La formación de un gobierno que reemplace en Iraq al régimen de Saddam Hussein es motivo de fuertes debates dentro del gobierno de Estados Unidos, mientras ajusta los detalles de la inminente ofensiva militar.
Por un lado están los conservadores, los llamados halcones, comandados por el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, con aliados estratégicos también en el Consejo de Seguridad Nacional y en el Departamento de Estado.
Por otro lado se encuentran el secretario de Estado, Colin Powell, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y los mandos militares, asistidos a la vez por colaboradores del ex presidente George Bush (1989-1993), padre del actual mandatario George W.Bush.
Ambos grupos mantienen diferencias sobre otros asuntos de política exterior, entre ellos la ratificación del Protocolo de Kyoto sobre cambio climático (que obliga al mundo industrial a reducir las emisiones de gases invernadero), la situación de Corea del Norte y el conflicto árabe-israelí.
Ambos sectores del gobierno también discutían si era o no necesario contar con el respaldo del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para lanzar la ofensiva en Iraq, e incluso si era conveniente la invasión en sí.
Los halcones, dispuestos a lanzar un ataque unilateral sin el aval de la ONU, en principio propusieron una invasión terrestre con las llamadas Fuerzas Especiales apoyadas por combatientes kurdos del norte de Iraq, mientras la fuerza aérea bombardeaba sitios estratégicos.
De esta forma, señalaban, se derrocaría a Saddam Hussein de la misma manera en que una coalición internacional también encabezada por Estados Unidos derrotó el año pasado el régimen radical islámico Talibán, que gobernaba la mayor parte de Afanistán.
Pero esta estrategia es considerada demasiado optimista y potencialmente desastrosa en el plano bélico por el grupo de Powell, y en especial por expertos militares como el asesor del secretario de Estado en asuntos de Medio Oriente, el general Anthony Zinni.
Zinni, que a fines de los años 90 encabezó el Comando Central de las Fuerzas Armadas, con jurisdicción en el Golfo, prefiere, en caso de guerra contra Iraq, una invasión a gran escala, con cientos de miles de soldados equipados con las mejores y más poderosas armas, hasta la completa derrota de Saddam Hussein.
Finalmente, el grupo de Powell ganó en esta disputa. El presidente George W. Bush aseguró en septiembre ante la Asamblea General de la ONU y aseguró que esperaría el aval del Consejo de Seguridad para lanzar el ataque.
Washington desplegará en la ofensiva a unos 1.000 iraquíes disidientes entrenados que servirán de guías, traductores y, en una última etapa, como policías militares.
La fuerza aérea desempeñará el papel principal en los ataques, pero el gobierno estadounidense también enviará entre 200.000 y 250.000 soldados a Kuwait y muy posiblemente a Turquía, la mayoría de los cuales participará en la invasión terrestre.
Después de la polémica, las dos alas del gobierno llegaron a un acuerdo sobre las posibles modalidades de la ofensiva, pero todavía no hay consenso sobre qué sucederá después de la guerra.
Los halcones de Rumsfeld y Cheney creen que la invasión es el primer paso para una profunda transformación del mundo árabe, y en ese sentido son partidarios de establecer en Iraq una ocupación similar a la impuesta por los aliados triunfantes en Alemania y Japón luego de la segunda guerra mundial (1939-1945).
Los halcones ven como su principal socio en este plan a Ahmed Chalabi, lider del partido opositor iraquí en el exilio Congreso Nacional. Chalabi es un viejo amigo del subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz y también del presidente de la Junta de Política de Defensa, Richard Perle.
Rumsfeld y Cheney favorecen la creación de un gobierno provisional presidido por Chalabi una vez que se ponga en marcha la invasión, y se niegan a permitir que la ONU administre Iraq.
También quieren que Estado Unidos tome control de los yacimientos petroleros iraquíes para rehabilitarlos, pero también para pagar el costo de la invasión y la ocupación, controlar parte del mercado mundial del crudo y socavar el liderazgo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
Pero el grupo de Powell piensa que este plan es demasiado peligroso, y coincide con un estudio divulgado por el gubernamental Consejo de Relaciones Exteriores y el Instituto James Baker III de Política Pública, de la Universidad Rice, de la meridional ciudad de Houston.
El informe, que ofrece principios de guía para el futuro de Iraq tras el conflicto, propone una administración interina, internacional y supervisada por la ONU, que permita lo antes posible la instalación de un nuevo gobierno completamente iraquí y que controle todo el sector petrolero.
La continua discusión pública sobre la posible ocupación en Iraq como la establecida en Alemania y Japón luego de la segunda guerra mundial es inútil. Es necesario resistir la tentación y establecer un gobierno provisional que permita la instalación de uno definitivo dominado por iraquíes exiliados, dice el estudio.
Los autores del informe consideraron, además, que no es realista pensar que las ventas de crudo iraquí permitirán cubrir los costos de la invasión y financiar la reconstrucción de la infraestructura y la economía del país invadido, dadas las grandes carencias del sector petrolero de ese país.
Una política de mano dura de parte de Estados Unidos sólo va a terminar de convencer a los iraquíes y al resto del mundo que la operación fue llevada a cabo por razones imperialistas, más que para lograr el desarme del país. Estados Unidos debe acabar con estas malas interpretaciones, añadió el trabajo.
Más aun, para estabilizar a la región luego de la invasión, Washington debe trabajar de inmediato con los otros miembros del llamado cuarteto mediador en Medio Oriente (la ONU, Rusia y la Unión Europea), para permitir la creación de un estado palestino independiente en 2005.
De no seguir estos pasos, Estados Unidos perderá la paz, aunque gane la guera, advierte el informe. (FIN/IPS/jl/rp/ip/02