusia, y mucho menos con Guinea, Chile o México.
En cambio, se propuso crear un orden mundial unipolar, en que Estados Unidos, y no la comunidad de naciones, alianzas formales ni el derecho internacional, sea el árbitro último de lo que es o no permisible, al punto de arrogarse el derecho de lanzar ”guerras preventivas” contra supuestas amenazas, en clara violación de la Carta de la ONU.
”Esta puede ser la semana en que el viejo mundo termine”, advirtió R.C. Longworth, corresponsal del Chicago Tribune.
”Ese viejo mundo… era un mundo de alianzas, de poder envuelto en leyes y de un Estados Unidos a la cabeza de países de opinión similar que aceptaban ese liderazgo porque Washington los trataba como aliados, no como súbditos”, escribió.
La decisión de Bush de atacar Iraq sin la autorización de la ONU y pese a la profunda división en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) refleja un claro repudio de esa visión y su intención de establecer un mundo unipolar.
El asunto es si se trata de un objetivo factible. Claramente, la coalición de derecha que respalda a Bush cree que sí lo es.
Max Boot, miembro del conservador Consejo de Relaciones Exteriores, un gabinete de estrategia con sede en Nueva York, asimiló el poderío militar de Washington en la actualidad a su dominación de la cuenca del Caribe hace un siglo, y sugirió que ”el destino de Estados Unidos es controlar al mundo”.
Pero la mayoría de los analistas – – y de hecho la mayor parte de los planificadores de la política exterior de Washington – – creen que esto es una fantasía muy peligrosa que conducirá a un nuevo ”desorden mundial”.
En primer lugar, porque otros países podrían arrogarse el autoproclamado derecho de Estados Unidos de realizar ataques preventivos, por ejemplo India contra Pakistán, o China contra Taiwan, o Rusia contra Georgia.
”Esta es una receta para un caos que no podremos controlar”, advirtió un disidente del Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos.
En segundo lugar, porque no hay pruebas de que la ciudadanía y el Tesoro estadounidenses – – que prevé un déficit de al menos 300.000 millones de dólares este año – – tengan la capacidad ni la disposición para sostener este tipo de ambiciones imperiales.
”Somos más fuertes que nadie, pero no podemos mandar al mundo”, opinó Zbigniew Brzezinski, ex consejero de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter (1977-1981), al diario The Washington Post.
De hecho, 25 años de encuestas han demostrado que la opinión pública estadounidense rechaza por un margen abrumador el papel que Boot y otros halcones asignan a Washington.
”Estados Unidos decidió actuar casi por su propia cuenta, pero es difícil imaginar que la administración Bush o el pueblo estadounidense posean la capacidad de permanencia necesaria”, advirtió el diario The New York Times.
Washington ya anunció que desea ayuda para la reconstrucción y posiblemente el mantenimiento de la paz en Iraq, como lo hizo en Afganistán luego de atacarlo en los últimos meses de 2001, pero su decisión unilateral de invadir Iraq hace que algunos aliados, en especial la Unión Europea, no sientan demasiado entusiasmo por esa idea.
”En la misma medida en que actuemos solos, deberemos pagar en vidas, dólares e influencia mundial”, advirtió la semana pasada el senador Joseph Biden, del opositor Partido Demócrata.
De este modo, Estados Unidos podría encontarse en el dilema de pagar miles de millones de dólares más en costos de ocupación y reconstrucción de Iraq o simplemente volver a casa, como hizo en el caso de Afganistán, donde la estabilidad brilla por su ausencia más de un año después de la expulsión del régimen radical islámico Talibán.
”Recuerden lo que pasó en Vietnam, Somalia y Afganistán”, exhortó Quentin Peel en el Financial Times esta semana.
”Se necesita una ONU eficaz para que haga el trabajo sucio. Sin embargo, este gobierno parece determinado a debilitar la institución que más necesita”, observó Peel.